Sobrevivir ante la indiferencia
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Sin apenas ayudas sociales ni soporte familiar, los niños y jóvenes de la calle representan el rostro más visible de la pobreza en México D.F
México, D.F..- Han pasado siete años desde que Karen decidiera abandonar su casa. La conducta de su padre, con problemas de drogas y alcohol, aceleró la huida a ninguna parte de esta joven que ahora tiene 21 años. "Había golpes, discusiones y decidí salirme", cuenta en medio de la penumbra que inunda su pequeña chabola ubicada en el corazón de la Ciudad de México.
En pleno Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la capital mexicana, y no muy lejos del emblemático Monumento a la Revolución, una decena de humildes construcciones se alzan en un pequeño terreno que sirve para separar el tráfico de la avenida principal de un carril para nuevas incorporaciones.
En compañía de otros tres compañeros de campamento, Karen relata con una sorprendente serenidad cómo terminó en un habitáculo hecho a base de cartones, plásticos y telas: "Llegué a una casa-hogar aquí en (la delegación) Cuauhtémoc y de ahí empecé a conocer la droga y todo esto y ya empecé a drogarme y a quedarme en la calle".
Dos de sus acompañantes abren el puño y muestran tímidamente una bolita de papel blanca impregnada en un disolvente al que ellos llaman "activo", una mezcla de sustancias derivadas del petróleo con graves efectos para la salud muy popular entre los jóvenes sin hogar por su bajo coste y su facilidad para conseguirlo.
DATOS INCIERTOS
Según el último recuento del Gobierno del D.F, 4,326 personas viven en la calle, sin detallar cuántos son menores, jóvenes o adultos. Sin embargo, las ONG advierten de que el número puede variar. "Es muy difícil tener cifras precisas y fiables sobre cuántos niños y jóvenes están en situación de calle por la particular invisibilidad y movilidad que les caracteriza", asegura a Efe la Jefa de Protección de Unicef-México, Alison Sutton.
La situación, a su juicio, es sumamente delicada por las razones que se esconden detrás de estos jóvenes sin hogar, como falta de recursos, violencia familiar, abusos o discriminación y abunda en la necesidad de implementar políticas que ayuden a las familias a poder hacerse cargo de sus hijos antes de que abandonen su casa.
De lo contrario, señala Sutton, se expone a chicos y chicas, que en algunos casos aún son menores, a una situación de total indefensión y desprotección, donde el trabajo infantil, la explotación sexual y la carencia de servicios básicos como la educación o la salud les acechan.
Según el informe de Unicef sobre el "Estado Mundial de la Infancia 2012", más de mil millones de niños y niñas de todo el mundo viven en ambientes urbanos y un número creciente de ellos afrontan situaciones de marginación y privaciones.
"En situaciones de marginalidad y exclusión en la ciudad, el estrés es mayor inclusive que en situaciones rurales, pues puede ser que la cuestión de la vivienda, de la presión para el trabajo infantil sean muy fuertes", advierte Sutton.
Además, según el mismo informe, las penurias que sufren niños yjóvenes en comunidades urbanas quedan ocultas y perpetuadas por la falta de programas de desarrollo, muchos de los cuales no cuentan con las herramientas suficientes para atender a los que se encuentran viviendo en la calle.
"Una vez que están en la calle realmente están muy expuestos a muchos riesgos, así que es muy importante que se cree coordinación entre instituciones y entre todos los actores para poder prevenir y responder a posibles violaciones de sus derechos", indica la experta de Naciones Unidas.
AYUDA CIUDADANA
Aunque los jóvenes se quejan amargamente de que lo más doloroso es ver la indiferencia y el desprecio de la gente, la insuficiente ayuda institucional que reciben ha contribuido a que proliferen ciudadanos anónimos, organizaciones y asociaciones que, con apenas medios, tratan de suplir las carencias gubernamentales.
