Canto a dos voces 2/2
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TEMAS
En el texto anterior (lunes), le dije de mis andares en Guadalajara. También, de mi deambular diario por restaurantes, bazares de asombros y librerías. Claro, cafeterías y restaurantes. Ignoro de mi fijación actual por Guadalajara, no obstante de mis visitas frecuentes y recurrentes a esta ciudad en años anteriores. Ha de ser su clima, sus avenidas y calles arboladas, sus buenos restaurantes, sus mujeres hermosas como pocas las hay en otra parte de la República. Ha de ser algo de esto o todo junto. ¡Bah!, da igual, estoy viniendo seguido a Guadalajara nada más por antojo, así de sencillo. Y un día de vago y de antojo, se me atravesó en el camino, en una colonia de la cual no tengo el nombre, un bazar. Un bazar/librería donde un viejecillo encorvado, oloroso a naftalina y lavanda, me señaló como mío, un cuadro del gran pintor chileno pero ciudadano del mundo, Roberto Matta. Nada más y nada menos, un Matta. Ese día, lo tomé como un cumplido.
Nunca, nunca voy a tener dinero para tener un Matta. Pero ese día, el viejecillo anticuario, con toda la sabiduría encapsulada en sus espejuelos ovalados, me espetó: “ese cuadro va a ser suyo, tenga paciencia… pero mire, mire este libro”. Era “Duotto. Canto a Dos Voces” de Gonzalo Rojas y claro, Roberto Matta. Libro bellamente editado a toda tinta y con textos de ambos y reproducciones de la obra de Matta y un amplio álbum de fotografías. Un deslumbramiento para la mirada, para los ojos y para mis manos. Y sigo mi tesis de la columna pasada: soy viejo. Como soy viejo, siempre estoy diciendo de lo mucho lo cual me sorprende el mundo. Pero, como soy viejo, soy torpe y soberbio. Y una vez la vida, la buena vida me dio lección de eso, de vida. El volumen con el par de ases (uno poeta, de los más altos de Iberoamérica y el otro, uno de los pintores más altos de Iberoamérica y también escritor) tiene fecha de imprenta de 2005 y no, no lo conocía ni tenía su ficha. Ha sido un deslumbramiento en mi vida.
El viejo anticuario, con chaleco afelpado, espejuelos redondos y centenarios, con un bastón con empuñadura de plata de un lobo aullante, me acercó el libro y se retiró. Yo me quedé observando, contemplando el cuadro de gran formato del maestro Matta y con el libro asido a mi enjuto pecho. Cuando me dispuse a salir del bazar, luego de disfrutar de tanta maravilla, pasé a pagar el volumen con el viejecillo de edad indescifrable. A lo cual, cuando me acercaba a su escritorio, éste sólo me dijo: “Quédese con el libro señor, lo va a disfrutar. Luego me lo paga. En cuanto al cuadro del maestro Matta, el cuadro es suyo. Lo va a esperar…”. Insistí en pagar el libro, el viejecillo anticuario insistió en no cobrar.
ESQUINA-BAJAN
Un duelo de honor entre viejos, vaya. Somos viejos. Soy viejo. Y este adjetivo me va muy bien y tiene su linaje escogido. ¿Soy de la “tercera edad”, soy “adulto mayor”, soy “adulto en plenitud” son mamadas. Soy viejo. Y viejo fue mi padre y mi madre. ¿Antes? Antes no se tenía miedo a las palabras como hoy. Por eso me jacto de haber vivido en la mejor época de la humanidad. Antes, no hoy. En los siglos 14, 15 y 16 ya usaban este término como alta literatura Gonzalo de Berceo, don Juan Manuel, Juan Ruiz de Alarcón, Luis de Góngora, Leandro Fernández de Moratín… ¿Adulto en plenitud? Eso no tiene traducción al cristiano. Caramba, tan jodidos estamos hoy para tener miedo a decir viejos. En fin.
Me fui con el libro bajo el brazo. El viejo insistió en no recibirme el dinero. Yo insistí en pagar su costo. Enderecé mis pasos a un restaurante de comida italiana el cual estaba como a tres cuadras del bazar de asombros. Di una vuelta en redondo, pero lo encontré. Me apoltroné en una de sus sillas, ordené una pasta corta con ajo, tomate, perejil y sobre ella, tiras de pollo. Pedí una copa de vino tinto de la casa. De mi maletín saqué el libro “Duotto” y empecé a leerlo y subrayarlo. De los poemas de Gonzalo Rojas a los dibujos, bocetos y cuadros de Matta, era sólo un salto en la página. Ambos, textos y artes plásticas se complementaban, se complacían mutuamente en su placer estético. Pero, al empezar a subrayar aquí y allá, vi, digamos, palabras, términos “intrusos”. Cedo, no palabras intrusas, sino la irrupción de una nueva terminología dentro de la poesía, su métrica, sus variables, su sonido, sus puentes, su definición y su poética.
Lo anterior es tema de un libro, no de un texto a vuela pluma y rápido como éste. Pero no puedo dejar pasar lo anterior. En un texto portentoso, el poeta Gonzalo Rojas se pregunta precisamente lo anterior. Específicamente en su poema “Adiós a Hölderlin”. No es gratuito el título de su poema, pero el espacio aprieta y luego lo puntualizaré sobre la genealogía del gran poeta alemán el cual loco de amor, tocaba la espineta en su torre de una casona rural y así recibía a sus visitas. Pero, en su texto, Rojas dice: “Computador/ se dice con soltura en las fiestas, computador/ por pensamiento”. ¿Lo notó? En los textos de hoy abundan esta terminología: computador, el celular, las drogas, la conversación en tiempo real…
Dice Rojas: “menos alucinación/ y mas droga, mucho más droga…”. ¡Ah!