19 años
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TEMAS
Dos recuerdos. Dos lágrimas. La vida aprieta en la ventana. El otoño gris, macilento y rudo, llegó desbocado. El invierno, el cual apenas inicia, llega sin brida ni bozal. Somos pájaros ateridos en un nido el cual no alcanza a entibiar nuestras alas. Así ha sido siempre, así va ha seguir siendo siempre, pero duele. Lo bien cierto es este dolor el cual anida en el lado izquierdo de nuestro corazón –el lado moridor diría José Revueltas–. En lo personal, este otoño y atisbo de invierno me ha dolido. Me duele. El día jueves 13 y temprano, y al cocinar un suculento arroz, dicho arroz se le quemó al maestro José Santana Díaz. Cosa rara. El día inició entonces, con un mal augurio. Al maestro Santana jamás se le quema el arroz. A nosotros los varones los cuales por largas temporadas hemos vivido solos y en diversas partes de México, jamás se nos tatema el arroz. Impensable entonces ese arroz chamuscado en la cacerola del maestro Santana. Desgraciadamente, fue el presagio funesto para recibir una noticia momentos después ese día: muy de mañana había muerto su vecina, su amiga, mi amiga y compañera de armas, la avispada reportera Sofía Noriega de apenas 44 años de edad. Una tragedia.
Tal vez por esto y no otra cosa, ese día el arroz se le calcinó al maestro Santana. Con la gente querida, uno siempre sabe las cosas. Las intuye en el ambiente preñado de desesperanza. Siempre, siempre nos saludamos alegremente la maestra Noriega y quien esto escribe. Ella me recibía con una muletilla: “Maestro, recomiéndeme algunos buenos libros”. Yo invariablemente contestaba con las mismas palabras: “Maestra, usted no tiene mácula. Pero bueno…”. Le decía de dos o tres autores los cuales a mi peregrino juicio, era necesario leer. Pero, Sofía Noriega, como tantos de mis compañeros de oficio y letras, son maestros de la pluma y el ciber-chip los cuales manejan con suficiencia y estilo los géneros periodísticos.
Claro, todos ellos mejores y más dotados que quien esto redacta. Pienso en José Reyes, Edgar González, don Antonio “Toño” Ruiz, Christian Martínez, el mismo José Santana, Marco Antonio Montes… para desgracia de todos sus lectores y amigos, doña Sofía Noriega se fue sin avisarnos y nos dejó un portazo en la cara y en el corazón. Su vecino, Santana Díaz, ese día cocinaba un buen arroz para llevárselo a su cama de hospital. Ya descansa del ajetreo cotidiano. Este es un pálido recuerdo y una lágrima en su honor. Pero atrás nombré a otro buen reportero, don Marco Antonio Montes, el famoso y popular “osito” Montes. Pues no bien deglutía el trago amargo de saber de la muerte repentina de mí admirada amiga y colega, el sábado me avisaban de otra nefasta noticia: moría mi amigo, el “oso” Montes. Puf.
ESQUINA-BAJAN
Regordete, afelpado, rollizo, de buen comer y buen beber, Marco Antonio Montes era todo risas y jovialidad, nunca le vi preocupado, jamás. Nunca perdía el buen humor y menos el apetito, por eso era el famoso “Osito” Montes, como todo mundo le decíamos de cariño y con respeto. Reportero de lengua larga y buenas ideas, don Marco Antonio Montes, igual a doña Sofía Noriega, se fue joven. De hecho, aunque no son de mi generación estrictamente (soy mucho más viejo a ellos), mi generación se está yendo de la tierra rápido. En el caso del maestro Montes, éste se gastó la vida en eso, en la vida. Comió, vivió y bebió. Amó a las mujeres de su vida. Escribió todo y lo reporteó todo. Pero caray, se fue temprano, aunque su desenlace se veía venir: estaba aguijoneado por una feroz enfermedad la cual de dulce y miel (Mellitus), no tiene nada: diabetes.
En el último tramo de vida del maestro Marco Antonio Montes, su calidad de vida era de horas muy bajas. La última vez al verlo de pie y caminando en plena calle Victoria, era la sombra de haber sido un “oso”. Incluso, traía unas gafas un tanto extrañas, las cuales me dijo, le protegían del inclemente sol del verano, pero me aclaró, ya casi no veía. Jóvenes doña Sofía Noriega y Marco Antonio Montes, se fueron en este otoño e invierno rudo y ya melancólico. Por cierto, quien estuvo al pendiente y le mandó eso lo cual hace falta siempre en este tipo de penosas y largas enfermedades (como la de Montes), pesos para su manutención, fue el profesor y político Samuel Rodríguez Martínez. Eso habla bien de este político el cual le hace harta falta al organigrama estatal del gobernador Riquelme.
Fueron dos mínimos recuerdos y dos lágrimas compartidas con mucha gente, en honor a dos compañeros unidos a la eternidad. Y este honor de caminar codo con codo en esta vida, es la materia secreta de compañerismo, lecturas compartidas y admiración lo cual me une con mi hermano, Víctor S. Peña, el hombre el cual sabe más de transparencia y rendición de cuentas en México. Hoy, si las cuentas del calendario son ciertas, es 24 de diciembre, no es cualquier noche, no; es la Noche más alta, es la Nochebuena. Y hoy y como lo ha sido en los últimos 19 años, voy almorzar con mi hermano y amigo, el abogado y escritor Víctor S. Peña. Usted lo sabe, vive avecindado a todo tren con su familia en Hermosillo, Sonora, donde dicta cátedra y es su centro de operaciones mundial. Ignoro desde dónde llegará. Las últimas veces en saber de sus andanzas y viajes, supe de su estancia en Puebla, Oaxaca; pero también en Sevilla y Jerez, España. ¿Llegará a nuestro almuerzo anual para abrazarnos fraternalmente y como lo hacemos desde hace 19 años?
LETRAS MINÚSCULAS
Pago sin ver. Claro. Hermano, te veo en el lugar de siempre y a la misma hora. Así sea.