Las matapiojos
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La historia de un grupo de mujeres auxiliadoras de las víctimas de este bicho diminuto que aterroriza colegios enteros; deshace amistades y despierta terror a cualquiera
Saltillo, Coahuila. En mi vida había conocido oficios extraños, pero como éste ninguno.
Lo descubrí cierta mañana en que caminando por la de Reynosa, una transitada calle de loncherías, lavanderías y salones de belleza, en la colonia República, me encontré con un anuncio pegado a la entrada de un colegio de paga y que decía más o menos esto:
Aaah ya no aguanto el PIKI â PIKI!.
Debajo de esta exclamación venía dibujada la cara de una chiquilla con una gran melena esponjada, como de explosión de boiler, y entre los mechones de aquella melena los ojos de muchos bichos asomándose.
¡¡¡No te asustes, no te avergüences!!! NOSOTROS TE LO QUITAMOS, decía el póster.
Más abajo estaba el nombre de un Centro especializado en la eliminación de pediculosis (piojos y liendres).
¡Un matapiojos!, dije entusiasmado para mi sayo y me fui pensando que sería divertido contar la historia de un exterminador de piojos, sin saber yo que eso de los piojos es cosa seria.
Pero decidí tomármelo con humor y recordé las largas tardes en que una de mis hermanas mayores, yo tenía como siete años, me sentaba en su regazo y comenzaba a espulgarme pacieeeentemente la cabeza en el patio de mi casa.
Después que me sacaba algún piojo lo hacía tronar, ¡pum!, con las yemas de de los dedos y los dos reíamos jubilosos.
Vaya oficio, pensaba yo desde entonces.
Lo que no hubiera creído, hasta que lo vi, es que en el mundo existiera un trabajo así, y menos que a alguien le pegaran por matar piojos.
Luisa Inocencio, una de las protagonistas de esta loca y despreocupada historia, tampoco lo creía.
¿Sacar piojos?, no, ni nunca me imaginé que me fueran a pagar por estar matando piojitos, me dijo una mañana lluviosa que le pregunté si alguna vez había soñado, como quien se sueña ingeniero, doctor, bombero, abogado, ser matapiojos.
Me pregunto qué tan viejo será este oficio o si es que realmente existió, al menos los piojos son tan antiguos como la humanidad misma, creo.
Recién he leído que los piojos aparecen mencionados en la Biblia como la tercera plaga que afectó a los egipcios cuando el faraón desechó el pedido de Moisés para librar a los israelitas.
En el siglo XVl antes de nuestra Era un texto egipcio, el papiro Ebers, describe un remedio para los piojos, preparado con harina de dátiles.
Y piojos de cabeza y huevos han sido encontrados en el cabello de momias egipcias, así como peines que fueron utilizados para controlarlos.
La primera vez que Luisa se puso a matar piojos en aquella clínica, llegó a su casa con mucha comezón en la cabeza y en todo del cuerpo y dije ¡ay!, pero con los días se acostumbró.
Luisa se había enterado de este singular empleo por su suegra, que trabaja en casa de Eva Martínez Rocha, la dueña de este negocio, el Centro especializado en la eliminación de pediculosis (piojos y liendres), situado en la esquina de la calles de Salazar y Colón, en el centro.
Nadie quería dedicarse a espulgar, se les hacía algo así como muy sucio, como que les daba cierto asquito el piojo y a mí me llamó la atención, dije, ¡yo sí, yo sí quiero!.
Meses después los de su cuadra vieron la foto de Luisa en la cuenta de facebook de la clínica, con un pie que decía exterminadora de piojos, y cada vez que se la topaban en la calle no podían evitar reírse.
Luisa no sabía por qué.
Es que vimos que así te dicen, me explicaron y yo no pos sí, es a lo que me dedico, cuenta Luisa, 36 años, originaria de Monclova.
De chica se había inscrito en la secundaria al taller de dibujo técnico industrial, le gustaba el dibujo industrial y ella hubiera sido dibujante, de no ser porque sus conocidos empezaron a decirle que era una carrera muy cara y por eso claudicó y se fue de ayudante de cocina en el restaurán donde trabajaba su madre.
Jamás le pasó por la cabeza, nadie sabe dónde va a parar, que un día terminaría como una asesina serial de piojos.
