Centenario de Arreola
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Estamos en vías de ser un pueblo de zombis. Tal vez ya lo seamos. Coahuila es territorio zombi. Hay dos culpables plenamente identificados: el Gobierno que así lo programa milimétricamente para tener a la ciudadanía en letargo, adormecida, en mutis perpetuo y claro; los principales culpables somos nosotros, los ciudadanos. Me incluyo, vaya. Una y otra vez se ha publicado que la feria rural del Libro de Arteaga, es la “mejor del norte”. Pero todo mundo se ha dado cuenta (si yo me he dado cuenta, es que todo mundo se ha dado cuenta. Tengo ideas menores, jamás hago el gran descubrimiento, vaya) que a la feria ejidal del libro vienen puros chavos que ganan premios de todo tipo… pero que no han leído ni tienen el bagaje suficiente. No sólo cometen faltas de ortografía escribiendo, sino hablando. Y como ahora lo importante es la ecolalia: no leer antes, sino escribir sin preparación alguna, se ha llegado a grados insanos de ignorancia, emparentada ya con al estupidez.
Llegó y se fue la feria ejidal del libro de Arteaga y llegó y se fue el pomposo Festival Internacional de Cultura (lo que eso signifique) y las omisiones son de escándalo. No los aciertos, sino las omisiones son lo que habla por el Gobierno del Estado y su gestión de cultura. Hoy abordo a vuela pluma aunque sea, un centenario el cual, como todo lo importante, ha pasado de noche. Y ni se diga en ese feudo llamado Universidad Autónoma de Coahuila, el cual es una escuela de formación de solados del PRI, nada más. Su rector, Salvador Hernández Vélez tiene poco más de 45 años de pertenecer a su establo. Ni el Gobierno ni la UAdeC pudieron programar un acto, un mínimo homenaje al menos, por el centenario del nacimiento del gran maestro Juan José Arreola. Lo importante, como siempre, es letra muerta en Coahuila. Se hace ha propósito, para que usted no crezca ni piense ni sea crítico, señor lector. Es a propósito. No hay duda.
A Juan José Arreola (1918-2001) Beatriz Espejo le dijo que era “un genio completo”. El maestro Arreola fue encuadernador, vendedor de libros, cuentista, polemista, ensayista, jugador empedernido de ajedrez, editor, cronista, traductor, crítico de arte, microhistoriador, conversador de largas tertulias, escritor de solapas y prólogos… al maestro se le aplicó lo que dijo otro inmortal mexicano, Ramón López Velarde: no tuvo miedo morir, porque vivió de todo. No conocí al maestro Arreola en vida, pero sí estuve ya en su pueblo, Zapotlán, el grande (así le decía el maestro y no como su nombre actual, Ciudad Guzmán, Jalisco). Este artesano de la palabra tiene varios logros, amén de su obra, una parca obra cincelada a la perfección. El no menos célebre Juan Rulfo dio a conocer sus primeros relatos en la revista “Pan”, que editaban Juan José Arreola y Antonio Alatorre en Guadalajara. ESQUINA-BAJAN
Juan Rulfo y Juan José Arreola o como el nuestro, Julio Torri, al igual que Bartleby –aquel personaje memorable de Herman Melville– fueron copistas en oscuras y siniestras oficinas burocráticas y, en una especie de linaje escogido, retomaron o continuaron con la fórmula bartlebyana de renunciar a escribir para instalarse en el más ensordecedor silencio. Se ha dicho de Arreola que éste nunca quiso escribir la “gran obra”, sino únicamente retazos, fragmentos sincopados, pero ahora en su centenario, se han reeditado sus libros, se han unido sus fragmentos y palabras dispersas con lo cual se han publicado libros nuevos con todo ello y sí, escribió y publicó más de lo que uno supone. En su momento, el gran maestro fue ganador del “Premio Juan Rulfo” de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Jalisco. Y para que usted vea el calibre de premiados, van algunos ganadores: Nicanor Parra (Chile), Juan José Arreola (México), Julio Ramón Ribeyro (Perú), Olga Orozco (Argentina), Cintio Vitier (Cuba), Rubem Fonseca (Brasil)… ¿Y aquí?
Cuenta la historia que hacia 1952 o 1953, y en casa de Claribel Alegría, Juan José Arreola llegó borboteando entusiasmado por un joven escritor, el cual tenía la osadía de inventar un personaje que “de vez en cuando escupía conejos” en el texto. (“Bestiario”, Ed. Sudamericana. 1951). Si Gabriel García Márquez podía hacer llover pájaros en sus libros, un joven llamado Julio Cortázar hacía escupir conejos a sus personajes. Fue Arreola y nadie más, uno de los primeros en hablar maravillas de Julio Cortázar, ese escritor del cual todo mundo habla y cita, pero pocos leen (crítica certera en este espacio del deslenguado periodista Luis Carlos Plata). Más citado que leído, igual que Miguel de Cervantes, pues.
Arreola era un poeta que vivía como un santo. O al revés. “Con poco en el cuerpo, pero mucho en el alma”, según definición del maestro Armando Oviedo. Debo de tener la mayoría de sus magros y enjutos libros, donde la polución de sus ideas florece a cada línea. De su libro “Confabulario”, releyéndolo a trompicones para escribir esta pálida estampa, doy con un texto bellísimo, “Parábola del trueque”, donde el maestro Arreola, sabio cuentista, da cuenta de un mercader el cual recorre las calles de un pueblo con un pregón de fuego: “¡Cambio esposas viejas por nuevas!”. Lea el texto, poesía en estado puro. ¿De qué van a acusar al maestro Arreola los mojigatos y mojigatas, ante gobernación literaria de Ana Sofía García Camil? ¿Sedición, falta de equidad de género, insultos a las féminas, poco respeto a las faldas y enaguas de las mujeres tratadas como mercancías…?
LETRAS MINÚSCULAS
“Las mujeres iban de luto, lacias y desgreñadas, como plañideras leprosas”. Arreola, un centenario que en Coahuila es sombra, polvo, nada.