La letra con sangre entra
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El Quijote II, 36
Pregunta la Duquesa a Sancho Panza cómo va en el cumplimiento de la tarea de penitencia que ha de cumplir, consistente en aplicarse tres mil y trescientos azotes para lograr el desencantamiento de Dulcinea del Toboso. Le contesta que se ha propinado ya hasta cinco azotes. Pregunta enseguida la Duquesa con qué se los ha dado. Y Sancho responde que con la mano.
“- Eso –replicó la duquesa-, más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengo para mí que el sabio Merlín [quien fijó la condición] no estará contento con tanta blandura: menester será que el buen Sancho haga alguna disciplina de abrojos, o de las de canelones [extremo más grueso y retorcido de los azotes de seis u ocho ramales], que se dejen sentir, porque LA LETRA CON SANGRE ENTRA, y no se ha de dar tan barata la libertad de una tan gran señora como lo es Dulcinea, por tan poco precio”.
El conocido refrán “la letra con sangre entra” pretende hacer notar que si algo es de verdad valioso, por lo general cuesta un gran esfuerzo su obtención. A propósito del mismo, un comentarista del siglo XVI escribió que “nadie progresa en las ciencias sin esfuerzo; el camino de la sabiduría es escabroso”.
Gonzalo Correas, contemporáneo de Cervantes, dio cuenta en 1627 que otro parecido refrán, hoy en desuso, decía: “La letra, con sangre entra; y la labor, con dolor”.