El gobierno de Porfirio Díaz Mori celebró así el centenario de México
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Los festejos para conmemorar los primeros cien años de la Independencia fueron aprovechados por Díaz para promover al país ante el mundo
CIUDAD DE MÉXICO. Las fiestas del Primer Centenario de la Independencia no se limitaron a un par de días. Para nada. En realidad fueron la ocasión ideal que el presidente Porfirio Díaz Mori aprovechó para lanzar una intensa campaña de política exterior durante todo septiembre de 1910, en un intento de posicionar a México como una potencia en ciernes. Casi lo logra.
El recuento de los espléndidos festejos, concebidos bajo el modelo de las grandes exposiciones universales de París, fue descubierto casualmente por Excélsior en el aparador de la Librería Madero, que exhibía la Crónica Oficial de las Fiestas del Primer Centenario de la Independencia de México, de Genaro García.
A primera vista, el libro de casi medio metro de altura y 300 amarillentas páginas no prometía nada que fuera más allá del untuoso relato de un maratón de desfiles, actos cívicos, exhibiciones, conferencias, inauguraciones de obras públicas y banquetes, que editó un funcionario del régimen, pues García era, entonces, el director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología.
Pero al hojearlo, poco a poco empezaron a surgir las imágenes de los invitados especiales: el barón Yasuya Uchida, emisario personal de Mutsuhito, primer emperador de la monarquía constitucional de Japón; los apuestos tripulantes de la fragata Faustino Sarmiento, de Argentina, que desfilaron junto al Ejército Mexicano el 16 de septiembre de 1910, o el embajador de Estados Unidos, Henry Layne Wilson.
Un sinfín de augustos y bigotudos personajes provenientes de más de 30 países, que posaron para el lente de la crónica oficial, vestidos de rigurosa etiqueta, y que luego cedieron el paso a las fotos del apoteósico desfile de estudiantes de todas las edades, que llevaron de un lado para otro a una anciana descendiente del cura Don Miguel Hidalgo, que acompañó la fuente bautismal del héroe, traída desde Guanajuato, para colocarla en un lugar de honor en el Museo Nacional.
"Ningún canto de libertad puede elevarse en este hemisferio, ni ninguna voz de elocuencia puede levantarse en defensa de los derechos humanos sin recurrir a la mágica influencia de esta gran personalidad", se le ocurrió decir a Wilson refiriéndose a George Washington cuando colocó la primera piedra de su monumento durante las celebraciones mexicanas.
El tema comenzaba a volverse apasionante, pero el barullo de preguntones y nostálgicos del México que ya no es empezó a interrumpir el goce sobre el mostrador de la Librería Madero.
-¿Cuánto cuesta el libro?
-Veinticinco mil pesos -respondió el angustiado dependiente del establecimiento, que abruptamente puso punto final al ejercicio.
Transformación del Palacio
Con un puñado de fotos tomadas por Karina, la fotógrafa de Excélsior, el asunto despertó una intensa curiosidad. Pero sin dinero en la bolsa para comprar la crónica y llevarla a casa para devorarla a placer, sólo quedaba buscar otras alternativas.
Afortunadamente, el espíritu de José Vasconcelos, el carismático político mexicano que gozaba cuando los estudiantes pobres se robaban algún libro, se fue a vivir al Fondo Reservado de la Biblioteca México del Centro Histórico que lleva su nombre.
"¡Maestro, se están robando los libros! -le dicen a Vasconcelos."
"¡Qué bueno que se los están robando! -contesta".
"Oiga, pero se los están robando para venderlos". Y él responde: "Qué bueno que hay pendejos que los compran", relató divertido a este diario el dueño de la Librería Madero, Enrique Fuentes Castilla, mientras su fiel dependiente nos lanzaba miradas francamente desintegradoras.
Pero la aventura continuó en el imponente inmueble de la Biblioteca México José Vasconcelos, que en 1815 fue prisión del libertador José María Morelos y Pavón, pues allí las páginas de la crónica de Genaro García nos zambulleron de nuevo en el Versalles Mexicano en que quedó convertida la afrancesada Ciudad de México durante las febriles fiestas del Primer Centenario.
