Morricone, Zimmer y Williams en el Teatro de la Ciudad
Por: Erick Rivera.
El Teatro de la Ciudad estaba tan lleno, que sentía mi asiento encogerse ante mis hombros. El público saltillense da muestra de que si no es tan conocedor de nombres como Schubert, Mahler o Stravinski, sí ubica más conocidos nombres, más cercanos a nuestra época, y de un arte más popular que la música académica: El cine.
La noche del 25 de abril del 2024, la Orquesta Filarmónica del Desierto presentó un concierto titulado: Homenaje a John Williams, Hans Zimmer y Ennio Morricone.
Colocaron a un maestro de ceremonias al lado del escenario. Hacía la función de presentar cada obra.
Abrieron con Jurassic Park, de John Williams. Aquí resalta el corno francés. Después de unos acordes iniciales, ese instrumento de metal, con sonido redondo y acogedor, da pauta al tema que lucirá más adelante en un solo, mismo que es tan conocido que todos pueden tararear.
Williams hace muestra de su conocimiento orquestal, explotando una y otra vez un tema fácil de memorizar. Lo plantea con diferentes instrumentos, diferentes resoluciones, diferentes camas armónicas.
Más adelante en la pieza, hay una sección calmada. Con unos toques que añaden misterio e intriga, para que la orquesta ceda el paso al piano, que hace sonar el tierno tema inicial.
Al final de la obra, el director Natanael pidió que se levantaran corno y trompeta, para aplaudir sus solos.
El concierto continuó con Gladiador, de Hans Zimmer. Empezando con una escala exótica que nos conduce a otros parajes y épocas antiguas, el tema del héroe trágico no se hace esperar. Las escenas de combate en el Coliseo Romano, con sus contratiempos marcados por el bombo, hace sentir la premura y el ímpetu por seguir luchando y preservar la vida. Liderada por los cellos, suena una escala oriental que conduce otra vez a la sección de batalla, como en ese inicio épico de la película.
Vértigo e intriga es lo que grita esta fenomenal pieza del maestro Hans Zimmer.
Avanzó el concierto con Érase una vez en América, de Ennio Morricone. El italiano era buenísimo retratando belleza en parajes oscuros, donde lo peor de la gente sale a relucir. Era como si en su música, que logra retratar la elegancia de los sombreros y las gabardinas, los autos inspirados en art deco, pretendiera aflorar en el oyente las ganas de vivir una vida de contemplación y risas bucólicas. Esto último, a pesar de la placa asfáltica y los edificios de concreto a todas vistas, a pesar de hacer música para películas donde la violencia criminal y la traición callejera son tema principal.
Aparte de la nostalgia y elegancia, Morricone lograba colar jazz festivo y jacarandoso, muy de la época de esta película.
Siguieron con Rey Arturo, de Zimmer. Usando la potencia de los alientos metales y la marcha de la tarola, esta pieza presenta su tema principal.
A pulso de tres, las cuerdas hacen una especie de baile de corte, que empata con el tema principal y entra de nuevo a la marcha de la tarola.
Hay tantos temas en esta obra, que es difícil seguirle el paso. Quienes conozcan bien la película podrán rememorar la mayoría de las escenas. Las batallas, el duelo con el antagonista, la mítica espada. Todo está ahí, bien equilibrado.
Luego tocaron E.T. de Williams. Fue fácil saber qué piezas eran las más anticipadas del concierto. Esta pieza fue una de ellas. Ante la presentación del maestro de ceremonias, la gente sacó sus celulares para grabar esos fragmentos que más les conmueven.
La música de esta película, aparte de hermosa y alegre, mueve las fibras de la infancia de muchos de los asistentes del concierto. Yo incluido.
La pieza cuenta con pizzicatos (pellizcar la cuerda de violines, violas, cellos o contrabajos) que dan un efecto gracioso, cuasi infantil, especialmente cuando las notas son apuradas. Se prestan a imaginar a un niño contento, corriendo para reunirse con su mejor amigo. También hay uso del glockenspiel, instrumento que, por su sonoridad, nos recuerda las clases de música en el kinder.
Llegó el momento de escuchar Cinema Paraíso, de Ennio Morricone. La pieza más hermosa que se tocó esa noche. No hay discusión, no hay cabida para la objetividad. El tema que abordan los violines es sublime, pausado, y hermoso. Para embellecerlo aún más, tras de la exposición de violines, pasa a los cellos. El tema se regodea mediante ese sonido tan envolvente del instrumento. Los violines, para no quedarse muy atrás, prestan un contrapunto al tema principal, que levanta. Por si no fuera poco, después de que los cellos dejan el tema, lo aborda el piano, y luego las cuerdas enteras con esa sensación de grandiosidad. Cuatro veces seguidas. El tema no cansa. Enamora. Al recordar la película, hay dos opciones: llorar o contener el llanto.
Siguieron con Interstellar, de Zimmer. Si en la anterior pieza aparecieron celulares, en esta se sumaron más.
El tema de Interstellar me parece muy ligado a las matemáticas. Como si la música buscara resolver un problema numérico. La pieza tiene una secuencia de acordes y las tres notas que se sobreponen a los acordes, que va progresando, como una secuencia matemática, recordando tal vez a Fibonacci. Luego viene un órgano que levanta una capa de profundidad muy orgánica y sin embargo, inesperada.
