Merolico
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La madre de diez hijos se quejó con el juez. “Mi marido me abandonó hace diez años”. “¿Diez años? –frunció el entrecejo el juzgador-. ¿Y esos diez hijos?”. Explicó ella, ruborosa: “Cada año viene a disculparse”… Decía doña Chalina, mujer dada a chismes y cotilleos: “Yo sé guardar secretos, pero ellos se me caen solitos”… Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, comentó con orgullo: “Le tengo un regalo sorpresa a mi señora. Es una plancha. Ella está esperando un coche. ¡La sorpresa que se va a llevar!”… Dos amigos estaban jugando golf. Dice uno con tono de molestia: “Desde que mi esposa ingresó en esa secta religiosa sólo me da sexo una vez por semana”. “Pues eres afortunado –respondió el amigo, que se disponía a hacer su tiro-. A mí me lo da solamente una vez cada 15 días”… Bonita palabra, y muy mexicana, es “merolico”. El vocablo sirve principalmente para designar al charlatán que vende en las calles remedios apócrifos, medicamentos falsos cuyas mentirosas virtudes proclama con untuosa labia. En cierta ocasión me divertía yo escuchando a un merolico que ofrecía sus pociones en el Zócalo de la Ciudad de México. Acomodaba su pregón a la persona que pasaba. Si era una mujer joven anunciaba: “Pomada Venus para limpiar el cutis, para evitar las arrugas, para quitar las manchas de la tez”. Veía venir a un calvo y decía: “Tricógeno de Absalón, para hacer salir el pelo. Absolutamente garantizado: se vende con peine y tijeras”. Llegaba una señora de madura edad y el individuo pregonaba: “Bálsamo de Santa Livia, para las reumas, ciática, lumbago, dolor de piernas y de pies, artritis, insomnio, nerviosismo; para quitar la sal y librarse de chismes y falsos testimonios, aunque sean ciertos”. Un buen rato estuve gozando su gárrula palabrería. Después me dispuse a retirarme. Me vio venir el desgraciado merolico y empezó: “Tónico del Nonno. Para aliviar los achaques de la vejez: incontinencia, falta de memoria, sordera, debilidad de la vista, fatiga crónica; para quitar las canas, reducir el vientre, remediar la pérdida del vigor sexual…”. No cabe duda: hay gente mala en este mundo. Muchos merolicos han salido y seguirán saliendo en el caso dolorosísimo de Ayotzinapa. Mientras los estudiantes normalistas no sean encontrados; mientras no sean aprehendidos y castigados el exalcalde de Iguala, su mujer y su jefe de Seguridad; mientras no se ponga freno a la violencia y corrupción que privan en Guerrero, las inútiles declaraciones que se hagan sobre el caso serán mero pregón de merolico… Tres individuos llegaron al mismo tiempo a las puertas del Cielo. San Pedro le preguntó al primero: “¿Engañaste a tu esposa alguna vez?”. “Dos veces nada más”, respondió el tipo. El portero celestial le dio un cochecito compacto para que se transportara en la morada de la bienaventuranza. “Y tú –le preguntó al segundo- ¿le fuiste infiel a tu señora?”. “Sólo una vez” –contestó el hombre. San Pedro le asignó un automóvil mediano. Luego el apóstol de las llaves se dirigió al tercer recién llegado. “¿Tú qué me dices? –le preguntó, severo-. ¿Faltaste alguna vez al juramento de fidelidad que al pie del ara le hiciste a tu mujer?”. “Jamás le fui infiel –declaró con firmeza el individuo-. En todos los años que estuve casado con ella nunca cometí adulterio. No le falté a mi esposa ni con el pensamiento: para excitarme cuando le hacía el amor pensaba en ella”. San Pedro iba a exclamar: “¡Carajo! ¿Pos cómo le hiciste, cabrón?”, pero se contuvo por respeto a su decoro porteril. En vez de eso le dijo con tono beatífico: “Mereces, hijo mío, estar en el coro de los serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles, que tal es el orden de la jerarquía celestial, contando de arriba hacia abajo. Pasearás por el Cielo en automóvil de categoría”. Y así diciendo le entregó una limusina. Pasó una semana, y un buen día los que había recibido el cochecito compacto y el mediano vieron al de la limusina. Estaba llorando desconsoladamente. “¿Qué te pasa? –le preguntaron-. Tú fuiste el más afortunado: por la fidelidad que guardaste recibiste una limusina”. “Sí –sollozó el hombre-. Pero acabo de ver pasar a mi mujer. Iba en patineta”… FIN.