Café Montaigne 78
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TEMAS
Ellas son felices así, con lo que son y lo que tienen. En Inglaterra y en el año reciente de 1900, se le permitía al hombre la posibilidad de encerrar a su mujer en un manicomio… aunque ella estuviera cuerda y en sus cabales
Hace algunas lunas me tomé un buen café con usted en este espacio sabatino y abordamos eso llamado fechas y conmemoraciones en el calendario. Recordatorios de un pasado, de un evento que aun late en nuestros pueblos, en nuestra vida e incluso, en la humanidad toda. Hay al parecer dos o tres fechas las cuales tienen que ver con un todo y son piezas de un solo rompecabezas: la vida social, personal y política de la mujer. La mujer está tan olvidada y atrasada, que es necesario “festejar”, celebrar sus “conquistas”, tales son el voto femenino, libertad de culto igualdad de derechos, no ser golpeadas tan bárbaramente por los hombres, es decir, lo que hoy se conoce no sólo en México, sino en el mundo como la equidad de género.
Amo a las mujeres. Las trato como Princesas que son (Princesas, no Reinas. Las Reinas, dicen los cuentos clásicos infantiles, son horribles y de un carácter de acuerdo a su fealdad física). Tanto las amo y quiero a todas caray, que no me he podido quedar en mi vida con una sola. Hoy día, salgo con dos señoritas, una en Monterrey y mi pareja de siempre, aquí en Saltillo. ¿Virtud o condena? La balanza moral en este caso no me interesa; así soy, qué le vamos hacer. Pero resulta inquietante desde mi personal punto de vista lector, que las mujeres (un 99 por ciento de ellas) no aspiran verdaderamente a más, salvo que uno las apapache en el regazo, las trate bien y ellas se darán por felices. Su historia de “libertad” es reciente. Apenas en 1920 en Inglaterra, lograron su derecho al voto igual que los varones. Votar se les autorizó en la ex URSS en 1917, en Alemania en 1919, en España en 1931, en Francia en 1946…
Cosas curiosas sin duda hay en el mundo con esto de que las mujeres desean ser iguales que los hombres. Las que conozco, en honor a la verdad, ni lo desean ni lo pelean. Ellas son felices así, con lo que son y lo que tienen. En Inglaterra y en el año reciente de 1900, se le permitía al hombre la posibilidad de encerrar a su mujer en un manicomio… aunque ella estuviera cuerda y en sus cabales. Un poco antes, siglo XIV, un refrán inglés afirmaba tajantemente: “cuánto más se pegue a una mujer, a un caballo y a un nogal, mejores serán.” Caramba, no hay prueba de ello, pero todavía y hasta hace poco relativamente, aún se discutía si una mujer tenía suficiente inteligencia como un hombre para asistir a una cátedra universitaria y entenderla.
¿Lo duda? José Gaos, filósofo del exilio español en México (lustro de 1965 a 1970 en el país, aproximadamente) lo afirmaba así en su cátedra en la UNAM. Si Cenicienta vio y descubrió el poder de sus bien torneadas piernas y su fino y bello pie para engatusar a un Príncipe y lograr una beca de por vida, hay otro tipo de mujeres que han luchado por una igualdad que no llega del todo.
ESQUINA-BAJAN
Una de ellas es la inconmensurable Virginia Wolf (1882-1111). Quien por cierto se suicidó, se fue a ahogar a las plácidas aguas del río cercano a su residencia. Cuando rescataron su cuerpo, traía los bolsillos del abrigo relleno de piedras. Imagino, para hundirse lo más rápido posible y sin retorno alguno. Luego la abordaremos aquí mismo puntillosamente. La Woolf (este tema le va a interesar sobre manera al chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas), en su obra cumbre y señera (“Una habitación propia”), verdadera aplanadora de pensamiento, vio que la diferencia en la vida entre los hombres y las mujeres iniciaba en… los alimentos que consumían.
El proceso civilizatorio de la gastronomía: puentes y diferencias entre el varón y la fémina. Apenas en la página 13 y recién entrando en materia de su ensayo, Virginia Woolf advierte que en un almuerzo (comida, para nosotros) en un Colegio de Cambridge, donde asisten el cuerpo académico y los avispados alumnos, estos se deleitan con un lenguado gratinado con crema de nata, perdices tiernas con patatas doradas, coles de Bruselas, de postre pastel y todo ello rociado abundantemente con vinos selectos. ¿El almuerzo en un Colegio para mujeres? Una sopa de caldo donde se puede ver el fondo del “bowl.” Luego, una “trinidad casera”, carne de buey, papas y verduras, que le recordaba a la escritora, las vacas de un “mercado barroso.” El postre fue de ciruelas y crema. Todo, todo rociado y deglutido con jarras y jarras de… agua.
Caray, Woolf era grande y lo deletreó perfectamente. Su ensayo que se sigue disfrutando como si fuese escrito apenas ayer, puso el dedo en la llaga de la vida femenina: para que una mujer pudiese escribir una novela (es decir, dedicarse al mundo intelectual y estar atentas a la polución de sus ideas), necesitarían, necesitan dos cosas fundamentales: una habitación propia y dinero. Cosa que al día de hoy, la gran mayoría de las mujeres sigue sin poseer. A muchas ni les atrae lo anterior. Otras lo buscan y no lo encuentran. En fin, mucho por explorar en esto de la llamada “equidad de género.”
LETRAS MINÚSCULAS
¿Conoce usted a un jugador de baloncesto de la NBA, quien juega con los Lakers? Tiene dos novias buenísimas, una morena y una blanca. De infarto el par de niñas. Ambas son amigas y van juntas a vitorear a su galán. Esto es civilización, caray.