A mí me gusta que hagan click. Sí, los apachurro y truenan bien padre, digo uno menos, uno menos que hace daño.
Aunque la verdad es que desde su niñez Luisa Inocencio había incubado en el corazón cierto sentimiento malsano contra los pijos, sus piojos.
Algún niño o niña de la Emiliano Zapata, la primaria a la que ella asistía en Monclova, se los pegó y su madre tuvo que sacárselos a fuerza de espulgarla todas las semanas, pero los piojos volvían a aparecer con más ímpetus y sus amigas del salón comenzaron a apartarla.
Era de que no te juntes con ella, vente vámonos para allá, Luisa se quedaba llorando.
Jamás pensó que de grande se convertiría en la verdugo de aquellos animalitos.
La cosa no tenía ciencia, sólo iba de que Luisa tenía que aplicar un mouse sobre la cabeza infestada, dejar pasar 15 minutos y proceder con una liendrera, o especie de peinito con dientes de acero muy cerrados, a ir retirando piojos y huevecillos, luego lavar el cabello con un champú especial, secarlo, revisar con una lupa, integrada a una lámpara de luz blanca, que no hubieran quedado piojos o liendres y cerrar con un repelente en forma de espray.
Lo peliagudo del asunto era retirar las liendres, los huevecillos de los piojos, que están fuertemente adheridas al cabello con un pegamento, la quitina, producida por este bichito mañoso.
Al final la clínica citaría al paciente para un chequeo, una semana después.
Sólo le bastaron a Luisa algunas consultas en internet para saber lo que tenía que saber sobre piojos; y luego dos que tres sesiones de práctica con su patrona Eva Martínez, de cómo eliminarlos.
Luisa supo hasta entonces que en el mundo existen unas tres mil especies de piojos, que el más común en el hombre es el piojo de la cabeza o capilar, un bicho que mide a lo mucho dos milímetros de diámetro, que es similar a una semilla de ajonjolí, que tiene tres pares de patas con garras para reptar por el pelo, que puede ser blanco, café, negro o gris, que se alimenta de la sangre del ser humano, (come cinco veces al día), que el 50 por ciento de los piojos son hembras y pueden poner en un mes, tiempo que dura su ciclo vital, unos 300 huevecillos, que el piojo no salta ni vuela, que le gustan las cabezas limpias, que sus principales víctimas son niños de entre tres y 12 años, especialmente mujercitas de cabellos largos y lacios, y que puede durar de 36 a 48 horas vivo fuera de la cabeza.
Por eso digo que esto de los piojos es cosa seria.
De tanto y tanto andar metida entre piojos un día Luisa se contagió y Mily Alvarado, su compañera de oficio en la clínica, tuvo que quitárselos.
A Luisa le dieron ganas de llorar como cuando era cría y en su casa hasta su niña la más chica le decía que si traía piojos ni se le arrimara.
Yo no quiero ni pensar las que han de pasar los hijos de Luisa cuando alguien les pregunta en la escuela sobre el trabajo de su madre. A qué se dedica o en qué chambea su mamá.
Intento imaginar a su hija más pequeña contestando ¿mi mama?, ¡es matapiojos!.
Mily Alvarado, la colega de Luisa, vino a dar con este centro de eliminación de piojos por recomendación de un hermano suyo, que conocía a Eva Martínez, la propietaria.
Al principio Mily se resistía a coger este empleo y hasta tuvo que prepararse psicológicamente antes de presentarse.
Se me hacía difícil venir porque dije ¿cómo voy a ir a sacar piojos?. Me imaginé haciendo todo, menos sacar piojos.
Era ama de casa y la mayoría de su tiempo se lo pasaba con su familia, sus hijos, su esposo, hasta que, cuestión de economía, las cosas se pusieron mal y Mily tuvo que empezar a buscar trabajo.
Mily había sentido siempre un gran repudio por los piojos, dice que en sus primeros días en la clínica matando bichos le costaba comer. Después fue cosa de habituarse.
Me lavaba las manos y me las volvía a lavar, decía ¡ay!, también tengo piojos, y ahí era dónde, cuenta Mily.
La clínica es cuarto de paredes gruesas, techos altos y piso de madera.
Tiene una pequeña recepción y dos cubículos al fondo con sillas y mesas de trabajo, el pabellón de la muerte de los piojos.
