Los fenómeno
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Un paseo por las rarezas que dos hombres de feria quieren mostrarle a todo el mundo a cambio de diez pesos
Y así se la vivía, yendo de pueblo en pueblo, y de feria en feria, amaba ser nómada, en busca de nuevas aventuras y de aventuras nuevas.
Cuando tenía suerte alguien le salía al camino para ofrecerle en venta, o de plano regalarle, alguno de esos raros caprichos de la naturaleza que la gente, aun en pleno siglo XXl, creía engendros del demonio.
En unos cuantos años la caravana de los Leyton había logrado reunir a una perra de cinco patas, a un gallo con cuernos, a un pato de cuatro alas y a una iguana de dos colas.
Y entonces la gente se agolpaba cada vez que veía llegar a la feria del pueblo a la gran caravana de los animales fenómenos vivos.
“Y hoy vengan a conocer de cerca lo que apareció en Doscovery Channel, en National Geographic. Observa al perro con cinco patas, completamente vivo. Aquí en tu feria. El espectáculo de Ripley. Un borrego con cuatro cuernos, un gallo con cuatro patas... Están vivos”.
Pablo Rodríguez era entonces un chiquillo que había nacido y crecido entre las serpientes y esos raros animales que coleccionaba su abuelo, otro trashumante, para presentarlos durante las noches de feria, de las ferias de aquí y de allá, de las ferias de todas partes y de todos lados.
Como el circo del gitano de las novelas de Mario Vargas Llosa, con su mujer barbuda, su enano y el idiota, que iba recorriendo pueblos y pueblos enteros, maravillando y haciendo reír a la multitud junta en torno de ellos.
A la muerte de su abuelo, que murió a los 113 años, Pablo se hizo feriero, más por tradición que por ambición, y se fue con su traila por todo el país para enseñarle a la gente “el magistral espectáculo de Ripley”, del gato y el conejo, en un mismo cuerpo, de las palomas gigantes, “no son gallinas, son palomas y son gigantes y son de Monterrey, Nuevo León…”; del borrego que nació con seis cuernos “y no lo creas, hasta que no lo veas”.
La gente, gente que sabía apreciar los buenos espectáculos, se volcó sobre el remolque aquel en cuyas portadas se anunciaba al gato – canguro, de San Ignacio, Zacatecas, y después de ver el show salía contenta diciendo “¡gracias!”.
No era un engaño, ni una ilusión óptica, era el borrego de ocho patas, vivo, y el muchacho trotamundos, Pablo, anunciando desde el altavoz de la traila que:
“No venimos a engañar a nadie, no venimos a sorprender a nadie ni mucho menos a robarlo. Déjeme decirle a usted que es un espectáculo completamente en serio, verídico, natural”, eso de engañar no iba con Los Leyton.
La cosa en las ferias chicas y grandes de los pueblos se había puesto mal, cuestión de economías, y Pablo sabía que no podría cobrar más de 10 pesos a los curiosos que desearan entrar al remolque para presenciar el gran espectáculo.
Críos con sus padres venían a las ferias de los pueblos para ver al borrego de los seis cuernos y al perro Xoloescuincle, al perro Azteca, al perro pelón mexicano, cuya rareza residía, tanto en su aspecto físico, como en lo difícil que resultaba de conseguir.
Clausurada la feria Pablo agarraba su traila y se echaba otra vez a los caminos, en busca de otra feria y de otra y de otra y de otra de todas, donde pudiera mostrar el show de sus animales fenómenos vivos.
Al fin y al cabo siempre había feria en todos lados y siempre había a dónde ir.
Una tarde que pasaba por una ranchería un campesino pastor se plantó ante la caravana para ofrecer en venta un borrego que había nacido con ocho patas.
Parecía como si en la bestia lanuda se habitaran encarnados dos cuerpos.
Pablo pensó que sería buena idea comprarlo, “la sensación de las ferias”, pensó, y lo compró.
No le falló, al rato “Fantástico Leyton”, que así se llamaba la caravana, fundada por su abuelo, empezó a cobrar fama en todas las ferias, la de Durango, la de Aguas Calientes, la de Nuevo Laredo, la de Torreón, la de Zacatecas y la de Sinaloa.
“Sé testigo de este acontecimiento único. Ahora. Aquí en tu feria. Estará a escasos centímetros de tu mirada”, anunció Pablo a su llegada al próximo pueblo.
La gente no pudo disimular su asombro cuando contempló ante sí a “Fiona”, la perrita cazadora que había nacido con cinco patas y de la que Pablo desconocía sus antecedentes y su historia familiar.
Un espectador de la colonia González de Saltillo se la había traído a vender, la tarde que leyó un anuncio pegado sobre la portada de la traila de los fenómenos vivos:
“Si usted tiene o sabe o conoce de algún animal fenómeno o raro, tráigaselo, que aquí se lo compramos para exhibirlo, en las diferentes ferias donde se presenta este espectáculo…”, aquello fue durante una kermese de barrio.
Pablo quería con toda su alma tener una vaca de dos cabezas, como la que un amigo feriero llevaba cada año a la Feria del Pequeño Comercio de Saltillo, la que antes se ponía en el Parque Carraza, al lado de la terminal de camiones.
Como la vaca esa, sí, que tuvo tanto éxito y vivió muchos años.
Pablo enganchó la traila otra vez, cargó con sus fenómenos y siguió para otra feria, como el gitano cirquero de Vargas Llosa que impresionaba a miles y miles con su espectáculo del enano, la mujer barbuda y el idiota.
La gente parecía no creer estar mirando al cantador gallo que le habían salido cuernos, en lugar de crestas, la última maravillosa adquisición de Pablo, comprada en Agua Prieta, Sonora.
