Vuelo de esperanza
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Dos pajarillos baten sus alas y despliegan su vuelo en esta calurosa tarde de domingo septembrino. Ni una brizna de aire. Todo pareciera estacionado en este momento. A la sombra, la temperatura es agradable; en cambio, debajo del sol, sus inclementes rayos hacen parecer que el verano se resiste a retirarse.
Es, sin embargo, la inminencia del otoño. Los árboles empiezan a dejar caer sus hojas y algunos de ellos a tornar su color a los rojos quemados y ocres de la temporada. La calle de Bravo, en su tramo norte, luce vacía. Aparece, imponente y majestuoso, al final de la avenida, el edificio de la escuela Miguel López, que justo hoy cumple 100 años de vida.
Ha pasado el festejo por la Noche Mexicana, el día en que más nos sentimos orgullosos de la tierra que pisamos, y los restos de adornos siguen pendiendo de las puertas de las casas. Algunas de ellas muestran banderas u ornamentos de todos tamaños que cuelgan de paredes y rejas. Algunas, globos también; otras más, luces y papeles de china en los tonos patrios.
Palacio de Gobierno y la Plaza de Armas lucieron un fantástico colorido. Los destellos de los fuegos artificiales hicieron la delicia de los habitantes de las casas cercanas, además, por supuesto de quienes asistieron a la emblemática conmemoración del Grito. La fiesta en su plenitud. El permanente recuerdo de los hombres que lucharon por buscar la independencia y libertad de la que gozamos ahora.
El viernes anterior, el 15, por la ciudad los niños vestidos a propósito de las fiestas. Una fiesta que tiene la virtud de hacer a México unirse en una sola voz, y que tiene que ver con la identidad, con el orgullo de ser parte de este País.
Lo que representa ser mexicano, en los términos generales, es para todos un motivo de hermandad. Es esta identidad, la unidad con la que en lo general nos sentimos identificados. Hoy por hoy, ante los desastres naturales que hemos vivido, ante las noticias que han alarmado en torno a los feminicidios en el territorio nacional, es esa unidad de la que hacemos gala esta temporada la que debemos hacer efectiva con la unión entre los mexicanos, demostrada en cada acto cotidiano.
Estamos enfrentando momentos difíciles con millares de compatriotas vulnerados por la furia de la naturaleza. Es ahora el tiempo de demostrar que verdaderamente estamos unidos no sólo en la palabra, sino en la verdad de los hechos.
Ver de qué manera podemos ayudar en lo concreto, en nuestras escuelas, en los centros de acopio, a través de los medios de comunicación.
Ojalá que la fortaleza de la nación se siga viendo reflejada, como ya ocurre afortunadamente, en obras concretas, por acciones que verdaderamente expresen de nosotros un sentido de integración, de identidad y de unión.
La época que vivimos, tan intensa en el uso de las redes sociales, debe facilitarnos una comunicación que fortalezca los lazos que nos articulan y potenciar los esfuerzos para tender la mano a quienes sufren graves carencias o incluso lo han perdido todo.
Nos dimos cuenta, en semanas pasadas, cuando la energía eléctrica se vio suspendida en nuestra ciudad, de las relaciones tan estrechas, tan definitorias que tenemos con el resto de los estados. Llegó a nuestra puerta y nos percatamos de lo determinante que resulta que lo ocurrido en otras latitudes afecta de manera directa nuestra vida cotidiana.
Estamos todos entrelazados y como miembros de un mismo territorio, integrados en algo más que el idioma: costumbres, tradiciones, ideologías, formas de pensar y religión.
Formamos una sociedad con un pasado en común y un futuro que estamos obligados a construir juntos.
Así como la imagen de los pajarillos del inicio de esta colaboración, vistos pasar en una tarde calurosa de domingo, que iban de casa en casa, sería emblemático que un vuelo como el suyo apareciera entre nosotros los mexicanos. De casa en casa, llevando esperanza, de un mexicano a otro mexicano; del tamaño de la solidaridad que el mexicano ha demostrado en los momentos de mayor angustia, en los tiempos de prueba.
El vuelo, pues, de la esperanza.