De una de las paredes, la de la entrada, cuelga una pintura en sepia que retrata a una familia de mujeres sentadas en fila, espulgándose.
El cuadro se llama Las piojosas, y lo hizo un vecino de las muchachas, artista plástico, de nombre Jorge Destenave.
Le pedimos algo especial, algo que nos identificara y nos gustó mucho y a las personas que han venido les ha gustado también y les da mucha risa, me dirá después Eva Martínez, la dueña.
Como yo, como Luisa y como mucha gente, Mily, originaria de Saltillo, no quiere decir su edad, tampoco se había salvado de los piojos en su niñez.
Su abuela era quien se los sacaba, a ella y a cinco tías más.
Le pregunto a Mily que si ahora sigue sintiendo el mismo desprecio por los pijos y su respuesta suena como un sarcasmo, como una broma de mal gusto:
¡Ya los queremos, no, ya los queremos!.
Al menos Eva Martínez Rocha, 32 años, Saltillense y la artífice de este Centro especializado en la eliminación de piojos y liendres, piensa que si los piojos no existieran ella no tendría este peculiar negocio.
Por ellos tengo este negocio, si no existieran no estaríamos aquí. Míos ya son amigos, aunque son enemigos, sobre todo, de los chiquitos, porque sí les truncan mucho su vida social.
Los parasitólogos y especialistas en medicina preventiva hablan de depresión, insomnio y falta de apetito en los chicos con pediculosis.
Los niños con piojos generalmente no juegan y están distraídos en clase.
Estudios realizados con dibujos en niños, muestran que éstos asociaron los piojos de la cabeza con ansiedad y medio.
Lo más raro del caso es que Eva es arquitecta, y por más que le hago no puedo encontrar la relación entre construir casas, levantar edificios, y matar piojos.
Sucedió un día en que las hijas de Eva, dos chiquillas de cinco y cuatro años, se llenaron de piojos y Eva no sabía qué hacer.
Yo veía que se rascaban y pensaba que tenían caspa. Tienen caspa, dije y les compré un champú. Total que no, seguían con la comezón y cada vez más.
Las estuve bañando con agua muy caliente y con el agua templadita y no. Mi esposo dijo chécales, a lo mejor traen piojos, le digo ¡no!, ¿qué te pasa?, ¿cómo van a traer piojos mis hijas?, no.
Hasta entonces, y aunque parezca inverosímil, Eva no había conocido los piojos, nunca había visto uno en su vida ni sabía cómo eran.
Nunca tuve piojos, a pesar de que estuve en puras escuelas públicas.
Le tocó suerte, dice, porque es muy común que los niños en edad escolar. (entre 5 y 15 por ciento) tengan piojos.
Con tiempo su oficio le enseñaría a Eva que para el piojo no hay raza, credo, ideología, nivel cultural o clase social que valga.
Y Eva lo confirma cuando la cuestiono sobre el perfil de la gente que suela visitar este centro:
Uy de todo, viene desde las personas más sencillas, más humildes, hasta las más wow del carrazo despampanante. Llegan muy apenadas, pero, como a todo mundo, les decimos que no hay que tener pena, no hay qué avergonzarse porque esto es muy normal.
Cierta noche en que una de sus hijas dormía profundamente Eva le abrió un poquito el cabello y miró que un bicho le pasaba corriendo por la cabeza.
Eva se asustó y se puso a llorar de miedo.
Al rato la niña empezó a estar como triste y se apartó de sus compañeritas de escuela, decía que tenía temor de pegarles los pijos.
Yo le decía no hija, no se los vas a pegar, y ella sí mamá, es que sentí que uno caminaba por aquí.
Eva probó todos los champús, todas las lociones y peines de la farmacia y del súper, pero nada resultó.
La cepa de piojos que hay ahorita es muy resistente. Han venido niñas que han tomado pastillas y no pasa nada, al contrario les dio diarrea, temperatura, explica Eva.
Por último Eva fue y se peleó con la directora del colegio particular donde estudiaba su hija mayorcita, pero sólo consiguió que la suspendieran.
Es que aquí fue, le digo a la maestra y ella que no señora, revisamos a todos y nada más su hija tiene, ¡Está suspendida. Eva se puso peor.
