¡Conquistados! Ante el fenómeno mercantilista
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La globalización tiene una nueva conquista: ha hecho innecesarias nuestras más bellas y genuinas tradiciones, que han sido sustituidas por costumbres importadas
Según el historiador Matthew Restall existe en México un acontecimiento enterrado en el olvido, una “no fecha”, un “no evento”, un suceso que no suma a la memoria histórica del País y que, por su trascendencia, bien podría ser tan o más significativo que el 15 de septiembre: me refiero a lo acontecido el 13 de agosto del 1521.
Ese fue un día dramático y fatídico para los aztecas. El imperio mexica sucumbió ante los españoles. Miles de personas murieron bajo el poder del hierro y la pólvora, elementos hasta entonces desconocidos por los habitantes del “nuevo mundo”.
Lo inverosímil e impactante fue que, un reducido número de los soldados comandados por Hernán Cortes, arrasaron con el vigoroso y valiente ejército Azteca.
¿Qué provocó la derrota? Indudablemente no fue la ausencia de bravura, tampoco la estrategia bélica de los aztecas.
La razón es más poderosa: los aztecas fueron abatidos (aparte por las alianzas emprendidas por los españoles con pueblos que detestaban a los aztecas y las enfermedades) porque los europeos contaban con herramientas impensables para los mexicas: la pólvora, las armas, los caballos, el hierro, las lustrosas armaduras y los perros guerreros, por mencionar algunas.
El pueblo azteca y su cultura ese día fueron aniquilados por las herramientas de los españoles, por pertrechos totalmente desconocidos por los originarios y dueños de estas ancestrales tierras.
Entonces los habitantes de la gran Tenochtitlán fueron obligados a obedecer a hombres blancos y barbados, también a hincarse ante un extraño Dios, totalmente incompresible para ellos. Ese día también murieron creencias, conocimientos y tradiciones milenarias.
PEQUEÑA CRÓNICA
Otros tiempos fueron cuando celebrábamos en el mes de septiembre, con furor patriótico, la Independencia de México. Cuando las arterias principales de la ciudad manifestaban una elocuente metamorfosis: convertirse en una inmensa bandera tricolor. La gente esperaba el Grito de Independencia; así, el 16, era un día netamente mexicano, tal vez el más nuestro de todos.
El mes de noviembre iniciaba con la mexicanísima costumbre de conmemorar el Día de Muertos, fecha que se revivía con gran fiesta –pero con respeto– la memoria de los seres queridos que se adelantaron en el camino.
Después el gran 20 de noviembre. Días antes a esta conmemoración la ciudad, de nueva cuenta, se vestía con matices verdes, bancos y rojos; entonces los anuncios de los comercios atraían a la clientela con una misma idea: las ofertas de la revolución (abatidas por la mercadotecnia del Buen Fin).
Entrando diciembre los motivos de la “Morena del Tepeyac” solían llenar el alma del pueblo hasta llegar el 12 del mes, día de fiesta nacional, en que la mayoría de los mexicanos se convertían en guadalupanos completos, por lo menos externamente, en ese día.
Solo después de esta fecha y de la tumultuosa verbena popular, iniciaban los preparativos para la Navidad. A partir de ese día el tiempo se media de posada en posada. La ciudad y su gente se dejaban invadir por el espíritu de la época tradicionalmente reconciliadora, y todo esto continuaba hasta el 6, Día de Reyes (bueno, esto continua vigente, pero con otro sentido).
SIN SANGRE
Un fenómeno mercantilista silenciosamente conquistó nuestra cultura. En estos tiempos, desde el verano, en la mayoría de las tiendas departamentales de origen extranjero empiezan los motivos navideños: los comercios se observan atestados de gordísimos Santa Claus, de innovadoras luminosidades navideñas y de esferas multicolores.
Nos hemos rendido, sin saberlo, a una práctica comercial extranjera. Parte de la esencia de nuestra cultura como es la Independencia, el Día de Muertos, la Revolución y la tradicional fiesta Guadalupana, han sido usurpadas por la más pura y manipuladora mercadotecnia norteamericana (y con empresas como Amazon, que ponen el mundo de las compras a un click de distancia).
