Hablemos de Dios 98
Lea lo siguiente a vuela pluma, estimado lector. Son fragmentos. Son rápidos fragmentos de una obra poderosa: “¿Por qué no han de aceptar ustedes los judíos nuestra cultura, nuestra religión y nuestro idioma? Ustedes son una tribu de pastores nómadas; nosotros un pueblo poderoso. Ustedes no tienen ciudades ni riqueza: nuestras ciudades son colmenas humanas y nuestras galeras... cargadas con toda clase de mercancías, surcan las aguas del mundo conocido”.
Más adelante se lee: “Ustedes ruegan a un ídolo local y oscuro: nuestros templos majestuosos y misteriosos, son la morada de Isis y Osiris, de Horus y Ammon Ra. Los vuestros servidumbre, el temor y la humildad; los nuestros el trueno y los mares. Israel es débil y sus hijos pocos...”. Son apenas dos mínimos y pálidos fragmentos donde James Joyce reflexiona a través de sus múltiples personajes sobre la religión, los judíos, los católicos y todo eso que al final de cuentas hemos inventado los humanos: un Dios o dioses. Proceden de su obra cumbre, la cual y en este espacio apenas la hemos analizado por las ramas de su frondoso árbol: “Ulises”.
Uno de sus tantos personajes (en fragmentos, en páginas enteras, la verdad no se sabe cuál de todos ellos habla; insisto, el ingrato libro, al menos para mí, es farragoso, una sinfonía de voces no bien afinada del todo. Es como esas improvisaciones en jazz: no siempre todos los instrumentos están en la misma sintonía y acordes, y no todos tocan hacia una misma ruta) espeta lo siguiente: “Yo que pequé y oré y ayuné”.
¿Lo nota? Es la triada maléfica de siempre: el complejo de culpa (no vivas, no disfrutes, no sientas ni apapaches tu cuerpo. Todo es pecado), luego viene el arrepentimiento (el orar y pedir perdón) y al final, algo que deberíamos hacer todos periódicamente, lo cual hace bien al organismo: ayunar. Ayunar por placer, salud mental y física, y así liberarnos de nuestras toxinas.
Dios. Estamos hablando de Dios. ¿Los meseros hablan más de Dios; los mecánicos, los profesores, los ingenieros, los médicos, los vendedores de seguros, los cocineros, las madres de familia, los sacerdotes... quién habla más de Dios? No lo sé, pero no hay duda que nosotros, los escritores, lo amamos o padecemos más que cualquier otro humano. Hay un motivo poderoso: no lo buscamos sólo con el corazón, sino con la razón.
Lea lo siguiente, sí, es de James Joyce:
La puerta se cerró.
¡El judío! –gritó Buck Mulligan.
Dio un salto y arrebató la tarjeta.
¿Cómo se llama, ¿Isaac Moisés? Bloom.
Siguió parloteando.
Jehová coleccionador de prepucios, no existe ya. Lo encontré en el museo cuando fui a saludar a Afrodita nacida de la espuma. Boca griega la cual nunca ha sido torcida en oración. Todos los días tenemos que rendirle homenaje. Fuente de la vida tus labios encienden...
ESQUINA-BAJAN
El provocador de James Joyce, como todo genio, en parte tiene razón. Claro que tiene razón. Es por demás interesante analizar y discernir por qué los imperios caen. Caen los imperios... y sus dioses y religiones. Pero antes de caer sus dioses cae su moneda, su economía y su poder militar. Los dioses son cosa menor cuando caen los pueblos. Los dioses no sienten. Mutan y se convierten en otros. Es interesante pensar y reflexionar por qué ya no creemos en Ra, Afrodita, Zeus, Venus, Quetzalcóatl, Thor, Coatlicue, Buda, Osho, duendes, hadas; en Spiderman, en Penélope, en Frozeen... ¿o seguimos siendo crédulos y a todos ellos los seguimos adorando al mismo tiempo?
Por lo demás e insisto, caen los imperios y los hombres nos vamos (somos finitos, gracias a Dios; usted lo sabe, eso de ser eternos no se me da y no me agrada en lo más mínimo), pero los dioses mutan y sobreviven. ¿Hay otro imperio y moneda? Los dioses van a vivir. ¿Lo duda? Si el dinero y la economía no fuesen importantes, Jesucristo en todas sus enseñanzas y palabras no lo hubiese tomado en cuenta. Poco más del 75 por ciento de sus palabras y educación en la Biblia tienen que ver con la economía, los dineros y eso llamado riqueza.
Envejezco en cada letra deletreada en papel. Vivo y revivo en cada letra dibujada en papel fabriano. ¿Contradicción? No. Es la vida. Y si hay vida, viene la muerte. ¿Se puede y debe temer a la muerte? Sí y no. Es curioso lo siguiente: la gente le tiene miedo a la muerte cuando ésta no ha llegado aún. Se le tiene miedo a un futuro... el cual no existe, ja. Pero pocos o nadie le teme a su pasado. Y eso es más real a un futuro hipotético. Es irónico, pero así es. Somos raros.
¿El ahora, el aquí de este momento? Se evapora al sólo nombrarlo. ¡Plof! ¿Entonces qué es pensar? Vivir. ¿La muerte? El muerto nada sabe, nada piensa, nada siente (Eclesiastés 9.5). ¿El peor de los pensamientos, la tortura inaudita para un ser humano inteligente? Según el gran escritor Henning Mankell, lo terrible es “no pensar en absoluto”.
LETRAS MINÚSCULAS
“(Parnell, personaje ya muerto) nunca volverá. Todo lo que era mortal en él está allí. Paz a sus cenizas”, James Joyce.