La esquina de Juárez y General Cepeda en Saltillo
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La antigua y conocida plaza de San Francisco es de gran tradición para los saltillenses. A fines del siglo antepasado la llamaban “plaza de San Quiquito”, por aquello del sobrenombre “Quico” aplicado a los Franciscos. Todavía más atrás, fue conocida también como “plaza de Santiago”, por ser ese el nombre que llevaba la calle de General Cepeda. Aunque oficialmente se llama Plaza Zaragoza, nadie la conoce como tal, y tampoco se le conoció nunca como plaza Benito Juárez por el hecho de que durante muchos años la adornara un hemiciclo a Juárez y una escultura del Benemérito. Con todo, la placita tomó su nombre del templo católico frente al cual está situada: la iglesia de San Francisco.
Ubicada entre las calles de General Cepeda, Ateneo y Juárez, la flanquean por el lado oriente la dicha iglesia de San Francisco y el templo Bautista. El terreno donde se habilitó la placita perteneció antiguamente a los franciscanos, igual que el antiguo convento franciscano sede del prestigiado Ateneo Fuente, y con la Reforma ambos pasaron a ser propiedad de la Nación por la ley de desamortización de los bienes de la Iglesia.
Tres meses después de fundado el Ateneo en 1867, la institución fue alojada en el antiguo convento que se levantaba en el lado sur de los terrenos franciscanos, donde permaneció por 65 años y en su lugar se levantó el Edificio Coahuila, luego derruido en su totalidad para prolongar la placita y hacerla un gran jardín al que se impuso el nombre de Jardín Ateneo en honor del noble colegio, no obstante que la gente sigue llamándola con el nombre de San Francisco. El Ateneo y sus estudiantes enriquecieron la vida del barrio debido a que maestros y estudiantes hicieron de la placita su lugar de reunión. Allí había serenatas los jueves y por las noches se reunían las familias; los señores hacían su tertulia en la Farmacia de Guadalupe que estaba en la esquina, y todo el día había movimiento. Quizás fue en ese tiempo el barrio más concurrido de Saltillo.
Frente a la plaza, en la esquina sur de la calle General Cepeda, hubo siempre una tienda. Don Pablo Cuéllar dice que ahí vendían unos deliciosos jamoncillos a centavo. Por los años cincuenta el propietario del estanquillo era don Simón, y seguía vendiendo jamoncillos, sólo que ya no a dos centavos. No hace tantos años, la esquina se transformó bellamente. Conservando su antigua fachada, en el interior se estableció una tienda de las que llaman de conveniencia y da servicio a los innumerables vecinos y estudiantes del barrio.
A esa esquina la hizo famosa el poeta Jacobo M. Aguirre, autor del drama “Reflejos del Crimen” y de sendos poemas, también maestro y secretario del Ateneo. Cuenta la tradición que a principios de 1910 –y para que no se olvide, la Junta del Centro Histórico colocó en el muro una placa de azulejos que narra el acontecimiento–, andando el poeta con unas copas encima, se cayó en un hoyo en ese sitio y todavía en el suelo, compuso esta estrofa:
Mientras sea presidente Díaz
y gobernador De Valle,
primero empiedran el cielo
que esta maldita calle.
Don Jacobo era el secretario particular del gobernador, don Jesús de Valle, y en ese tiempo dirigía el Club Reeleccionista Saltillense Pro Porfirio Díaz. Era, además, el editor del Periódico Oficial “El Coahuilense”. Es decir, ostentaba cargos oficiales y era partidario de don Porfirio. Claro, la calle no estaba siquiera empedrada, pero de no haber ostentado esos cargos, imagínese usted lo que habría dicho con esa facilidad para versificar que poseía ese conocido personaje de la época, quien le dio, incluso, su nombre a una tradicional calle del centro.