Recuerda rescatista saltillense el olor a carne quemada en el fatídico trenazo de puente moreno en 1975
COMPARTIR
TEMAS
Rescatista narra las escenas dantescas que presenció en el accidente ferroviario más grande de la historia de México
Jesús Balderas recibió una llamada a las 06:00 de la mañana solicitando su ayuda para rescatar a personas debajo de los escombros: uno de los trenes más viejos de la línea de ferrocarriles que venía de Real de 14, San Luis Potosí, descarriló.
La tripulación había asistido a la fiesta religiosa en honor a San Francisco de Asís, el 4 de octubre de 1972.
Los feligreses, quienes traían veladoras que habían adquirido en el pueblo minero, las utilizaron para buscar a sus familiares entre los hierros retorcidos del tren, en medio de la oscuridad, cuenta Jesús.
Él trabajaba como llamador de locomotores. El día del accidente, trabajó de las 17:00 a las 24:00 horas. De camino a su casa, observó el pasar de una gran cantidad de ambulancias; no sospechaba que se tratara de uno de los vagones de la empresa para la que trabajaba.
A las 06;00 de la mañana recibió la llamada solicitándole el apoyo en la zona.
“En el transcurso de ese tiempo, el hospital estaba muy cerca de donde yo vivía y nunca dejaron de sonar las ambulancias durante toda la noche. Los médicos no se daban abasto; a los heridos los acarrearon desde Puente Moreno hacia la Cruz Roja y al Hospital de Ferrocarrileros”, recuerda.
Jesús, por la mañana, abordó un tren que lo llevaría junto con otras personas a realizar trabajos de apoyo y rescate en la zona, en dónde había más gente trabajando desde la 01:00 de la mañana.
“Al llegar yo a Puente Moreno, nos avisan que tenemos que repartirnos a lugares diferentes, para ir a buscar a quién ayudar. La entrega total era humana y la tarea fue socorrer a todas las personas que pudiéramos”.
Al llegar, los soldados rodeaban la zona. Jesús vio a dos personas colgadas, entre ellas, una degollada atravesada con un hierro.
“Yo no pude, el olor era, me imagino, de cuerpos calcinados e hice lo posible por retirarme y me retiré. El olor a quemado quizás de personas, vidas o mutilaciones de cuerpos, era insoportable. Los médicos pedían sangre, camas, inyecciones, había una confusión enorme.
Jesús señala que era tanto el ruido de los gritos que los rescatistas se confundían y se desesperaban por sacar y encontrar a las personas que clamaban auxilio.
En al accidente uno de sus compañeros fue mutilado de un pie para poder liberarlo, otros estaban atorados y no podía salir.
“Me gritaban: ‘Balderas, ayúdame’. Los soldados hacían pozos, quebraran cristales para poder ayudar. Ya eran aproximadamente las 10:00 de la mañana”, dice recordando la escena.
El rescate duró casi 72 horas; el sonido de los martillos era contante tratando de romper las estructuras de metal para liberar atrapados, los primeros que ayudaron fueron los estudiantes de la Escuela de Agronomía (la Narro) y vecinos del lugar ubicado al surponiente de la ciudad.
Al segundo día, regresó como ayudante de maquinista; los soldados le impidieron entrar a la zona del accidente.
“Los familiares heridos estaban buscando a sus seres queridos; había personas que quedaron mutiliadas y había quién se dedicaba a completar los cuerpos”, dice horrorizado.
MÁQUINAS
Señala que en aquellos años, no nada más se hicieron investigaciones nacionales, también internacionales; encontraron que el equipo era obsoleto.
“Encontraron 3 ó 4 coches de 1935 y 1940. Para mí las investigaciones que se dieron sí revelaban que el equipo estaba obsoleto”, dice seguro.
Ahora Jesús se dedica a realizar trenes con latas de aluminio. Lo pensionaron a los 42 años, recibe una pensión de mil 200 pesos, la cual le parece injusta.
Se dedica a pintar muebles y a realizar este tipo de actividades para poder sobrevivir. Los próximos días estará en el Archivo Municipal haciendo una exposición de sus pequeños trenes y hablando de su experiencia en el trenazo de 1972 que cambió y marcó a miles de personas en la ciudad.
“Yo soy bisnieto, nieto e hijo de ferrocarrileros. Sigue la nostalgia en mí, en nuestra sangre corren rieles y máquinas, es una añoranza tremenda que se haya terminado ferrocarriles”, dice nostálgico.
“Recuerdo muy bien las máquinas de vapor y esto para mí es una terapia ocupacional, pues ya soy pensionado y no encontraré trabajo, estos trenes (los de aluminio que hace) para mí son un motivo de vida y lo que hago lo hago para ayudar a otras personas para que reconozcan mi capacidad”, agrega.
Lleva cerca de mil 200 pequeñas maquinitas hechas durante 3 años.
Jesús Balderas fue ferrocarrilero por 26 años.