Dispuestos en una caótica fila, prácticamente todos los habitantes del campamento esperan con impaciencia a que llegue su turno para recoger un plato de arroz, salchichas y tortillas de maíz cocinado por Concepción, una jubilada que a sus cerca de setenta años acude a traerles comida de vez en cuando.
"Ya tenemos varios años que empecé yo y después mis hijos, venimos a traerles comida al menos una vez al mes, porque Dios nos da el pan de cada día y estos pobres muchachos no lo tienen entonces tratamos de traerlo y compartir con ellos", explica mientras sirve la comida dispuesta en dos grandes ollas en el maletero de un coche.
Además de la ayuda espontánea, existen varias organizaciones de la sociedad civil, enfocadas a la atención directa y estructurada de estos niños y jóvenes de la calle, que se han convertido en el único soporte al que pueden agarrarse.
"Generalmente en México, la gente los ve que se acercan a lavar un vidrio y les juzgan, les dicen drogadictos, por eso queremos platicar con ellos, saber por qué están en la calle y trabajar con ellos a partir de ahí para su rehabilitación", comparte Eduardo Zabadúa, director del proyecto "Ponte en mi lugar".
Los voluntarios, además de organizar jornadas de convivencia donde se les proporciona ropa, comida y asistencia sanitaria, se encargan de hacen un registro y seguimiento de los casos, especialmente de aquellos jóvenes que deciden finalmente internarse en un centro de recuperación.
"JOVENES LA RAZA"
Debajo de un puente, en una casa con una cortina haciendo las veces de puerta, una humedad asfixiante y el ensordecedor ruido de los coches pasando sobre sus cabezas, unos cincuenta jóvenes tratan de recuperarse de sus adicciones, aprender un oficio y salir de la calle.
El centro denominado "Jóvenes La Raza", se encuentra en una casa que está a punto de ser cedida por el Ayuntamiento y es gestionado por los internos que ya están prácticamente rehabilitados, los llamados "medias luces", quienes se encargan de los talleres, el mantenimiento y la organización.
Con 18 años, Maricruz ya es "media luz" y se encarga del taller de panadería donde les enseña a los otros jóvenes a hacer pan y galletas, las mismas que luego tratarán de vender por la calle para sacar fondos con los que abastecerse y comprar lo básico para vivir.
"Empecé a drogarme a los 14 años y ya tenía una drogadicción de dos años. Llegué hasta aquí un día a base de tanta soledad, del rechazo de la sociedad, de tener una familia disfuncional, de no tener apoyo", cuenta sentada en el cuarto de visitas, donde un cartel enmarcado dice "Unidad, servicio, recuperación".
A pesar de haber cumplido recientemente la mayoría de edad habla con una asombrosa madurez y asegura que lo más difícil fue conocerse a sí misma: "La adicción me llevo a muchas cosas, a andar en la calle, a sufrir fríos, a andar sin comer, a violaciones y el llegar aquí y hablar esas cosas pues no era fácil", recuerda.
Algunos centros tienen fama de estrictos, de utilizar métodos poco afectuosos con los internos, pero Maricruz explica que aquí no maltratan, ni golpean a nadie. Saben, dice, cuál es dolor y el sufrimiento de alguien que llama a la puerta pidiendo ayuda porque ya no puede más.
"Vale la pena ver hacia adelante. Yo me caí, pasé lo que tuve que pasar, pero el día de hoy como que veo que sí se puede. El proceso es difícil pero darte cuenta de que vale la pena es bien padre", asegura.
DESTACADOS:
* "Es muy difícil tener cifras precisas sobre cuántos niños y jóvenes están en situación de calle por la particular invisibilidad y movilidad que les caracteriza", asegura a Efe la Jefa de Protección de Unicef-México, Alison Sutton.
* "Empecé a drogarme a los 14 años. Llegué hasta aquí un día a base de tanta soledad, del rechazo de la sociedad, de tener una familia disfuncional.", cuenta Maricruz, joven mexicana de 18 años.
* Las penurias que sufren niños y jóvenes en comunidades urbanas quedan ocultas y perpetuadas por la falta de programas de desarrollo.