Era tanto su estado de ansiedad que algunas noches llegó a soñar con un piojo gigante, como del tamaño de una sandía, que escalaba por su cama y quería succionarle la sangre. Ella se despertaba alterada.
¿El piojo se subía por su cama y quería comer su sangre?, le pregunto asombrado, el piojo, y no Herrera, contesta riendo.
Y no sé por qué cada vez que vengo a la clínica para platicar con Eva o sus muchachas sobre piojos, salgo rascándome la cabeza y mientras escribo este reportaje siento una picazón por todo el cuerpo que no aguanto.
Los psicólogos dicen que es cosa de sugestión, de nada más pensar en un piojo que te camina por la piel.
Después, como no queriendo, Eva se puso a escudriñar las cabezas de los niños de la familia, de la gente a su alrededor, y descubrió la raíz del contagio de sus hijas.
Para no hacer el cuento largo, mejor dicho el reportaje, buscando en internet Eva encontró unos productos, 100 por ciento naturales, contra los piojos y las liendres, los probó con sus dos niñas y funcionaron.
Me puse a investigar ¿cómo son los piojos?, ¿por qué son?, ¿de dónde vienen?, empecé a comprender un poquito más el problema.
Así supo que a los pijos les gusta dormir calientito en la nuca y detrás de las orejas del humano, y que a los piojos les disgustan los aromas frescos como el de la menta, la lavanda y el eucalipto.
Que ciertos alimentos fuertes como el ajo y la cebolla transforman el sabor de la sangre y a los piojos no les gusta.
Pero bueno no podemos estar comiendo ajo todo el día porque vamos a estar sin piojos, pero sin amigos.
¿Cuál es el caso más difícil que le ha tocado atender?, le pregunto a Eva y dice que el de una niña a la que sus empleadas le sacaron de la cabeza ¡140 piojos!
Eran bastantes piojos. Al final la niña quedó limpia y contenta.
En su trato con otras madres de familia Eva empezó recomendar el uso de aquellos productos y les daba tips de cómo acabar con los piojos.
Pensó entonces que sería bueno hacerse distribuidora. Quién mejor que ella para promover aquellas armas letales contra los piojos.
Yo que en mi vida de reportero había escuchado hablar de muchos oficios, de los oficios más locos y más vaciados, nunca creí que la ciencia hubiera sido capaz de inventar un peine de baterías que elimina los pijos con una descarga eléctrica. Algo así como la silla eléctrica de los piojos.
Los electrocuta, los mata. Emite un pequeño sonido, no sé si lo oye, quiere decir que está funcionando, cuando deja de escucharse es que un piojito cayó. Lo que hay que hacer entonces es sacar el piojito, limpiar el peine y seguir, me explica Eva mientras me muestra el artilugio.
Eva no intuyó que estaba a punto de convertirse literalmente en una matapiojos profesional, en una multihomicida de piojos.
Había personas a las que el problema con los piojos de sus hijas se les salía de las manos y me decían oye ¿y si tú la limpias?, ¿yoooo?, sí tú, te tengo confianza. Y de ahí empecé, con personas conocidas, a ayudarlas y me nació la idea, dije ¿y si pongo un negocio?.
Al marido de Eva le cayó en gracia. Ella arquitecta, ¿cómo iba a sacar piojos?
Dice o sea, tú eres arquitecta, ¿cómo vas a andar sacando piojos?, y yo ¿sí verdad?, pero al día siguiente me volvía la idea ¡ay!, tal vez es mi destino sacar piojos.
Quién sabe, a lo mejor ya estaba escrito que Ana Rivera, después de haber trabajado en una fábrica empacando filtros para coche, y después limpiando aviones en el aeropuerto, se volviera una matapiojos a sueldo.
Cuando su ahora jefe, Horacio Fernández, el dueño de otra sala de eliminación de piojos y liendres, situada en el bulevar Valdés Sánchez, a la altura de la colonia Europa, le ofreció el empleo, Ana se sorprendió.
Me dijo sabes qué Ana, tengo un trabajo para ti, le dije ¿sí?, ¿de qué se trata?, dijo quiero abrir una clínica de eliminación de piojos, yo me sorprendí porque nunca había sabido de una clínica así. Cada quien hace con sus peques el trabajo de limpiarlos en casa.
