Hablemos de Dios 68
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El rostro de Dios es mortalmente temible (Jueces 13 y Éxodo 33). En su momento, sólo aceptó a su ‘amigo’ Moisés, pero usted conoce el triste final de Moisés
¿Cómo era realmente Jesús, el Cristo? Nunca, nunca lo sabremos. Sin embargo, ha aparecido en la obra de innumerables artistas en la historia de la humanidad. Pero nunca sabremos cómo fue en realidad. Al leer al respecto, hay un texto profusamente documentado en el “Vocabulario de Teología Bíblica” de X. León-Dufour para editorial Herder, el cual es una verdadera aplanadora de pensamiento. ¿Estoy, digamos, reduciendo su figura, su gran figura histórica y bíblica a un simplismo al tratar de acercarme a su aspecto físico? Siento que no. Es válido que quiera uno “ver” la cara, la figura de aquel amigo con el cual uno platica o transita por la vida.
De inicio, hay dos voces: Jesús, nombre propio, y un nombre de función, Cristo. Al darle la Iglesia el título completo de Jesucristo se juntan el título proclamado por los creyentes y la persona histórica que vivió en la tierra. Al leer los Evangelios conocemos de su vida, sus milagros, su tránsito, episodios y hazañas, pero nadie lo describe. Y usted lo sabe mejor que yo, los Evangelios no son propiamente episodios históricos, sino que fueron redactados por creyentes, testigos (y no tanto) para fortalecer y sembrar eso llamado fe. Para desgracia mía (y de muchos, creo) no hay un retrato, un dibujo, un grabado, una escultura fidedigna del hijo del carpintero. Por esto se le ha representado y dibujado de acuerdo a la imaginación del artista en turno. Pienso en las representaciones de su figura y rostro de pluma, mano y pincel por Salvador Dalí, Botero, Gustave Van de Woestijne, Leonardo da Vinci, Ludovico Cardi, Tullio Lombardo, Rembrandt… infinita la lista.
Usted, con toda justeza puede replicarme que, más que conocer su rostro, deberíamos enfocarnos (enfocarme) en sus enseñanzas, su hábitos y ritmo de vida que fueron retratados en los Evangelios como su vida cotidiana. De ser así, se desprenden de sus andanzas varios rasgos que lo retratan de cuerpo entero ante nosotros: los hábitos de Jesús eran orar (“Aconteció en aquellos días que Jesús salió al monte para orar, y pasó toda la noche en oración a Dios”, Lucas 6:12. Ojo, oró toda la noche, caray, fe de roca), desafiaba al poderoso, al status quo de reyes e instituciones (“Y estaban al acecho a ver si le sanaría en sábado, a fin de acusarle… Los fariseos salieron enseguida, junto los herodianos, y tomaron consejo contra él, como destruirlo…”, Marcos 3); Jesús nunca se amilanaba ante nada, de hecho, un rasgo de su vida era que siempre confrontaba, era un león, lo que decimos aquí en el norte, era echado para adelante (“Yo soy Jesús, a quién tú persigues…”, le endereza al judío Saulo en Hechos 9:4. Caramba, así cualquiera se asusta).
ESQUINA-BAJAN
¿Qué es nuestro rostro? Dice la Biblia que es el reflejo del corazón (varios Salmos lo recitan). ¿Estamos atribulados, con dolor en el alma? Se refleja en nuestro rostro (Jeremías 30 e Isaías 13). ¿Estamos fatigados? Nuestro rostro da cuenta de ello (Daniel 1:10).
Todo, todo nuestro ser se refleja en nuestro rostro y nuestros ojos. Por algo, ese libro para sabios, Eclesiástico, lo dice de manera magistral: “El corazón del hombre modela su rostro, tanto para bien como para mal”.
De aquí entonces que es tan importante mirar al rostro de los humanos. No de soslayo, no a través de máscaras (los mexicanos somos fanáticos de ello, de aquí el éxito de la lucha libre, sin duda, cosa más seria que la política de vecindario que se practica en nuestro País, mire usted al Papa AMLO), no; debemos mirar de frente, mirarnos entre iguales, por algo dice Proverbios: “En la luz del rostro regio está la vida”.
Afortunados los que vieron el rostro del maestro Jesucristo en su momento. Aunque y al parecer, él mismo sufrió una gran transformación cuando regresó de entre los muertos, cuando tuvo su resurrección.
Recuerde usted los pasajes de los Evangelios donde los discípulos tenían miedo de él y nadie le reconocía. Ahora bien, al único al cual y en su momento se pudo “ver” fue a Jesucristo. A Dios nadie le ha visto, jamás.
El rostro de Dios es mortalmente temible (Jueces 13 y Éxodo 33). En su momento, sólo aceptó a su “amigo” Moisés, pero usted conoce el triste final de Moisés. Ahora bien, ni el buen Moisés pudo ver en su momento a Dios, sólo lo pudo ver de “espaldas”, digamos, mientras pasaba, después de haber “pasado” (Éxodo 33). ¿Mantendremos un “cara a cara” con Dios o con su hijo, Jesucristo?
No lo sé. Cuando uno se muere, pues muerto está, pero para mí, en mi caso, la verdad que sí lo deseo para solucionar algunas preguntas que tienen bulléndome en la cabezota desde que tengo conciencia y no es por presumir, pero esta conciencia me llegó desde muy niño y desde entonces me cuestiono todo, por algo sigo buscando respuestas y por algo sigo leyendo, escribiendo, tomando cursos, platicando, investigando, viendo, observando y sí, orando. ¿Cuál es el verdadero rostro de Jesucristo? Nunca, nunca lo sabremos y, la verdad, ese rostro del manto sagrado de Turín puede sólo darnos una idea, sólo una idea.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Qué necio soy, verdad? Espero mi necedad sea recompensada un día, un momento, y ver a Jesucristo…