Artemisia Gentileschi
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Las mujeres siempre serán noticia. Para bien y para mal. A últimas fechas, todo gira en torno a su explotación sexual en todos los campos del quehacer humano (las violaciones recurrentes en el cine, en la música, en los deportes, en la oficina y un largo etcétera, situación que se vino en alud cuando una actriz lo empezó a ventilar en sus redes sociales y ya luego, públicamente, Rose McGowan y luego, Asia Argetno en contra del productor millonario hoy en desgracia, Harvey Weinstein y el movimiento mundial llamado #MeToo). Y vaya, la degradación de la mujer siempre ha existido desde tiempos antiguos. Tan antiguos, como el origen de la humanidad o bien, con el origen de la Biblia, si usted cree en ella como inicio de la humanidad.
De hecho, cuando doy algunas charlas, talleres o conferencias, siempre pongo como ejemplo de la despersonalización de la mujer, su escasa identidad o de plano, la nula identidad de ésta como tal, aquella vieja historia de la Biblia, cuando se convierte en estatua de sal la famosa mujer de Lot (Génesis 19:26). Lot pues sí, era el varón y tenía nombre. ¿Y su mujer? Pues no sabemos, no tenía nombre, era intrascendente: era su costilla, su costado (costado que luego rellenó con carne Dios en Adam) era la mujer de Lot, así de sencillo. Era su posesión, su mujer, su esclava, su sirvienta, vaya. Así ha sido desde siempre y así va a seguir. Seamos francos, no somos iguales los hombres y las mujeres. Somos distintos. En todo. Eso de la equidad de género es algo jurídico, y políticamente es correcto, pero en la sustancia no aplica y sirve para poco o nada. No voy entrar en polémica (por ahora) al respecto, pero si usted es sólo un observador como yo, no hace falta que funcione mucho nuestra neurona para darnos cuenta de lo anterior.
Sólo para recordar, creo que ya le presente aquí a usted en una reseña pretérita, la novela de “El Contrabajo” de Patrick Süskind. El escritor alemán en su texto de 140 páginas escribe preñado de una erudición a flor de piel, letrado y frío en la descripción y en la morosidad en la construcción de su personaje, un hombre de 35 años que ejecuta un instrumento musical, el contrabajo. Lo asfixiante de su soledad, el fondo de su vida (anverso y reverso en un microcosmos), la habitación ingrávida en la cual vive o cree vivir… El personaje, el ejecutante de “El Contrabajo” de Patrick Süskind, pregunta a su interlocutor ¿ficticio, real?, “… la mujer juega en la música un papel secundario. Me refiero a la creación musical, a la composición. ¿O conoce usted una compositora de renombre? ¿Una sola? ¿Lo ve?”. No vaya usted a Internet en este momento, señor lector, ¿puede usted nombrar a su mujer compositora favorita en este instante?
ESQUINA-BAJAN
Tica tac, tica tac. Pues no, no las hay de renombre. Afloran y rápido Amadeus Mozart, Luigi Cherubini, Franz Liszt, Ludwig van Beethoven, Schubert, y claro, mis preferidos, Joseph Haydn y Frédéric Chopin. ¿Y una mujer compositora? No la encuentro en mi pálido alfabeto. ¿Y mujeres pintoras? Por favor, deje de lado a la pésima imitadora de brocha gorda que fue Frida Kahlo. Era aprendiz, su “arte” si podemos llamarle así, está más emparentado con la enfermedad y patología, que con la verdadera vocación de un artista. Dejemos atrás un poco incluso, el genio. Un artista sencillamente, vaya, aplicado y disciplinado. ¿Deme una gran pintora de renombre que le mueve a usted la tierra? Tic tac, tic tac… casi no hay. O de plano, no las hay.
Y nada más un poco tal vez para irritarle o irritarla, señor y señora lectora: los pocos cuadros que pintó la Kahlo no, no están en Coyoacán, ni en su Casa Azul y estos lugares harto turísticos donde venden “gato por liebre” a gente sin conocimiento previo; es sólo ir a sacarse fotos para el “feisbuk”. Las obras de la Kahlo están en el “Museo Dolores Olmedo” y realmente son pocas y lucen magras y grises, comparado su “arte” con la obra, la colección de primer mundo donde hay Diego Rivera en todas sus manifestaciones: bueno y vasto. Y para terminar: los cuadros de Frida Kahlo (casi todos), son pinturitas del tamaño de una hoja de máquina, con brochazos mal cuidados que un buen artista, jamás hubiese dejado así… en fin, mitología creada por la reina del pop mundial, doña Madonna.
¿Cuál es su historiadora favorita, cuál es su pintora favorita en la historia de la humanidad, cuál es su compositora favorita en la tradición de la humanidad? Usted mismo responda y sin mentir, las preguntas. Avanzamos. Un dato de miedo: 20 de las 2 mil 300 pinturas expuestas en la poderosa y mítica “National Gallery de Londres” con fondos de pintura europea que abarcan del año 1250 al 1900 han sido realizadas por… mujeres. Ahora se lo escribo en cristiano: de 2 mil 300 pinturas de la crema de la crema en arte que abarcan cerca de 7 siglos, sólo 20 obras han sido pintadas por mujeres. Así las cosas con su “genio” y su arte. Y para enmendar semejante hueco, la poderosa galería antes mencionada, ha adquirido una obra de la pintora italiana Artemisia Gentileschi (1593-1654), es el cuadro “Autorretrato como Santa Catalina de Alejandría, 1615-17)” que la dulce y vapuleada Artemisia pintó en su momento.
LETRAS MINÚSCULAS
En próximo texto le platicaré del por qué le digo que Artemisia era dulce y fue vapuleada (fue violada a los 18 años, es decir fue de la onda del #MeToo en el Siglo 17), desgraciadamente.