Contaminación: efecto colateral de los derrames
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Como parte de la información que hemos conocido en los últimos años –y cuya difusión se ha intensificado en las primeras semanas del nuevo Gobierno de la República–, han circulado múltiples videos y fotografías relativos a los derrames de combustible –provocados o accidentales–, derivados del denominado huachicoleo.
Las gráficas han servido fundamentalmente para ilustrar la magnitud del fenómeno de robo de combustible en el País, dejándose de lado una arista que debería preocuparnos tanto –o más– que el negativo impacto a las finanzas públicas producido por el robo a Pemex: el impacto ambiental provocado por tales derrames.
Las imágenes son, a no dudarlo, verdaderamente impactantes: auténticos ríos de combustible o gigantescas “albercas” de gasolina o diésel, producidas por los pinchazos a los ductos de la paraestatal, de donde los pobladores de comunidades pobres sacan el líquido usando todo tipo de recipientes.
Las fotos impactan, en primer lugar, porque ponen de manifiesto el tamaño del fenómeno del huachicoleo y, en segundo lugar, por el enorme riesgo que significa para quienes se encuentran en el lugar y se exponen a ser víctimas de un siniestro.
Pero así como nos impresionan por los motivos anteriores tendría que preocuparnos por el negativo impacto ambiental que generan, pues una parte del combustible es absorbido por el suelo y, en algún momento, terminará contaminando los mantos freáticos.
¿Qué tanto daño al medio ambiente puede provocar el fenómeno? Un buen ejemplo para dimensionar es el descrito en el reporte que publicamos en esta edición, relativo al problema ocasionado en el ejido Las Encinas, en el municipio de Ramos Arizpe, por un derrame accidental del ducto de Pemex que trae combustible al sureste de Coahuila.
Ocho años después del incidente, y pese a las tareas de remediación que la paraestatal ha implementado en el lugar, el agua que se extrae del subsuelo sigue saliendo contaminada, al grado que prende fuego, lo cual la hace claramente inservible para cualquier propósito.
Otro efecto nocivo del suceso es que alrededor de 100 hectáreas de tierra hoy no pueden ser usadas para la agricultura ni para la ganadería, pues no crece nada en ellas debido a la contaminación.
¿Cuántas hectáreas de tierras cultivables o para el pastoreo quedarán inservibles producto de la “guerra contra el huachicol”? ¿Cuánto combustible derramado terminará mezclándose con el agua de los mantos freáticos en las regiones del País donde las mafias del combustible robado perforan indiscriminadamente los ductos de Pemex?
El daño patrimonial que se produce al país por esta actividad ilegal es importante y por ello debe combatirse el delito. Pero, a diferencia del dinero, que sí puede ser recuperado, es probable que al final de esta “guerra” hayamos perdido de forma irremediable una parte de la tierra y el agua que nos son indispensables para subsistir.
Valdría la pena tener en cuenta este aspecto.