Las intricaciones matemáticas a cargo del glockenspiel y del teclado, siguen levantando números y figuras algebraicas a la mente. Las cuerdas se limitan a hacer una cama armónica.
El fagot y el clarinete hacen una nota pedal (que se mantiene en todo momento, sin parar) para que el corno emerja con el tema de la niña que perdió a su padre pero nunca lo olvidó, el padre que abandonó su hogar para darle vida a su familia. Gran tragedia hecha música en un magistral manejo de acordes tensos y en ocasiones, disonantes. Todo en crescendo para ser roto por un platillo.
Tras esta pieza, se invitó al público a un breve intermedio.
Reanudaron el concierto con La Roca, de Hans Zimmer. Recuerdo mucho la música de esta película. La vi de niño. Desde entonces me encantó Nicolas Cage y, sin saberlo, Hans Zimmer. Pasaron los años y volví a escuchar el nombre de este importante compositor pero nunca lo ligué con esta película. Hoy, me encuentro a merced de esos intrincados senderos que se bifurcan.
El uso de congas a lo largo de la pieza es una decisión curiosa. La película es de aventura y terrorismo militar. Misiles de terror biológico, bombazos, balazos y bombardeos de aviones. No sé dónde entra la conga ahí. Un instrumento tan, tropical. Aunque claro, no hay que limitar el ingenio de mentes creativas. Si Hans Zimmer dice que las congas pueden dar ese efecto aventuresco, tiene razón. Su trayectoria lo respalda.
Continúa el concierto con La Lista de Schindler, de Williams. Comienzan los violines, entonando un canto de dolor. En primera instancia los acompaña el piano, luego se añaden violas y cellos, pero muy por detrás. Concertino y co-concertino juegan entre ese canto trágico. Como si fuera una pieza de cámara, o sea, de poca instrumentación. Este recurso sirve para dar un efecto intimista, de reflexión interna. ¿Qué onda con la humanidad? ¿Por qué tanta guerra? ¿Por qué tan cruel? ¿Dónde están los personajes de cuyas historias nos valemos para creer en la nobleza humana? Schindler, Williams, Spielberg. Ahí están.
Avanza el concierto y llega el turno de La Misión, de Ennio Morricone. En esta bella pieza, el único instrumento que suena, aparte de la familia de cuerdas, es el oboe. Tiene sentido pues es el solista. La pieza aparece en la película La misión, y se llama “El oboe de Gabriel”. Las cuerdas hacen la función armónica, la ambientación. Esta pieza es famosísima por su sencillez, su duración y su baja dificultad. Estoy seguro que la mayoría de los miembros de la orquesta han tocado ese solo de oboe, transportado a sus propios instrumentos, en algún evento social.
Para finalizar, tocaron una selección de piezas de Star Wars, de John Williams. Abrieron con el tema de Leia. Es un tema tierno y digno. El corno, una vez más se muestra como un instrumento potente y muy utilizado por los grandes maestros de la orquestación. Después del solo de corno, la flauta toma la batuta. Mismo solo, pero ahora los violines tocan en tennuto (agitan el arco sobre la cuerda) y los cellos abordan las notas largas. Es al fin cuando los violines toman el tema, y el arpa arpegia los acordes, con instrumentos de viento contestando en los descansos del tema, donde toda la orquesta levanta y da esta sensación de que el personaje de este leit motiv es no solo interesante, sino indispensable y grandioso.
Siguieron con la Marcha imperial. Cuando era yo estudiante universitario y tenía qué enfrentar presentaciones para las que no me sentía preparado, los nervios se volvían el enemigo principal. Un buen amigo me recomendó que, al caminar a escenario, pusiera en mi mente esta pieza. Su potencia inyecta, sin lugar a dudas, la fuerza para dominar masas, mundos, galaxias. Los metales, usados como una gran familia ruidosa y potente, junto con la tarola, ayudan a generar esa energía, digna de un personaje poderoso que no teme aplastar a sus enemigos.
A continuación tocaron “Asteroides”. Esta pieza tiene mucho juego. Los violinistas deben estar prestos en sus asientos, atentos a las notas. Los cellos también tienen pasajes con muchas notas y mucho movimiento. El foco de atención salta mucho. Esta obra es un muy buen ejemplo de cómo se puede homogeneizar a la orquesta y tener tantos focos de atención, que el vértigo se vuelve el punto principal.
Finalizaron con “Cámara de trono y final”. Hacía falta un final, y esta pieza contiene el reconocidísimo tema de la rebelión, y aparte cuenta con un toque que brinda cierre a la obra, y en este caso, a la velada musical que la Filarmónica del Desierto le brindó al público Saltillense.
Al escuchar esta última pieza, puedo imaginarme los créditos y reconocer nombres del director, los músicos solistas, los músicos de fila, la gente del Teatro, las instancias de gobierno y todos los promotores de este magno conjunto cultural que le brinda a nuestro querido Saltillo, una plusvalía en el mapa del progreso y bienestar.
¡Orquesta para largo! ¡Viva la Rebelión!
Encuesta Vanguardia
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