La gente ni se imaginaba cuánto había tenido que cuidarlo para que le durara tantos años, porque eso de convivir con animales fenómenos era cosa compleja, complicada.
“Hoy van a conocer ustedes, lo que realmente vale la pena conocer. Hoy tienen la brillante oportunidad de conocer de cerca el fantástico, el impresionante y fascinante y sorprendente y maravilloso mundo de ejemplares fenómenos, ejemplares completamente raros”, anunciaba Pablo por los pueblos y la gente se agolpaba.
Nunca jamás la gente había admirado a un pato de cuatro alas, dos en medio y dos a los lados, al chivo de seis patas, al borrego de seis cuernos y ni siquiera sabía que existía una iguana de dos colas, viva, que Pablo compró en un acuario de Durango.
Era algo que la gente de las pequeñas provincias no había conocido, era algo que los críos de los barrios underground nunca habían visto.
Una mañana el borrego de ocho patas, la maravilla, el portento, la máxima atracción del “Fantástico Leyton”, amaneció muerto.
Pablo, que se había encariñado con la bestia, cómo no le iba a doler si siempre le habían gustado los animales, había nacido y vivido por ellos, en lugar de soltarse a llorar, enganchó la traila y se fue a probar suerte a otra feria y a otra y a otra y a todas. Ferias chicas y grandes.
Él era feriero y le gustaba, como a su abuelo, conocer lugares y gentes. A fin de cuentas las ferias eran como una grande familia y él era feriero.
Y los críos de todas partes pudieron conocer al becerro disecado de dos cabezas, colectado en el rancho La Gavia, en Jerez, Zacatecas. Su padre se lo había regalado.
Una noche llegaron hasta la feria unos hombres de cámara, libreta y grabadora, dijeron que querían publicar un reportaje sobre la vida nómada de Pablo y los animales fenómenos vivos del “Fantástico Leyton”.
Al día siguiente apareció en la tapa de un periódico de sucesos una nota que señalaba a Pablo como maltratador de animales.
¿Cómo iba a maltratar a sus animales si de ellos vivía, comía?, ¿cómo?, si les daba de comer y beber agua tres veces al día, si los tenía a la sombra, si eran su familia y los atendía mejor que si estuvieran en una casa, en un zoológico, dijo a las autoridades cuando fueron a visitarle y hasta ahí quedó la cosa.
Pablo agarró sus animales mutantes, enganchó la traila y se echó a los caminos en busca de otra feria y otra y otra y otra y todas las que se encontrara,
Al fin y al cabo y siempre había feria en todos lados y siempre había para dónde ir.
El coleccionista de las malformaciones
Los críos volvieron a vibrar, cuando vieron instalarse en la feria del pueblo al ambulante “Museo de los Animales Fenómeno”.
El de los fetos de animales malformados y que Manuel Ulises Medrano conservaba, herencia de su abuela, en frascos con formol, para exhibirlos en las ferias y fiestas grandes de los pueblos.
Su abuelo que había sido vendedor de dulces en las ferias y las fiestas de barrio, al rato estaba metido en el negocio de llevar a las ferias el espectáculo de los animales fenómenos vivos
Los había ido recolectando de feria en feria y de pueblo en pueblo, hasta que completó su colección.
Y “vengan a ver a la vaca de seis patas, la atracción máxima del espectáculo, Clarabella, la vaca de seis petas, de Loreto, Zacatecas…” y la gente agolpada alrededor de la carpa no cabía de asombro.
Manuel había preferido en lugar de ir a la escuela y jugar con sus amigos, el ambiente de las ferias y aprendidwo el negocio de los animales fenómenos vivos.
Pero, cosa complicada era ese negocio. Se hizo cada vez más difícil transportar a los animales, andar de arriba para abajo todo el año con ellos en las ferias y el abuelito de Manuel determinó vender la colección a otros ferieros.
Entonces vino lo del museo, lo de los fetos de animales en frascos con formol, unos herencia de su abuela, otros colectados de aquí y de allá.
Un día la gente del pueblo vio a Manuel afuera de un remolque cubierto con lonas de colores llamativos, anunciando al marrano de dos caras, con tres ojos, uno de cada lado y el otro al centro; y al marrano cíclope, de un solo ojo en la frente.
La gente de las ferias no lo podía creer y atraídos por la curiosidad entraban al museo ambulante de Manuel, para, por 10 pesos, “barato, como la carne de gato”, o menos, presenciar la exposición de los fetos de animales fenómenos, en frascos montados sobre una mesa.
Miles de kilómetros recorrió Manuel con su museo rodante de animales fenómenos.
Lo acompañaban su esposa, feriera de abolengo como él, sus cinco hijos y sus cinco perros, no fenómenos.
Los críos de los pueblos más remotos se encantaron de ver al tiburón de tres ojos y dos bocas, una de cada lado; al marrano de dos cuerpos, ocho patas y cuatro orejas; y al perro de dos cuerpos, ocho patas y dos colas, unido todo a una sola cabeza.
La gente de las rancherías, pensando que podían ser obra del maligno, le había vendido o regalado a Manuel algunos de estos ejemplares de animales en estado fetal, con que más tarde armaría su museo itinerante,
A Manuel, cuestión de economías, no le iba tan bien cómo deseaba, pero se divertía andando de feria en feria, mostrando a los niños el pollito de tres patas, el patito de dos cabezas y el pez con cabeza de lagarto.
Quería que todo mundo los viera, como el gitano cirquero de las novelas de Vargas Llosa, el de la mujer barbuda, el enano y el idiota.
Aunque Manuel, como aquel gitano, nunca se haría rico, cuando menos era feliz…