México-EUA: la (nueva) crisis migratoria
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A diferencia de lo que hicieron las naciones del viejo continente, al negociar el acuerdo del cual surgió la Comunidad Económica Europea, en Norteamérica se pensó que bastaría con el hecho de permitir el libre flujo de mercancías entre México, Estados Unidos y Canadá, para garantizar que las asimetrías entre las sociedades de las tres naciones se redujeran. La historia ha demostrado que el presupuesto del cual se partió era falso.
Casi un cuarto de siglo después, las asimetrías prevalecen -y acaso se han agudizado- mientras que el acuerdo comercial se encuentra, literalmente, “en el limbo” y nuestro principal socio comercial se queja amargamente de que el TLCAN favorece de forma ilegítima a nuestra nación.
Uno de los más evidentes signos que demuestran el fracaso del acuerdo comercial de Norte América, en el propósito de generar riqueza que se distribuyera de forma que la clase media se ensanchara, es el sostenimiento de los flujos migratorios ilegales a los Estados Unidos, circunstancia que le proporcionó a Donald Trump una de sus banderas electorales más eficaces: demandar la construcción de un muro en nuestra frontera común.
Y, como se ha dicho hasta el cansancio, la idea no ha sido nunca un simple asunto coyuntural del cual el magnate neoyorkino haya echado mano con la intención de ganar votos para después irlo matizando y permitir, eventualmente, su desilusión en el océano de la política exterior estadounidense a la cual le sobran cartas para mantener ocupada a la opinión pública.
El más reciente episodio de esta cruenta batalla política está representado por un grotesco despliegue de capacidad antihumanista: el establecimiento de auténticos “campos de concentración” en los cuales se ha ubicado a los niños que han sido separados de sus padres, luego de intentar ingresar ilegalmente a los Estados Unidos, mientras los adultos son juzgados como criminales en las cortes del vecino país.
Aparentemente impermeable a cualquier crítica —incluida la de los organismos multilaterales y no pocos integrantes de su propio partido— la administración Trump ha señalado reiteradamente que el problema de fondo sólo se resolverá si le autorizan los recursos para construir el muro fronterizo, al tiempo que ha sostenido que mantendrá la actual política de procesamiento de inmigrantes ilegales, pese a que ha sido unánimemente calificada de inhumana.
Por si a alguien le quedaba duda de la determinación con la cual se ha emprendido la estrategia, el Gobierno de los Estados Unidos anunció ayer su retiro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, organismo al cual acusó de “hipócrita y egoísta”.
El asunto no es trivial, desde luego, pero al diagnosticarlo nadie debería olvidar su verdadero origen: en el proceso de corregir las asimetrías sociales de la región, hemos creído falsamente en la fórmula de dejarle al mercado el grueso de la tarea y el mercado nos ha demostrado que lo único que es capaz de garantizar, por sí solo, es una mayor concentración de la riqueza.
Por ello la nueva crisis migratoria entre México y Estados Unidos, o las que puedan venir después de ésta, no se resolverán de fondo mientras no se ponga el acento en la raíz del problema.