Ella también había padecido desde chica los bichos en la cabeza, lo mismo que sus dos niñas, sólo que lo de ellas había estado realmente grave, tanto que Ana, en su desesperación, probó un día bañarlas con champú para perro y ni así. Hasta que de mucho se les quitaron.
A mí me los sacaba mi mamá Me empezaba a cepillar y manualmente, pero me daba unos estirones No me gustaba que me espulgara, yo corría.
Para Ana lo de los bichos era tan normal, que cuando su jefe le propuso ser la matapiojos oficial de una sala de eliminación, no dudo en aceptar.
Le dije sí, me parece.
Lo demás fue capacitarse con videos y consultas en internet.
Lo que todavía no puedo entender es que alguien diga que le gusta este trabajo de matar piojos. A Ana le gusta y no lo entiendo.
Me gusta mi trabajo, la verdad. Más que nada porque me gustan los niños, me encantan y me gusta porque ayudas a los peques y a las mamás. No me da ni cosa ni asco.
Dice que hasta ahora no se ha contagiado, !hasta ahora¡ porque antes de tatar a un niño que viene infestado de piojos a la clínica, ella se pone un repelente especial y se recoge el pelo.
Le pregunto a Ana que si en todo este tiempo ha llegado como a identificarse, a querer a los piojos, quererlos no, menos en mi cabeza, responde sonriendo.
Y creo que Horacio Fernández, el jefe de Ana, el creador de otra sala de eliminación de piojos y liendres, tampoco.
Su historia es muy parecida a la de Eva Martínez, con la variante de que Horacio es ingeniero civil, hace carreteras, y su esposa Mary administradora de empresas.
Por más de seis de meses ambos habían estado luchando en una guerra sin cuartel por exterminar los piojos de la cabeza de sus hijas de 11 y 10 años.
Probaron de todo y hasta estuvieron a punto de raparlas o rociarlas con insecticida para cucarachas y ponerles una bolsa de plástico en la cabeza, como hacía la gente del rancho donde Horacio pasó su niñez.
Se les puso aceite, mayonesa, lo que nos decían les poníamos Nada les hacía efecto, absolutamente nada y eso que el contagio no era tanto como para pero se les quitaban y les volvían a salir, narra.
Le pregunto a Horacio si es correcta mi impresión de que las niñas son más susceptibles a infestarse de piojos que los varoncitos.
Y dice que por el tipo de ph, las mujeres son más propensas a agarrar piojos.
Un día navegando por la red los esposos se encontraron con una clínica en Monterey donde prometían acabar con la pediculosis, por medio de la aplicación de unos productos americanos que se anunciaban como 100 naturales.
Horacio se trasladó allá con sus hijas y en menos de un día, después del tratamiento, las chiquillas quedaron limpias.
Horacio y Mary pensaron entonces que no sería mala idea establecer en Saltillo una sala de eliminación de piojos y liendres para ayudar a los niños y padres que, como ellos en algún tiempo, estaban sufriendo a causa de los piojos.
Al rato eran un hacedor de carreteras y una especialista en administración de empresas que se metían a matapiojos. Yo no sé si por hobby, por dinero o por venganza
Qué es la pediculosis
Es una infección cutánea producida por la infestación de piojos, se localiza fundamentalmente en cuero cabelludo
Sobre el piojo
· Es una de las principales causas de dermatitis o de parasitosis que se presentan en los escolares
· Habita en el cuero cabelludo y su presencia provoca una constante comezón en la cabeza, producida por la saliva del piojo
· No está relacionado con la mala higiene y puede atacar a cualquier persona
· Los huevos de que ponen los piojos son similares a los granitos de azúcar y es común confundirlos con la caspa, aunque se diferencian de ésta en que no se desprenden fácilmente
· Las mascotas no portan por general piojos humanos.
· Se presente en temporadas frías y cálidas, con un poco más de incidencia en tiempo de calor
· El piojo se puede encontrar en lugares como las estéticas, autobuses y cines
Se contagian:
· Principalmente por contacto entre cabezas
· Compartir artículos personales como: cepillos, peines, ligas, cascos, audífonos, toallas, gorras, bufandas
Síntomas
· Comezón y pequeñas inflamaciones rojas en el cuero cabelludo y cuello