Narraciones visuales de una ciudad marginal
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El fotógrafo regiomontano captura con una mirada monocromática aspectos de la vecina metrópoli que suelen quedar ocultos por sus ansias de crecimiento y desarrollo
Aristeo Jiménez asegura que ve en blanco y negro. Y no se trata de una deficiencia física real, sino de una habilidad artística crucial para el desarrollo de una obra fotográfica que por más de 40 años ha capturado la memoria de la ciudad de Monterrey y su área conurbada.
Allí donde el resto de las personas captan el color él valora la incidencia de la luz sobre los objetos y sujetos de la metrópoli y con su cámara capta estos contrastes desde una perspectiva que tanto él como quienes han hablado de su trabajo califican como única.
Originario de San Luis Potosí llegó a la capital regia a los 10 años. Su familia se instaló en la colonia Tierra y Libertad en los 70, justo antes del comienzo de los movimientos sociales que allí se gestaron y producto de los cuales la carrera de Aristeo comenzó.
“Yo tenía 14 o 15 años”, contó para VANGUARDIA el fotógrafo, “vivía en esa colonia, fundada por posesionarios. Ahí se hizo un movimiento popular que en el 76 atrajo a unos cineastas canadienses que hicieron un documental sobre eso”.
“Había una fotógrafa mexicana en el equipo, Patricia Curiel”, continuó, “yo empecé a ayudarle con eso. Era un chavito de 14 años y empecé ayudándoles moviendo las lámparas para iluminar las escenas pero luego esta señora empezó a prestarme una cámara”.
Narra que en aquella época Curiel, hija del cineasta Federico Curiel, debía regresar a la Ciudad de México con regularidad aunque en cada vuelta le traía sus fotografías, tomadas con una Canon que describió como “muy pesada”, hasta que, en una de sus visitas se aproximó a su familia para hacerles la propuesta que lo encaminaría hacia su actual posición.
“Les dijo a mis papás que tengo buena mirada y que quería llevarme a vivir a la Ciudad de México con ella. Ella tenía 35 años, yo 15, me llevó a vivir una casa colonial en el centro de Coyoacán y me metió como ayudante de un fotógrafo”, comentó.
Explicó que su estadía en esa casa, cuya biblioteca estaba bien provista de importantes volúmenes, le permitió cultivarse en el trabajo de grandes de las artes, no sólo escritores, sino también —y especialmente— fotógrafos.
“Así fui educándome en la fotografía hasta los 21 años que regresé a Monterrey.
Durante un tiempo me dediqué a la fotografía social pero eso no me gustó y regresé a hacer mis fotografías, bajo mi estilo”, expresó Aristeo.
“Creo que he adquirido mi propio estilo, desde un punto de vista de un joven regio, que ve el humo de las fábricas, los obreros, los vecindarios, la pobreza, los niños, las fiestas. Forjé mi estilo desde Monterrey”, agregó.
“Me considero un fotodocumentalista, pero también un artista de la fotografía. Considero que he ido puliendo mi estilo y creo que estoy en mi mejor momento de hacer imágenes. 20 años más de vida útil, de hacer imagen”, concluyó.
Su trabajo se ha expuesto como parte de la Bienal FEMSA y en 3 Museos en Monterrey. Además, en 2013 buena parte de su obra fue publicada en una antología titulada “Ojos que da pánico mirar” de Ricardo Elizondo.
De luz y de sombra
Aunque su ojo dé prioridad a la luz es indudable que en su obra hay predilección por ciertos temas que retratan al Monterrey que pocos vemos; no el de los rascacielos, las avenidas transitadas y los centros comerciales, sino el de la periferia, las colonias, los barrios bajos y marginales.
Técnicamente busca la luz que más contraste le pueda otorgar a sus tomas, trátese de la matinal, antes de las 12 de la tarde, la vespertina, pasadas las cuatro o las luces artificiales que iluminan la noche, tiempo en el que ha creado algunas de sus más importantes fotografías.
“Mis fotos en el día no me gustan, porque hay mucha sombra, pero prefiero y manejo bien la luz de la noche, de los espacios cerrados, las cantinas, las casas, los congales, los prostíbulos”, explicó.
Así es como en su trabajo ha retratado la vida de prostitutas y travestis, de la vida nocturna de las zonas que algunos prefieren olvidar que existen. Y este afán de rescatar lo que otros desean dejar en el pasado también es un aspecto fundamental de su trayectoria.
“Mis fotografías las hago por dos razones”, aseguró, “por dejar una memoria visual de Monterrey que muchos fotógrafos aquí en la ciudad no lo hacen y, como desde niño he visto cómo la vida va cambiando, yo mismo quiero mi propia inmortalidad”.
“No me gusta acumular riqueza. Te mueres y de nada sirvió. Prefiero dejar una memoria para la ciudad, es lo que me importa, así seré recordado, como alguien fotografió Monterrey, y no como alguien que sólo será recordado por su familia”, agregó.
“Monterrey es una ciudad que ha crecido mucho. En algunos lugares yo creo ya va llegando a Saltillo, a Ramos”, dijo entre risas, “hay muchos migrantes, yo mismo soy uno. No estoy en contra del crecimiento pero sí me molesta que en esta ciudad algunos edificios con mucho valor histórico son derrumbados sin misericordias para construir algo nuevo”.
Aseguró que hay un auge de la fotografía en la actualidad, dado el fácil acceso que tenemos a las cámaras, pero lamenta la falta de cultura de la imagen en los jóvenes y comentó la necesidad de implementar cursos para darle mayor calidad a las imágenes de estos creadores.
“Para ser fotógrafo de arte se necesita tener una amplia cultura general, hay que saber de pintura, cine, dibujo, escultura y por supuesto la fotografía misma, danza, música, literatura. Hay que viajar mucho, andar en la calle, eso te forma”, comentó.