Narcos se apoderan de pueblo fantasma
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<span style="font-weight: bold;">Las Chepas, Chih.-</span> Ellos, los menos de 20 habitantes de este lugar situado en medio del desierto, ven morir a diario su pueblo. Poco a poco, la gente abandonó sus casas, el sacerdote la iglesia, los niños las calles y el maestro la escuela, los jóvenes la cancha de basquet y los hombres cualquier tipo de labor. En los ranchos cercanos usados como bodegas de droga y armas y en este "mísero" pueblo prácticamente de viejos, sólo operan células del cártel de Juárez que controlan el narcotráfico y el tráfico de armas, junto con la corrupción y violencia.<br>
La vida casi se acabó en Las Chepas justo al reforzarse la vigilancia fronteriza y bajar drásticamente el cruce de indocumentados, sólo de repente se ve a los "mojaditos", como les dice Jesús Rodríguez, casi el único niño aquí. Su presencia es porque Rosalío García, su padrastro y policía del pueblo en Las Palomas, el poblado más cercano, fue amenazado por sicarios del cártel de Juárez. Huyó del lugar al igual que todos sus compañeros, y sólo se llevó a su esposa, la mamá de Jesús. A él lo dejaron con sus abuelos en Las Chepas. No alcanzó para el pasaje de todos -dice- para ir lejos de ahí de la amenaza de los sicarios.
Este día es seguro visitar Las Chepas, porque está el Ejército. Los soldados están concentrados en la abandonada escuela del lugar, a unos pasos de la iglesia que perdió el techo por los ventarrones que suelen abatirse sobre el poblado vuelto casi un pueblo fantasma. Dos días antes de su llegada, sicarios del narcotráfico asesinaron a dos hombres, uno era el comisario ejidal y el otro un habitante de este sitio.
"Todo esta muy muerto ya", dice Don Heriberto, este hombre que vivió la bonanza y padece hoy la desesperanza en Las Chepas. Los cinco o cuatro hombres jóvenes sobreviven aquí sin la agricultura y ganadería. Se van a Las Palomas (el poblado situado a casi 30 kilómetros de camino de terracería) a trabajar en los comercios. Los más viejos algunos trabajan en ranchos cercanos en cualquier actividad. Otros sobreviven de dar de comer a migrantes y del dinero que les envían familiares en Estados Unidos.
Las pocas mujeres de aquí son ancianas. Y están asustadas. Doña Elena tiene una especie de tienda, donde vende -dice preocupada- un poco de cerveza. Y baja aún más la voz para contar: "cada noche pasan muchas trokas como almas en pena, a veces gritando o maldiciendo".