"¡Gran Baile en el Palacio Nacional! . Los arreglos y adaptaciones indispensables para el festejo comenzaron por la fachada de Palacio, cuyas tres puertas fueron cubiertas por grandes marquesinas adornadas con escudos de banderas nacionales y extranjeras. En cada una de las entradas se formó un vestíbulo con muros revestidos de plantas y flores tropicales y multicolores foquillos incandescentes", reza el capítulo de "Fiestas Sociales".
El patio central del palacio fue transformado en un espléndido salón de baile, encuadrado por 80 esbeltos arcos divididos en dos cuerpos y cobijado por un plafón combado en forma de cúpula, sustentado por cuatro gigantescas columnas de orden corintio, y del que pendía un enorme rosetón de focos eléctricos. En aquella época las luces incandescentes eran un lujo muy apreciado.
"Las comisiones designadas al efecto recibieron en la Puerta Mariana al señor General Díaz y a su esposa, y los acompañaron al estrado de honor en donde recibieron el saludo de los diplomáticos presentes, de muchos funcionarios y de numerosas familias nacionales y extranjeras", relató García.
Entonces, hizo su entrada triunfal la señora Carmen Romero Rubio de Díaz, que lucía un rico traje de seda y oro de bellísimos cambiantes. En el centro del corpiño tenía un gran broche de magníficos brillantes, en el tocado una diadema de iguales piedras, y al cuello, varios hilos de gruesas perlas "del mejor oriente". La crónica no describe el perfume que llevaba la señora de Díaz, que seguramente era francés.
Y poco después de recibir a los invitados distinguidos en un estrado habitado por ricos muebles, vistosos tapices, finísimas lunas venecianas, soberbias esculturas de bronce o de mármol, grandes tibores orientales y plantas exquisitas, se formó la procesión de notables.
"La procesión, que resultaba verdaderamente suntuosa por el lujo y esplendor de los trajes femeninos, y por la vistosa eleganciade los uniformes diplomáticos, recorrió el salón en tanto que la orquesta ejecutaba una gran sinfonía formada con los himnos nacionales de todos los países amigos de México. Inmediatamente después centenares de parejas comenzaron el baile", dice la crónica.
Don Porfirio Díaz del brazo de la Marquesa di Bugnano, esposa del señor embajador de Italia, seguidos por el excelentísimo señor Curtis Guild Jr., embajador especial de Estados Unidos para los festejos, que llevando del brazo a la señora Díaz, se mantenía alerta.
"Las relaciones entre nosotros, mexicanos y norteameridanos ha sido, ¡Y ojalá sea siempre así!, (como) las relaciones de amigos que dándose la mano se miran el uno al otro en el mismo terreno sin que ninguno de los dos baje los ojos (sic)", dijo Guild en el brindis del banquete que ofreció la delegación estadunidense al presidente mexicano el 14 de septiembre, nueve días antes del baile de palacio.
El baile se interrumpió momentáneamente a la medianoche, cuando el señor Presidente, y sus invitados de honor, pasaron al comedor instalado en el primer piso. Desde allí se veía claramente la esbelta Columna de la Independencia inaugurada el 16 de septiembre, siete días antes.
"No sabría ciertamente cómo agradecer tanta atención, tanta exquisita cortesía que me han prodigado las autoridades de Veracruz. y la cordialísima y grandiosa recepción en esta capital, más bella que lo bella que lo imaginaba", dijo Camilo García, marqués de Polavieja, quien vestido de uniforme militar de gran gala llegó en carroza el 7 de septiembre a Palacio Nacional a presentar sus credenciales de emisario especial del Rey Alfonso XIII.
Para entonces, Díaz creía sentar las bases de la futura independencia de México en el ámbito de la política exterior.
"Si vosotros nos servisteis de modelo, forzoso nos es hoy a entrambos (sic) dar el ejemplo de que dos pueblos vecinos, cuando apoyan sus relaciones en la honradez y en la justicia, aun cuando posean fuerza diferente, pueden y deben marchar juntos y confiados a todas las conquistas pacíficas de libertado y progreso", dijo el mandatario mexicano el 5 de septiembre al recibir las credenciales de Guild.
El festejo de México
Durante la entrega de sus cartas credenciales el 7 de septiembre como delegado especial de Suiza, Henri Perret no escatimó elogios a los logros del porfiriato:
"Nosotros admiramos a México, a esa nación joven, de asombrosas energías, admiramos al Ilustre Estadista, quien con mano firme y pasos de gigante la ha llevado por el sendero del progreso y puesto a una altura envidiable".
