LOS SANTOS CUATRO EVANGELIOS, DONDE MÁS LARGAMENTE ESTÁN ESCRITOS
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El Quijote I, 10
Después del enfrentamiento que don Quijote sostuvo con el “gallardo vizcaíno”, le dice a su escudero Sancho Panza que para futuros casos cuando se trate de curarle heridas use el bálsamo de Fierabrás, cuya receta trae en la memoria y que él más delante le dará.
Le explica a continuación lo maravilloso que es ese bálsamo. Le dice que “si en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído al suelo, y con mucha sutileza, antes que la sangre se hiele, la pondrás sobre la otra mitad que quedase en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del balsámo que he dicho, y veraseme quedar más sano que una manzana”.
En esas están cuando don Quijote le pide a Sancho que le cure una oreja que le duele, dice, “más de lo que yo quisiera”. Pero cuando el escudero se dispone a curarle con unas hilas y ungüento que en las alforjas traía, don Quijote se da cuenta que trae rota su celada [parte de la armadura que cubre la cabeza], resultado de la refriega con el vizcaíno, y enfurecido dice:
“Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los SANTOS CUATRO EVANGELIOS, DONDE MÁS LARGAMENTE ESTÁN ESCRITOS, de … tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo”.
En tiempos de Cervantes, como también hoy se hace, se juraba poniendo la mano sobre los Evangelios. Pero también se usaba prestar el juramento no sobre el libro completo de éstos sino tomando sólo dos o cuatro hojas, lujosamente encuadernadas, que contenían, ya manuscritos o ya impresos, sólo los primeros versículos de cada uno de ellos, lo cual explica que al jurar en nombre de los Evangelios se agregara: “donde más largamente están escritos”.