El emperador ciego y sordo
COMPARTIR
TEMAS
¿Quién no ha escuchado el popular refrán “a palabras necias, oídos sordos”? ¿O aquel que dice “ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio”? Tal vez algunos recuerden cuando en 1994 el expresidente Salinas soltó el famoso “ni los veo, ni los oigo” a unos diputados del PRD que protestaban en su último informe. Con contadas excepciones, los políticos mexicanos han tenido una relación de distancia y de aparente ceguera y sordera selectiva con sus representados. Parte de este problema se le debe achacar directamente al político en cuestión, pero conforme el político tiene más rango, son sus subordinados quienes deciden qué puede ver y escuchar el patrón. Lo sobreprotegen al grado de hacerle daño.
Así me tocó crecer en el México que cuando el presidente visitaba tu ciudad, de un día a otro aparecían pintados los cordones cuneta y los carriles de las calles, proliferaban anuncios tricolores (priistas) de agradecimiento al presidente, las calles y banquetas eran barridas como nunca y hasta el tráfico desaparecía misteriosamente para que el presidente viera una realidad que no existía. En otras palabras, al presidente lo engañaban y él, tal vez para esas alturas, no estaba muy interesado en cuestionar lo que veía y escuchaba. De forma similar en los eventos públicos siempre se ha controlado la asistencia y se tiene un script hasta la última coma de quién puede decir qué enfrente del presidente o de altos funcionarios. Por decisión personal o por un verdadero complot amigo, los funcionarios acaban aislados en una realidad paralela. Al mejor estilo de la escuela salinista, no nos ven y no nos oyen, a veces porque no quieren y otras porque no los dejan.
El “ni los veo, ni los oigo” de Salinas fue uno de los momentos que consolidaron una oposición real y creíble en México. Con su frase burlona el presidente les dio forma y voz a esos que él pretendía ignorar. Muchos mexicanos nos sentimos aludidos entre los invisibles y los mudos. Se podría decir que la eventual victoria de Fox en 2000 (echada a la basura cuando perdió la cordura) y ahora la de AMLO como segunda oportunidad de un cambio verdadero, son resultado de campañas en las que el presidente convenció a la gente que él sí nos vería y sí nos oiría.
Por eso llama la atención la actitud del presidente López Obrador y de su equipo. Pararse frente a un micrófono cada mañana para no querer entender lo que le preocupa a la opinión pública y contestar solamente lo que la 4T quiere predicar. En un formato que se percibe cada vez más como pasivo-agresivo, en el que se aparenta apertura y disposición a comunicar, el Presidente ignora lo incómodo, no quiere ver (¿le dan alergia?) los datos y se percibe defensivo sobre cosas que deberían abrirle los ojos de lo que pasa en la calle. De pronto actúa como si no viera y no oyera a quienes de buena fe le dan retroalimentación valiosa para su proyecto de transformación y refleja aparentes principios de paranoia. Todos contra él, la calificadora Fitch, el neoliberalismo, el Wall Street Journal, los tecnócratas y los que se acumulen.
Es muy pronto para hundir el barco de la 4T como muchos quieren. Pero si hay una señal que me preocupa es que el emperador se empieza a quedar selectivamente ciego y sordo al estilo Salinas. Obviamente él lo va a negar porque eso no puede sucederle a alguien que cada mañana responde una docena de preguntas, alguien que se desplaza en Jetta o en avión comercial, pero si hay alguien de su círculo cercano que lea estas líneas, por favor suenen la alerta; no toda pregunta o cuestionamiento significa que alguien está en contra de su proyecto transformador. Hay que quitarse las anteojeras y los tapones de los oídos.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com