Versos a mordidas
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Los amigos del Cronista —los tiene en abundancia, y excelentes— se burlan de él por su afición maniática a comprar libros de todas layas y jaeces. Le reprochan tener junto a una edición original de la Constitución del 24 una más que rústica de las “Aventuras de Sherlock Holmes” escritas por el espiritista Conan Doyle, y al otro lado un estudio sobre los cactus del desierto.
Es esa bibliomanía —o bibliofagia—, sin embargo, lo que permite al Cronista hacer de vez en cuando hallazgos deleitosos. Uno de los últimos lo hizo en un libro casi sin pastas y sin hojas comprado a precio de vergüenza en una librería de baratillo (En las librerías de baratillo ha encontrado el Cronista sus más caros libros). Es ese librito una especie de recopilación de epigramas mexicanos de todos los tiempos, desde la mal llamada Colonia —sobre la cual tuvo derechos de autor nuestro paisano ilustre don Artemio—, hasta el sexenio de Adolfo López Mateos, el presidente más guapo que ha tenido México, sin exceptuar al Juárez de López Obrador.
Arte difícil es el epigrama. Supieron eso Marcial y Juvenal; lo sabe cualquiera que haya calado su cálamo en ese enorme, diminuto género. Una cuarteta o redondilla, cinco versos a lo más, deben bastar al epigramista para crear un mundo de ironía, de humor picante, de mordacidad. Igual que las avispas, un buen epigrama ha de ser pequeñito y punzador. Con un símil más violento mi viejo maestro de periodismo, don Cipriano Briones Puebla, “Tata Nicho”, solía decir que un epigrama debe hacer como los perros de presa: morder y arrancar el pedazo.
Encontré en ese librejo un epigrama que vale por sí solo toda la tarde de la búsqueda. El epigrama es —claro— de Salvador Novo, maestro insuperado en la sapiencia de zaherir al prójimo. Yo conocía, como todos, el que le hizo al infortunado Luis Spota, que tuvo la mala ocurrencia de ponerse en el tocadero cuando llamó a Salvador Novo, por su homosexualismo, “Nalgador Sobo”, y luego de una crítica que Spota publicó en la que dijo que Novo había hecho muy bien escribir su libro “Las Aves en la Poesía Mexicana”, pues era experto en toda clase de pájaros. Respondió Novo con aquel feroz epigrama contra Spota:
Este grafococo tierno
lleva, por signo fatal,
como apellila profesión maternal.
Se diría insuperable este epigrama. Es, en efecto, de los que muerden y arrancan el pedazo. Pero el otro que hallé, si no lo excede, al menos lo alcanza en saña y en maldad. Se lo hizo Novo a Vicente Lombardo Toledano, el líder socialista que decía discursos proletarios enfundado en un traje de casimir inglés (se murmuraba que tenía una docena del mismo corte y color para hacer creer que sólo tenía uno). Al fino espíritu crítico de Novo le irritaba ver que Lombardo se daba buena vida de mesa al tiempo que ondeaba la bandera de redentor de los trabajadores. Y escribió este infeliz epigrama felicísimo:
Lombardo, que es gran burgués,
presume de tovarích.
(Lo que en realidad él es
también termina con -ich,
pero se escribe en inglés).
Aludía Novo al sanababich, forma mexicanizada del son of a bitch o hijo de perra de los americanos.