Por un clip
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Por: América Barboza Corpus
Me encontraba en la escuela. Una gran tormenta se acercaba muy rápido al pueblo, así que se suspendieron las clases. Camino a casa, me encontré un clip en la calle. Lo tomé sin ninguna idea en mente. Se me hizo útil para sujetar algunas tareas que traía sueltas en la mochila. O, mejor aún, lo devolví a su origen de varilla y luego lo retorcí alrededor de mi dedo. Lucía bien.
Llegué a casa y mi madre tenía la mesa puesta, así que llamó a la familia para ocupar los asientos. Mientras disfrutábamos la deliciosa comida que mi madre había preparado, mi hermano dijo: “Encontré un clip y lo usé para abrir un cofre pequeño porque he perdido la llave hace tiempo”.
Eso fue ingenioso, dijo mamá. Eso no tiene nada de extraordinario, dije yo, ocultando mi mano debajo del mantel. Papá estuvo de acuerdo conmigo: “Eso lo puede hacer cualquiera”. Nadie lo contradijo y seguimos comiendo.
Más tarde, mi amiga Tere me mandó una foto curiosa. En la imagen ella llevaba un clip trenzado en el cabello. O había sujetadores de papel tirados por todos lados o qué coincidencia que yo me encontrara uno también. De eso debimos haber hablado en la comida. No importa, será tema para la cena.
Subí a mi habitación, me tumbé en la cama y me quedé dormida. Desperté a medianoche cuando todos se habían ido a la cama. Me levanté para ir por un vaso de agua a la cocina cuando escuché fuertes pisadas. Supuse que era un ladrón y miré por una rendija debajo de la puerta. Era un tipo enorme en gabardina y salía del cuarto de mi hermano. E iba en dirección al mío.
Sonó mi teléfono y corrí a esconderme bajo la cama, ya que el intruso probablemente había escuchado el timbre. Yo estaba asustada. Miré el mensaje y era Tere: “Amigaaaaaa. ¡Me dejó pelona!” En la foto de su cabeza tenía un hueco horrible en la mollera y venía con muchos emoticones y stickers de llanto.
Entendí el peligro. Se abrió la puerta de mi habitación; pero yo no podía desenredar ni quitarme el alambre del dedo. Entonces una fuerza magnética empezó a atraer el anillo que antes fue un clip. El tipo en gabardina era un imán en sí mismo.
Cuando ya siento el filo del metal mordiendo la carne, liberé a mi dedo anular muy a tiempo y lancé la pieza lejos de mí.
El alambre retorcido quedó en la alfombra y los pies del hombre se asomaron delante mío. Alcé la vista y vi a un monstruo sin cara, boca ni ojos. Estaba cubierto de clips. Su cuerpo lleno de metal me hizo recordar a la fibra metálica para lavar trastes. Sin mover un dedo, la criatura atrajo el clip que le faltaba, regresó sobre sus pasos y me dejó sola en la habitación. A la mañana siguiente, oí gritar a papá, bastante molesto, por no encontrar la grapadora.
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