Es lo que hay…
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Dice Carlos Herrera, articulista español que ya se sabe que “la política consiste en decir una cosa y hacer lo contrario en un plazo estrecho de tiempo sin ningún tipo de rubor”. Pero no parece que eso le quite el sueño a ninguno de los que así se conducen. ¿Por qué –me pregunto– si la sociedad no confía ya en sus gobernantes, no le ha puesto límite a tamaña desvergüenza?
La política debe tener límites. Un político tiene que aprender a no prometer el cielo y las estrellas cuando anda en campaña y llegado al cargo olvidar y no cumplir. Sólo quien tiene conciencia de los límites que hay que imponerle a la política, sólo a quien tiene sentido de la realidad, debiera permitírsele llegar a un cargo público. La sociedad, destinataria de los abusos y disparates
cometidos por una caterva de zánganos, mediocres, faltos de luces, vividores y rateros, que abundan en todos los partidos políticos, tiene que reaccionar y ponerle un hasta aquí a semejante debacle.
Los políticos deben abrevar en el sentido común, en la ética de los principios que hacen la diferencia entre un oportunista y un estadista. Hoy día la clase política exhibe sin pudor alguno su actuación al margen de las demandas de una sociedad acosada por la inseguridad, por la falta de empleos bien pagados, por la ausencia de condiciones que el Estado tiene el deber de generar para que el bienestar les llegue a todos.
No escucho en las declaraciones de la élite política que entrevistan los medios de comunicación ni una brizna de autocrítica, ni el mínimo de disposición que indique que están ocupándose de cambiar la forma de ejercer un oficio que se han encargado de hacer despreciable. La autocrítica no existe en el imaginario de la élite política de nuestro País, lo que se empeñan en machacar es la dialéctica de buenos-malos, de amigo-enemigo, y no conformes con eso, que ya es deleznable, se niegan a darle solución al problema más grave que agobia a México: la conformación de una nación bajo los lineamientos preciosos de la democracia, es decir, de personas iguales y libres ante la ley.
Lo que tenemos hoy sólo es un remedo. Detestan la crítica, acallan la crítica por la buena o por la mala. Así “no se puede sacar el toro de la barranca”, como se dice en términos coloquiales.
La perversión de la clase política es mayúscula, el sistema establecido por décadas la ha instituido. Sus controles sobre un número importante de mexicanos es escalofriante, la sociedad se ha degradado en los silencios impuestos por la complicidad o por la dependencia. Pregunto: ¿cuántos medios de comunicación podrían sobrevivir sin las cuotas ($$$$) millonarias que reciben del gobierno en turno? ¿Cuántas organizaciones de las llamadas no gubernamentales podrían continuar sin los “apoyos” de “papá gobierno”?
¿Cuántos capitanes de empresa podrían seguir hinchándose de billetes sin las jugosas concesiones y obras otorgadas por el Estado? Con este escenario ¿cómo cambiar el estado de cosas que estamos viviendo en nuestro País?
¿Puede venir de la sociedad civil el “ya basta”? ¿Cómo?
La educación recibida no da para formar ciudadanos, desde las aulas no han enseñado a los mexicanos a sentirse y a conducirse como dueños de su casa, por eso el grueso de la población sigue mirando tlatoanis, y no hombres y mujeres a quienes les paga con sus impuestos para que trabajen a favor suyo, para que le sirvan. Mi optimismo se achica, estimado lector. Vivimos en un sistema político y social enfermo de “encanallamiento permanente” –el término lo leí en alguna parte– porque ha logrado que la anormalidad y la excepción se conviertan en algo ordinario, aceptado sin aspavientos. Es porque es, ¿y qué?
No obstante, y a riesgo de parecer cursi, quizás ha llegado el momento de exigir aunque sea un comportamiento con un mínimo de ética en el ejercicio del poder público.
Por Dios, respetemos a la patria, que no es más que defender el bien común, el estado de derecho y la memoria de quienes antes que nosotros lucharon contra los malos gobiernos y pagaron con sangre su osadía. La política no es este batidillo de porquería que han hecho hombres y mujeres sin escrúpulos desde el cargo público. La política, como expresaba don Manuel Gómez Morín, “es el mejor instrumento para generar bien común” y sin provocarnos daño. Sin duda, la más compleja de las tareas humanas.