San Lorenzo y el boticario
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El barrio de San Lorenzo perteneció al vecino pueblo tlaxcalteca de San Esteban. En su origen era una loma con abundante agua de los múltiples manantiales que afloraban en su parte más alta. Los tlaxcaltecas aprovecharon inteligentemente la altura de las aguas y el declive del terreno, y construyeron un sistema de riego para sus huertas, no lejos de la loma.
La hoy calzada Antonio Narro fue una zona con una vegetación muy variada de palmas, nopales y álamos, pero deshabitada hasta muy entrado el siglo pasado, aun cuando algunas familias muy pobres, descendientes de tlaxcaltecas, vivían ahí en cuartos de adobe y carrizo con techos de palma, como se ve en las fotografías de 1908 encontradas hace unos años por Carlos Recio, una en EU y otra en Francia. Los tlaxcaltecas eran agricultores muy laboriosos. Para captar el agua de los manantiales construyeron en la parte más alta pilas de mampostería de dos por tres metros, y una acequia del mismo material para distribuirla a sus huertas. Con el tiempo, las pilas se convirtieron en famosos baños públicos. Miguel Alessio Robles, escritor saltillense, cuenta que se volaban las clases del Ateneo para ir a San Lorenzo a bañarse y comer fruta de las huertas, y que sus aguas eran tan heladas que “eran capaces de congelar a un oso polar”. La costumbre de los baños continuó hasta muy entrado el Siglo 20. En 1929, un negocio de baños públicos construyó a la orilla de la calle Doblado, atrás de la hoy clínica del IMSS, una pila más grande llamada “Olivia”. El nogalar de San Lorenzo se convirtió en un lugar de entretenimiento y diversión. Tenía unas plazoletas de piso y bancas de ladrillo, que servían para fiestas y tardeadas al aire libre, y en los años 50 había columpios y resbaladeros infantiles. Las familias iban de día de campo a San Lorenzo y sus alrededores los fines de semana, en temporada de calor.
La tradición de los días de campo en Saltillo es más antigua que los baños de San Lorenzo. Existen fotografías anteriores a 1900 que así lo testimonian. Una, en particular, respalda la leyenda del boticario que, basada en un hecho real, cuenta don Vito Alessio Robles en su libro “Saltillo en la historia y en la leyenda”. Relata que en 1870, un grupo de familias fueron de día de campo al Cañón de San Lorenzo, y que al comenzar el baile después de la comida, un conocido boticario de Saltillo, notable por su fealdad y su tez cobriza, anunció que se internaría en la sierra con la intención de cazar alguna pieza, pues entonces abundaban los animales, incluidos los osos. Llegado el momento del regreso, el boticario no apareció, por lo que algunos señores fueron en su busca sin encontrarlo. Al día siguiente, emprendieron la búsqueda las autoridades, con campesinos y leñadores expertos en los vericuetos del cañón, y se extendió por mucho tiempo sin encontrar siquiera un rastro, mucho menos los restos del boticario.
Entonces corrió el rumor de que los osos eran animales de costumbres extrañas, como la de enamorarse de las personas, los machos de mujeres y las hembras de algún hombre, y que entre más feas las personas, más se enamoraban los osos. Poco después se concluyó que el boticario había sido raptado por una osa enamorada de la fealdad del hombre, y que en una cueva en lo más alto de la sierra vivían un tórrido romance que no acabaría sino con la muerte.
Agradezco a Ariel Gutiérrez el haberme mostrado preciosas fotografías antiguas de días de campo en Saltillo. En una se aprecia a un grupo de músicos con sus instrumentos, a un lado de los paseantes que lucen bellos atuendos de época. Esta foto es claro indicio de que además de llevar al fotógrafo para retratarse, cargaban con los músicos para amenizar el baile después de la comida, exactamente como lo narra la leyenda del boticario.