Quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda
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El Quijote II, 28
Discuten don Quijote y Sancho Panza después de una aventura en la cual les ha ido muy mal. El escudero ha sido horriblemente apaleado y le comunica a su amo que desea regresar a la aldea para estar al lado de su mujer y de sus hijos. Don Quijote está de acuerdo y le indica que de sus dineros que él le guarda se cobre de su propia mano lo que el mismo Sancho considere. Le dice éste que cuando trabajaba como labrador para Tomé Carrasco “dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida”. Don Quijote está de acuerdo en que tal sea su salario.
Entonces Sancho dice que por todas las incomodidades sufridas como escudero su paga ha de ser mayor. Por lo menos otro tanto, y don Quijote accede. Le pide éste que haga la cuenta sobre los “veinticinco días ha que salimos de nuestro pueblo”. Pero el escudero dice que no son veinticinco días sino “veinte años, tres días más a menos”.
Don Quijote reacciona entonces con mucho enojo y le pone tremendo regaño, el cual termina diciéndole: “Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida… y des en la cuenta de que eres bestia”.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungiéndose de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma, le dijo:
- Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola, si vuesa merced quiere ponérmela, yo le daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me queden de mi vida. Vuesa merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; “MAS QUIEN YERRA Y SE ENMIENDA, A DIOS SE ENCOMIENDA”.
Lo último dicho por Sancho corresponde a un muy antiguo refrán castellano.