Deformación cultural
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El internet exhibe a quienes no saben ni escribir ni pensar. No me refiero a los puntos ciegos que todos tenemos, sino a personas con agujeros negros en el cerebro. Cuando borro malos “amigos” de mi cuenta de Facebook, me conforta sanear el pedacito de planeta que sólo yo controlo.
Hoy, sin embargo, me percato que lucho contra un megalodón social: la atroz deformación cultural del mexicano. Urge un cambio de verdad, basado en razón, no buenos deseos.
Ayer en el EGADE el doctor Carlos Scheel presentó datos duros sobre el predicamento del planeta por la contaminación, la depredación de recursos, los desastres migratorios, etcétera. Pensar en términos de sistemas cómo él lo hace, sin embargo, se ha dejado como la fase final de una buena educación.
La escalera del conocimiento va más o menos así: saber nombrar objetos, luego conectar con acciones entre personas y cosas, luego conectar causas y efectos por ejemplo para aplicar las leyes. Luego vendría entender los límites de las verdades estadísticas. Finalmente navegar en el mundo de la complejidad y los sistemas. Enmarcar todo dentro de la filosofía y los valores.
¿Y que vemos en México? La educación ni siquiera ha traspasado el mundo de la física. Los mexicanos no conectan causas con efectos. No aprecian la razón ni el valor del silogismo. Por eso el Congreso no funciona. Los diputados no se exigen mutuamente el rigor en lógico en los discursos. Mucho menos están en capacidad de percibir fenómenos sistémicos complejos. ¿Valores? ¡Cuáles!
Permanecemos atorados en la etapa de la superstición, la magia y atenidos a los milagros. El problema cultural llega muy alto.
Ni siquiera los que ganan cientos de miles de pesos mensuales como los Magistrados del Trife se sienten obligados a pensar con lógica y mucho menos a regirse por las leyes del pensamiento. Y si logran bajo cualquier excusa tonta echar abajo la merecida multa de 198 millones que le INE impuso a Morena, es porque del otro lado tienen a un pueblo que no llega a pensante y que admite su sentencia aberrante sin chistar. Hay una hipótesis explicativa: nadie quiere estorbarle al mago mayor, López Obrador.
Tristemente en toda Latinoamérica vivimos de la extracción de recursos naturales, dijo el doctor Scheel. México, Perú, Chile, Guyana, etcétera, aceptan la deformación cultural de vernos como explotables. El primer mundo se lleva el oro —literalmente— y nos deja residuos tóxicos; y luego nos envía su basura.
Aún los economistas con maestrías y a veces doctorados no pueden dar a botepronto una buena definición de lo que es una economía y ni siquiera un ejemplo de una. Con la deformación cultural que acarrea hablar de “economías de mercado” se pierden rápidamente. Sepan señores, que “el mercado” es incapaz de identificar problemas sistémicos como son los productos que en menos de un año serán chatarra-basura. No existe la noción ética de auto-gobierno entre empresarios, ni quien se las exija.
Ahora el gobierno reivindica a líderes magisteriales y mineros nefastos agregando otro nivel más de blindaje y protección a lo que evidentemente no funciona. Todo ello gracias a un pueblo pasivo ante un futuro inviable. Por ejemplo, el gobierno paga a los deformadores culturales para que continuen echando a perder cerebros vírgenes.
Mientras sueñan los mexicanos en vivir como gringos, preferiblemente de gratis, el choque catastrófico contra las crecientes limitaciones de un medio ambiente cansado y sin oportunidad de recuperarse corre hacia nosotros. Bastará una sequía prolongada o un crisis sanitaria por contaminación excesiva del aire o el cambio climático.
No tenemos mecanismos institucionales para corregir errores, ni siquiera las fallas más evidentes. Los controles fallan en varios niveles. Nuestra justicia sigue siendo sigilosa, con procedimientos civiles y mercantiles opacos. Vaya no exigimos como sociedad ni lo más básico de lo básico. Nadie conecta la realidad con la ignorancia.
Así de grande es la deformación cultural, un pecado colectivo que pagaremos tarde o temprano.