Tornado en Acuña: La esperanza de volver a tener un hogar
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Con sus manos que hoy están vacías, porque lo han perdido todo, pequeños acuñenses, a papel y crayones, pintan su sueño de levantarse de entre los escombros
Ciudad Acuña. La encontré sentada entre el polvo, entre los escombros de lo que hasta hace unos días, tres para ser exacto, era su casa.
No sonreía y parecía más bien triste, contemplando con sus ojos, tristes, al piquete de hombres aquellos que demolían su casa.
Al piquete de hombres que, mazos en mano, echaban abajo sus recuerdos y los amontonaban en la calle.
Esa montaña de recuerdos que la gente suele llamar escombros.
No va a querer, dijo su madre, pero yo me acerqué a ella y puse en sus manos el cuaderno y unos crayones.
Deseaba, le dije, que de favor me pintara en una hoja, en un papel, cuando menos, cómo quería que fuera su nueva casa.
Lesly, de 13 años, tomó el papel, los colores y se puso a pintar, a levantar su casa con colores sobre un papel.
Todo como fuera, pensé, mientas los hombres aquellos tumbaban con sus mazos la casa de Lesly, la real, la que derrumbó el tornado el lunes por la mañana.
EL DÍA DE TERROR
Ese día Lesly estaba acostada, de repente saltaron los vidrios de las ventanas de su cuarto por todos lados y empezó a llover mucho.
Lesly escuchó que su hermana y su mamá estaban llorando y se espantó.
Cuando el tornado cedió y Lesly salió de su casa para ver lo que había pasado, vio en la calle a un señor clamando ayuda, estaba trepado entre unos escombros, los de una casa que se había venido abajo con el viento.
El viento había volado, como a una pluma, el carro de la mamá de Lesly y lo había incrustado en el techo de uno de los cuartos de su casa. A Lesly le dio tristeza y los ojos se le inundaron.
La casa que Lesly me dibujó era una casa de techos altos, altas ventanas, puerta en el centro, nubes y palomas en el cielo y afuera un jardín de flores. La pintó de naranja.
Allí, me dijo, le gustaría vivir y no volverse a acordar más del tornado.
Nomás de pedirles que nos pongan algo más seguro, porque mire, son casitas de mentiras y uno las agarra porque tiene que buscar en dónde vivir, me dijo María de Jesús Rodríguez, la madre Lesly.
HAY QUE TIRARLA
Que la van a tirar, oyó Ever, de 10 años, que le decían a su padre los señores esos que vinieron para revisar su casa.
La sala tenía un agujero en el techo, que se había formado cuando un coche que venía volando por los cielos le cayó encima, y el techo de la casa de Ever se agujeró. Ever oyó que tronó la losa.
Las paredes, todas, estaban cuarteadas, las puertas y ventanas reventadas y, dijeron los hombres aquellos, que había que tirarla, me platicó Ever mientras pintaba con los crayones en el papel, la casa donde le gustaría vivir.
Ya tiene días que Ever anda como azorado, me dijo su padre, anoche todavía estaba temblando y mientras dormía brincó de la cama, dijo su padre, por el susto que trae.
Ha soñado con los truenos, los rayos, las casas derrumbadas, los árboles tirados y la gente gritando, pidiendo ayuda.
Se había ido pa abajo por sus cosas, por su casa, que qué íbamos a hacer, le dije: salir adelante con la ayuda de Dios, y a echarle ganas. Las cosas al rato las recuperamos, lo más importante es que estás bien tú, tu mamá y tu hermanito. No te preocupes mijo, le digo, me contó su padre.
La casa que pintó Ever es como una cabaña, con tejados, muchas ventanas y una cerca.
No se parece en nada a la casa de Infonavit donde vive con su familia, la que arrasó el tornado, la que van a tirar tal vez mañana.
TIEMBLA DE MIEDO
Nomás se nubla y Eduardo se pone a temblar y dice que le duele la panza.
Tiene miedo de que otra vez vuelva el tornado y se lleve lo poco que queda de su casa, una casa de esas de Infonavit, sin cimientos, con techos y paredes falsas.
El día que lo vi Eduardo, de 10 años, andaba rodando en su bicicleta, no quiso dibujar, de plano me dijo que no y vi que empezó a llover en sus ojos. Era una lluvia copiosa y salobre.
Eduardo me dijo con la cabeza que no, que él no quería pintar. Su padre lo abrazó.
Dijo que él también tenía miedo de que algo pase y por eso desde el día del tornado la familia duerme a la intemperie, sin luz, sin nada.
Yo nomás espero al valuador a ver qué me resuelve, y si no me resuelve nada la voy a tumbar de todos modos, no quiero quedar atrapado con mi familia, prefiero perder este mugrero de casa que la vida de mis hijos, dijo el padre de Eduardo.
LOS EXTRATERRESTRES
Ese mediodía caluroso caminando entre las ruinas de la colonia Santa Rosa, en Acuña, me topé a Rodolfo, de 11 años.
Estaba sentado afuera de su casa, como tomando el sol, como matando el tiempo, y dijo que no tenía muchas ganas de dibujar, que andaba aburrido, pero que bueno, dijo, y agarró el cuaderno con los colores.
Mientras dibujaba me platicó que el día ese del tornado un cuadro, un retrato que colgaba de la pared, cayó desde arriba y lo descalabró. Al carro de su padre se lo llevó el viento y fue a parar al techo de otra casa, allá lejos.
Fue como si hubiera pasado algo por aquí, que hubiera apachurrado todo.
¿Qué?, por ejemplo, le pregunté a Rodolfo, los extraterrestres, respondió medio en broma.
Rodolfo, sus padres y sus hermanas, se habían refugiado en el clóset.
Pues sí me gusta, pero al rato con otra lluvia que se venga ¿si se cae?, me contestó cuando le pregunté si le gustaba su casa.
Al rato, Rodolfo, quien dijo que quiere ser arquitecto cuando grande, me enseñó la casa que pintó en el cuaderno. Es una casa chiquita, de dos caídas, con su árbol, nubes y palomas en el cielo y más allá la carretera con carriles repintados y toda la cosa. Es la casa en la que ahora él sueña vivir.
Y eso que no tenías ganas de dibujar, le dije y me despedí.
SIN PAREDES NI TECHOS
Jamás se me va a olvidar el día que conocía Perla. Ella estaba de pie viendo la televisión en la sala de su casa, la sala sin paredes ni techos de su casa.
Era como si Perla estuviera viendo la televisión en la calle, la vista de todos, de mí.
El viento había volado el techo y las paredes de la sala y sólo quedó un hueco. Un hueco y dentro Perla, viendo la televisión.
Acá estaba mi estufa, mi refri, el microondas, todo eso se fue, todos los escombros cayeron encima, me dijo la madre de Perla.
Por eso no me extrañó que Perla me hubiera pintado en el cuaderno un castillo de altas paredes, ventanales, terraza y un sótano.
Deberían de ponernos sótanos a mi casa, también sótanos, dijo Perla. Pintó un castillo, ¿ya vio?, le dije que iba pintar un castillo, dijo su madre riendo.
Su casa, la de a de veras, la van a demoler, me contó la mamá de Perla. ¿Y a dónde van a ir?, le pregunté, eso es lo que no sabemos, a dónde vamos a ir.