El canto del desierto
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El automovilista y el peatón levantan la vista en su trayecto.
Y ahí está. Aquí y allá. Una serranía que se asoma de pronto curiosa sobre las techumbres. Hay sitios de la ciudad en que las elevaciones montañesas hacen un collar de horizonte que va ensartando todos los puntos cardinales. Se puede girar en redondo y no se deja de ver el saludo lejano de las ondulaciones serranas, bajo los cúmulos de las nubes invernales.
Santiago del Saltillo parece una ciudad amurallada con la elegancia de la distancia. Una milla de altura tiene este Valle de elevado sur y norte descendente. Ciudad de palmeras y de cipreses, de pinares y álamos. Sus museos son numerosos y politemáticos. Normalismo, tauromaquia, aves, catrinas, espantos, sarapes, historia... y algo fascinante y espectacular: el museo del desierto.
El visitante va engarzando sus asombros al recorrer los pasillos y contemplar tantas maravillas de ambiente, de fauna viva y disecada, de vegetación, de fósiles. Los esqueletos armados de dinosaurios. Y ahora el “Desierto Complejo”. Una exposición universitaria interdisciplinar con música “pellizcada” y “espinada”. Los cactus, las piedras, las maderas, toda la biodiversidad del desierto transformada por la destreza mágica de los estudiantes de las facultades de Arquitectura y Artes Plásticas, de la Universidad Autónoma Agraria, la Escuela de Ciencias Sociales, de la Escuela Superior de Música.
Una verdadera aventura audiovisual que sumerge al visitante en una atmósfera de belleza espontánea, primitiva, salvaje. El espíritu y las manos artesanales combinan la materia prima austera y recia con inspiración que logra formas en que canta el desierto. Y ahí están también las huellas de la esforzada y despojada vida humana de los talladores de lechuguilla. El Museo del Desierto se engalana con esta expresión de investigación, selección, combinación y genio artesanal de una generación universitaria.
El automovilista y el peatón levantan la vista y siempre encuentran la silueta de la sierra. Parece vigilar y cuidar desde su altura a la población saltillense. Le envía su agua limpia sin desabasto que corre por ductos invulnerables desde manantiales y cauces pluviales.
Estado norteño es este de pueblos mágicos, de desierto y de jugosos viñedos y trigales dorados, de huertas sobrevivientes en que reinaba el membrillo y de nogalares generosos.
El canto del desierto palpita en el corazón del automovilista y el peatón. Acá tierra fértil y clima benigno (aunque ahora sufra zarandeos sorpresivos). Allá sol y viento tórrido y flor de palma.
La vecina sierra y el desierto lejano se experimentan como propios. Quizá un próximo evento del museo pueda aprovechar la creatividad universitaria para montar una exposición con todos los aspectos admirables de nuestras montañas vecinas. El canto de la sierra podrá estar lleno de frescura, de alpinismo intrépido, de campamento amigable y familiar y también de heroísmo frente a la devastación del fuego.
En tiempos de resurgimiento, desierto y montaña son símbolos de una actitud de compleja simplicidad y de elevación de espíritu para desterrar toda mediocridad...