Esta euforia, este desenfreno llegó para no irse jamás. Es triste, pues manifiesta un hondo abandono de nuestros más tradicionales tiempos y costumbres. Es inquietante, pues descubre a una sociedad obsesionada por las apariencias, abocada al consumo, embrujada por un loco afán de sobrevivir a toda prisa, a la sombra del materialismo, ausente de una existencia apaciguada, sencilla; más bien aproximada a las preocupaciones exigidas por no sé qué tantos anhelos y modernas competencias, despojada de lo mejor que solía ser nuestro.
La globalización ha traído obsesiones dramáticas conduciéndonos al absurdo: importar y exagerar otras costumbres. De nueva cuenta hemos sido conquistados, pero ahora sin pólvora y armaduras; y es ahora nuestra propia voracidad e ingenuidad la que nos carcome el alma.
Seguimos modelos de comportamiento creados por una minoría de personas de países extranjeros, hábitos que son ciertamente legales, pero cuyos efectos colectivos son moralmente desastrosos porque irrumpen nuestra historia, tradiciones y costumbres: si hacemos un breve recuento de lo que experimentamos en nuestra ciudad en relación a la avidez por comernos el tiempo y devorar las tiendas, veremos que esta aseveración es cierta.
Lo inmoral radica en que la pobreza y la desigualdad de México son inaceptables, a diferencia del país que exporta tales costumbres y que puede sostener esos niveles de consumos.
La indigencia siempre presente en México, que debería sensibilizar las conciencias para ser prudentes y frugales, no parece preocuparnos, menos en este Buen Fin.
Qué locura, mientras se consume absurdamente y se compran bienes, muchas veces innecesarios, la problemática social y económica de México continúa agravándose. La indiferencia y la insensibilidad permanecen a flor de piel.
¿LIBERTAD?
La calidad de vida también se fundamenta en el ejercicio pleno de la libertad personal, pero ¿puede haber libertad personal si existe una clara manipulación derivada de muchas de las prácticas comerciales actuales?
¿Puede haber libertad si todo este influjo mercantil se encuentra sutilmente impulsado por una minoría de personas a las que la colectividad, inconsciente o ingenuamente, le sigue creyendo que esta manera de vivir es la correcta y, peor aún, que es la única?
La libertad ha de ser conscientemente practicada por todas las personas, no por unos cuantos que la inventan en nombre de los demás, mediante una mercadotecnia manipuladora e inmoral.
El problema central puede no residir totalmente en el consumismo o en el deseo de abandonar nuestras más hondas tradiciones, sino en el hecho de que muchas personas otorguen su propia libertad a terceros, que irresponsablemente se cedan las decisiones, dimitiendo la condición personal de seres humanos al dejarnos llevar por quienes, sin respetar tradiciones, desde el verano (y ahora noviembre) inventan el “gran negocio” del mes de diciembre, un negocio manipulado por la publicidad e impulsado por la irracionalidad.
Tal vez los vacíos del corazón que se agrandan vertiginosamente y la ética colectiva extraviada sean algunas de las causas de esta miopía y sin razón.
CONQUISTADOS DE NUEVO
La globalización tiene una nueva conquista: ha hecho innecesarias nuestras más bellas y genuinas tradiciones, que han sido sustituidas por costumbres importadas. En fin, esto ha traído nuevas ventajas: ahora podremos adornar nuestras casas con el americanísimo gordo de Santa Claus hecho en Taiwán.
Ahora en nuestros hogares podremos sustituir las viejas hechuras de barro –moldeadas por artesanos mexicanos – por hermosos nacimientos con figuras y motivos también mexicanos, pero obviamente fabricados en la China “comunista”, especialmente para un pueblo que ha dejado de valorar lo suyo, para un pueblo que, por unos cuantos dólares y una publicidad masiva, ha renunciado a las más excelsas tradiciones forjadas en su legendario y valioso pasado. Para un país que se ha dejado conquistar de nuevo, ahora por el consumismo y la indiferencia.
¡Qué desgracia! Pareciera que somos un pueblo de fácil conquista, siendo ahora un cómodo botín para costumbres extrañas, para mentes manipuladoras, para empresas “globalizadas” que, sin cargo de conciencia, aniquilan creencias y tradiciones ancestrales y crean dioses voraces. Que matan costumbres muy mexicanas, ante nuestra indiferencia.
cgutierrez@itesm.mx
Programa emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo