Don Elio y las montañas que no le gustan
De ese tronco largo se tomaba su mujer, quien los últimos años estuvo ciega y allí andaba y andaba caminando
A César Rodríguez
Descendimos de la camioneta. Un viento cálido nos remite a la sensación de estar cerca de un comal. Frente a nosotros, elevaciones en colores grises o azulados y algo de fuego permanece en pinos que son apenas alfileres negros.
Entre este paisaje y nosotros hay un declive pronunciado que, abajo, muestra un lecho seco de un río. Rocas en todos los tamaños parecieran pensar allí, inmóviles. Un hombre se acerca lentamente. Mientras anda, sus ojos están fijos en nosotros. Escanea cuerpos e intenciones; después de todo, estamos -por lo que se percibe- en su casa, un hogar sencillo que él sembró a un costado de la carretera, justo a un lado del territorio en donde dejamos la camioneta.
-Buenas tardes. Le decimos. Se acerca con una gatita esbelta y un perro anaranjado de cabeza grande; ambos enmarcan los pasos adormecidos del hombre. Vive solo. Le pregunto si puedo tomarle fotografías a él y a las montañas. Asiente al tiempo que habla: - yo ya me cansé de mirarlas, todos los días salgo y aquí están, me enojo nomás de verlas. Mejor mire, allí abajo hay un río. Le pregunto que dónde es eso entre tanto cañón reseco y señala un punto apenas invisible de un cuerpo de agua del que bebe desesperadamente la tierra.
-Soy solo. Dice. Elio vivía con su mujer que murió hace menos de un año. -No hubo hijos. Agrega. Nos muestra ciruelos que no darán casi nada este año porque apenas sobrevivieron al incendio. -Sí tienen poquitos ciruelos, pero mire. Toma briznas negras como coronas mínimas y oscuras que se deshacen en el nacimiento de los brazos verdes. Son restos del incendio al que se sobrepuso.
Seguimos. Nos enseña algo así como un pasamanos. Para formarlo colocó un tronco largo y dos cortos, encajados. De ese tronco largo se tomaba su mujer, quien los últimos años estuvo ciega y allí andaba y andaba caminando. -Mi mujer se murió porque ya le tocaba morirse. Una noche, ya en la cama, agarró fuerte mi mano y dijo: Elio. Fue todo.
Elio ya no siembra porque le duele la espalda. La piel de su rostro está quemada, hay un tostado rojizo. Sus ojos de un color aceitunado realzan su nombre: Elio que deriva del latín helium, y este del griego hélios, que significa sol. Helios en la antigüedad griega era el dios del Sol.
Nos guía a un paraje más elevado que está en línea recta, después de su casa. Allí nos cuenta que primero colocó dos bancas hechas con tablas, pero los paseantes con su peso, las quebraron (al recordar esto se ríe). Así que hizo moldes con las tablas y echó una mezcla de cemento. Lo que vemos ahora, son dos bloques sólidos a los que
acudimos a sentarnos. Un amplio follaje nos resguarda del ardor. Al fondo, también nos siguen las montañas que hacen enojar a Elio. Enfrente veo una pila de piedras, como una alta figura en forma triangular. -La hice yo. Dice Elio. Le respondo que es hermosa. Agrega que la gente llega y coloca más piedras pequeñas encima.
Ese paraje está en una carretera que, al final, lleva a Santiago, Nuevo León. Allí estamos César haciendo una acuarela y yo un dibujo a lápiz, de las montañas. Elio asoma los ojos primero con discreción y luego con decidida curiosidad. Así que corto una hoja del cuaderno y le entrego el lápiz. Me responde que no sabe dibujar y su risa se vuelve a escuchar.
-Elio, ningún dibujo está equivocado, nunca. Me escucho decirle al tiempo que le invito a dibujar montañas. Es una frase equivocada, si ya nos dijo que no quería verlas. Él se queda pensando un rato y comienza a dibujar con cuidado una figura hermosa y simple, algo así
como una gota de agua a la que va agregando pequeños trazos. Me dice:
-es un pollito pero las patas me quedaron mal. Su risa es de una traviesa alegría. Es un niño como nosotros ahora; los tres reímos. Le invito a que haga algo más. Entrega otro polluelo y añade dos puntos negros que son, cada uno, un grano de maíz. -Es para que no tenganhambre.
A Elio no le gustan los motociclistas que llegan a dar vueltas y vueltas levantando polvo a su terreno, ni los razors que van quitando algo de tierra. Es un conservacionista del suelo sin saberlo.
Comienzan a llegar paseantes. Solo un par no da el donativo por pasar al paraje de Elio a tomarse fotografías. Los mexicanos entregaron
billetes de veinte, cincuenta y cien pesos. Entonces nos pidió que nos acercáramos con los turistas extranjeros para que le entregaran su parte. Al decirles en inglés que Elio requería un donativo, que era su tierra, que vivía solo, que era mayor y ya no podía cultivar su tierra, entregaron apenas siete pesos, una desalmada limosna.
Ya en la tarde nos retiramos pero esperamos volver a charlar con Elio; tiene historias como aquella en la que su gatita lo libró de una enorme rata, al comerla, lo que la hizo desaparecer dos días, seguro indigesta. Al ver a esa pequeña gatita, pequeña, delgada y alegre, no parecería que hubiera podido librar una batalla con una rata tan grande como la que Elio delimitó abriendo un gran rectángulo con sus manos.
Encuesta Vanguardia
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