2 de octubre: medio siglo sin la verdad
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La fecha que ‘no se olvida’ constituye una deuda con nosotros mismos, una deuda con la memoria histórica de la nación
Hace exactamente 50 años, la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, era el escenario de un suceso que hoy, medio siglo después, sigue constituyendo una herida abierta en el cuerpo social mexicano. Ni la distancia, ni la alternancia en el poder político en México, han sido suficientes para saldar esta cuenta con nuestra historia.
La fecha que “no se olvida” constituye una deuda con nosotros mismos, una deuda con la memoria histórica de la nación. Pero es una deuda que no puede saldarse sólo con el ejercicio terco de la memoria: además de eso se requiere, de manera indispensable, la verdad.
Saber lo que ocurrió, conocer a ciencia cierta -y no a través del filtro de interpretaciones interesadas- los hechos, su génesis, desarrollo y consecuencias, representa el presupuesto indispensable para dar paso a las dos acciones que deben constituir el epílogo formal del episodio:
La primera de ellas es que, como se plantea en cualquier hecho similar, en el cual las instituciones del Estado traicionan su espíritu y compromiso como representantes de la sociedad y garantes de sus derechos, nunca más seamos testigos de un suceso semejante.
La segunda es que, en la medida en la cual la distancia temporal que nos separa de los hechos lo permita, se haga justicia. Y ello implica no solamente el eventual castigo a quienes, habiendo sido responsables de los hechos, aún sigan vivos, sino también realizar los actos de compensación y reparación que sean posibles.
Lo que no puede ocurrir más, es que cada año rememoremos el episodio cargando a cuestas el agravio que implica la impunidad que aún lo envuelve; reprochando la incapacidad y el desinterés de las autoridades para modificar la narrativa histórica.
Porque hoy ya no es sólo el 2 de octubre de Tlatelolco. Es también el 3 de mayo de Atenco; el 28 de junio de Aguas Blancas; el 26 de septiembre de Iguala. Y a este breve listado pueden sumarse múltiples fechas más en las cuales, a partir de la participación directa de las fuerzas del Estado, o con la aquiescencia de ellas, cientos de seres humanos, de compatriotas nuestros, han perdido la vida.
No puede ser el Estado el victimario de ciudadanos cuyo único “delito” ha sido tomarse sus propios derechos en serio y reclamar de sus autoridades el cumplimiento de las obligaciones que les imponen la Constitución y las leyes para protegerlos, garantizarlos, promoverlos y respetarlos.
Han transcurrido 50 años desde la infausta fecha de Tlatelolco y hoy ni siquiera podemos conocer a ciencia cierta el número de personas cuyo aliento se extinguió sobre la plancha de la Plaza de las Tres Culturas que al día siguiente amaneció limpia.
La ausencia de compromiso con la verdad ha provocado que a ese episodio negro se sumen otros más. No podemos, no debemos, permitir que la historia, nuestra historia, siga discurriendo por ese camino.
Para impedirlo es preciso conocer la verdad. Toda la verdad.