Congreso de la Unión: el costoso ‘turismo parlamentario’
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Uno de los aspectos del servicio público que más agravia a los ciudadanos es la percepción de que nuestros funcionarios –representantes populares incluidos– utilizan su posición para disfrutar, con cargo al erario, de lujos a los cuales no podrían acceder de otra forma.
Y el agravio crece cuando, frente al monto de los gastos generados por sus actividades, resulta muy difícil –cuando no imposible– percibir los beneficios que a la sociedad le reportan erogaciones que, salvo prueba en contrario, sólo pueden ser percibidas como “excentricidades”.
Una buena muestra de ello es el reporte que publicamos en esta edición, relativo al monto de los viajes al extranjero realizados por quienes formaron parte de la 63 Legislatura de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión y que, de acuerdo con la información revelada, sumaría casi 56 millones de pesos.
Viajes a Europa, África y Oceanía, que implicaron la adquisición de pasajes aéreos cuyo costo sólo se explica por haberse adquirido asientos en primera clase –y a última hora–, integran el catálogo de “lujos” que nuestros representantes populares se pagan con cargo al erario.
Pero el gasto –con todo y que parezca excesivo a primera vista– sería justificable si todos fuéramos capaces de percibir que la asistencia de nuestros parlamentarios a reuniones en el otro lado del mundo se traduce en beneficios concretos.
Y en eso tendríamos que concentrarnos, es decir, en saber cuál fue el beneficio que nos redituó que nuestros legisladores acudieran a reuniones y encuentros con sus homólogos en lugares como Nairobi, Dakar, Estrasburgo, Emiratos Árabes o Hobart, en Australia.
Sin duda, el trabajo parlamentario implica el intercambio de ideas y experiencias con los pares de otras regiones del mundo. Y también ese intercambio puede traducirse en beneficios concretos para la comunidad, razón por la cual es deseable que se realice.
Pero cuando tales beneficios no pueden ser percibidos a simple vista o, como ocurre en nuestro caso, ni siquiera se tiene alguna noción de ellos, el reclamo no solamente resulta normal, sino obligado.
Viajar alrededor del mundo con cargo al erario no es un problema en sí mismo. Hacerlo sin que ello se vea reflejado en un trabajo parlamentario de calidad –que los mexicanos hace mucho no apreciamos por ningún lado– constituye un insulto para la comunidad.
Valdrá la pena, desde luego, que la información relativa a los viajes realizados por quienes “nos representaron” en la pasada Legislatura Federal no se quede sólo ahí, sino que venga acompañada del análisis de los informes que, es de esperarse, fueron rendidos por quienes realizaron los viajes.
Valdrá todavía más la pena que quienes hoy integran la Legislatura Federal no reproduzcan el modelo, es decir, que no nos estemos enterando dentro de unos meses que el “turismo parlamentario” sigue siendo una costumbre que goza de cabal salud entre quienes hoy nos representan en el Poder Legislativo Federal.