Instituciones, democracia y corrupción
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En este año que termina 60 países definieron sus gobernantes, y el próximo año se avecinan procesos electorales importantes como el de Colombia, México y Brasil. Los procedimientos democráticos que ha experimentado nuestra región han estado inundados de problemas, dudas y fallas. Aunque las deficiencias son algo relativamente normal en cualquier democracia, el caso latinoamericano tiene sus particularidades.
La democracia, en general, es un sistema imperfecto para la toma de decisiones colectivas. Como bien observó Churchill: “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. Sin embargo, es el menos malo de los sistemas conocidos o en palabras del mismo Churchill: “es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás restantes”. En América Latina hemos copiado el régimen democrático de otras latitudes del mundo occidental, con sus virtudes, pero especialmente con sus vicios. En particular, muchas de las políticas públicas adoptadas en nuestra región han sido fruto de la llamada política comparada, que implica emular esquemas democráticos que funcionan exitosamente en otros países, pero que en América Latina no han cumplido unas condiciones mínimas para ser introducidos. Esta es la discusión de muchos teóricos respecto a la democracia y a las exigencias que ésta presupone para poder funcionar. Por ejemplo, la democracia supone que los votantes saben leer y escribir mientras que la CEPAL indica que Latinoamérica tiene 38 millones de analfabetas; la democracia supone también que los votantes van a votar como si hubieran tenido la alimentación mínima, mientras el Banco Mundial afirma que más de 27 millones de latinoamericanos van diariamente a la cama sin nada qué comer. Este tipo de circunstancias hacen que el principal incentivo a la hora de votar, que es la libertad de elección, se vea transgredido por cosas tan simples como llevar días sin alimentación o no tener la formación básica para firmar un papel o escribir un número. A su vez, esta condición representa también una situación de gran vulnerabilidad ante los corruptos que desarrollan su tarea con gran facilidad, debido a las carencias de nuestra población.
La corrupción es el cáncer de una región que recibió sobornos por 3 mil 500 millones de dólares en el caso Obedrecht y que, en este orden de ideas, ha impedido el desarrollo institucional y ha resquebrajado la credibilidad no sólo de los políticos, sino también de lo político. Esta desinstitucionalización ha sido fruto de mandatarios como Juan Manuel Santos en Colombia, quien ignoró el resultado del plebiscito sobre el acuerdo con las FARC, y que además ha politizado las instituciones, en particular la rama judicial. En la misma vía, el presidente de Bolivia, Evo Morales, desconoció la negativa de sus ciudadanos y de su constitución y encontró la forma para buscar ser presidente por cuarta vez. Ni qué hablar de un país como Venezuela, en el que no existe marco institucional que Maduro no haya ignorado. Decía el premio Nobel de economía, Douglass North, que “las instituciones existen para reducir las incertidumbres que aparecen en la interacción humana como consecuencia tanto de las complejidades de los problemas a resolver, como de las limitaciones de las mentes individuales para procesar la información disponible”. Un país sin instituciones fuertes es un país abierto a la inestabilidad y al caos. Contrario a esto, un país con instituciones sólidas es un país que garantiza el progreso y el porvenir exitoso de sus ciudadanos.
Los sucesos anteriormente mencionados han llevado a que en Latinoamérica el abstencionismo supere el 50 por ciento y a que los peligros contra la democracia en nuestra región logren convertirse en realidades como la venezolana. Si no fortalecemos las instituciones, nuestras democracias serán presas de aquellos que siguen pensando en el modelo marxista-leninista como el ideal hacia el que debemos orientarnos.
Roberto Rave
Analista político y económico
@RobertoRave1
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