Pónganme el dedo en la boca, y verán si aprieto o no
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El Quijote II, 34
De cacería por el campo van don Quijote, Sancho Panza y los Duques, cuando el gracioso escudero está a punto de ser embestido por “un desmesurado jabalí” que venía crujiendo dientes y colmillos.
Logra Sancho trepar a una alta encina pugnando por llegar hasta su cima, pero con tan mala suerte que se desgajó la rama de la que se había prendido y al venir al suelo se quedó en el aire asido de un gancho de la encina sin poder llegar al suelo. Hacia él se dirige con furia el colmilludo jabalí, que finalmente quedó atravesado por los cuchillos de los muchos acompañantes de los Duques en la cacería.
Luego del susto que pasó, Sancho se manifiesta contrario a ese entretenimiento que “consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno”.
Don Quijote y los Duques son de opinión opuesta y se traban con Sancho en una gran discusión sobre el punto. Le dicen al jocoso escudero que pues si él va a ser gobernador, deberá practicar la cacería como hacen los reyes y los príncipes. Sancho les replica que “la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores”, y que “esas cazas ni cazos no dicen con mi condición, ni hacen con mi conciencia”. El
Duque le dice entonces:
“–Plega a Dios, Sancho, que así sea, porque del dicho al hecho hay gran trecho”.
“–Haya lo que hubiere –replicó Sancho–… que si Dios me ayuda, y yo hago lo que debo con buena intención, sin duda que gobernaré mejor que un girifalte [sobresaliente, en sentido figurado]. ¡No, sino PÓNGANME EL DEDO EN LA BOCA, Y VERÁN SI APRIETO O NO!”
Este refrán, en tiempos de Cervantes, hacía referencia a quien señalaban de bobo. Si aprieta y muerde es cuerdo, si no aprieta es bobo.
En consecuencia, lo que Sancho le da a entender al Duque es que trate de probar si él, Sancho, es bobo o no.