El 15 de septiembre, ocho días después de la alocución de Perret, el pueblo mexicano se empezó a congregar en la Plaza de la Constitución (de Cadiz) frente a Palacio Nacional. Para las diez de la noche no había en ella ni un solo espacio libre.
"La muchedumbre, a medida que el tiempo se deslizaba y que la ansiedad crecía, se iba haciendo más y más compacta; la tropa se preparaba a rendir en el histórico momento los honores debidos al primer magistrado; los invitados en Palacio se agrupaban en los balcones del edificio; la multitud se estremecía, pronta a romper en un clamor de entusiasmo y de júbilo desbordantes (.)", continúa la crónica.
García relata que la hora tan deseada sonó en el reloj de la Catedral y el señor general Díaz, jefe del supremo gobierno, caudillo del pueblo y primer ciudadano de México, repicó la sagrada esquila de Dolores, hizo ondear el lábaro tantas veces salvado por él mismo, y con voz sonora y firme en la que temblaba una viril emoción dijo:
"¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia! ¡Vivan los Héroes de la Patria! ¡Viva la República! ¡Viva el Pueblo Mexicano!".
Y la respuesta gloriosa y unánime brotó de todos los corazones y salió de todos los labios en un grito delirante, y numerosas bandas dejaron oír las sonoras armonías del Himno Nacional, y entre los sonidos marciales de las cornetas, el redoblar de los tambores, el estallido de los cohetes y las detonaciones de las salvas, aquella exclamación repercutió en el espacio y lo llenó como el voto supremo de todo un pueblo libre.
"Es justo mencionar por último, para honor del pueblo mexicano, la admirable corrección de éste durante la noche del Grito, pues no obstante haber estado reunidas en la plaza unas 100 mil personas, reinó allí el orden más absoluto, a tal grado que los representantes extranjeros se asombraron de ello. en el curso de todo el mes sucedió lo mismo", dijo García.
Nueve meses después, el 25 de mayo de 1911, Díaz presentó su renuncia, y un día después, partió rumbo a Veracruz con su esposa y su familia. El 31 de mayo, luego de ser atacados por bandoleros que les arrebataron varias cargas de oro, abordaron el buque portugués Ypiranga, rumbo al exilio.
Todavía, en el banquete del 14 de septiembre, Guild Jr. le recordó que los estadunidenses habían invertido centenares de millones de dólares en empresas asentadas en México y que sus exportaciones habían aumentado diez veces en una sola generación. La historia se repetía, México se había convertido nuevamente en una plataforma de producción con mano de obra esclavizada para la metrópoli.
"México (había sido) el primero de muchas naciones legalmente reconocidas pero económica y militarmente débiles que los estadunidenses encontraron después de la Guerra Civil", escribió el multipremiado historiador John M. Hart en Empire and Revolution. The Americans in Mexico since the Civil War.
El festejo cimentó la modernidad
Para dar comienzo al largamente esperado Desfile Militar del Centenario, el presidente de la República, Porfirio Díaz Mori, vistió sus mejores galas militares y, acompañado de todos los miembros de su gabinete, abordó la carroza que lo llevó de Palacio Nacional a la Glorieta de Paseo de la Reforma, donde se levantaba la Columna de la Independencia.
"Tomó asiento en la plataforma levantada al efecto; a su derecha se colocó el señor don Ramón Corral, vicepresidente; a su izquierda, el señor don Enrique C. Creel, secretario de Relaciones Exteriores, y en los demás lugares, los señores embajadores, enviados y delegados extranjeros especiales y miembros del cuerpo diplomático permanente, las comisiones de los poderes federales, funcionarios, empleados y distinguidas familias", reza la crónica.
El acto comenzó a las diez de la mañana, hora en que la comitiva fue saludada por los aplausos, por las aclamaciones del público, los acordes del Himno Nacional y la marcha de honor.
"Después de una obertura de la Banda de Policía, ocupó la tribuna el señor ingeniero don Antonio Rivas Mercado, autor del proyecto arquitectónico de la columna, quien leyó un amplio informe sobre los trabajos realizados, mencionando las dificultades suscitadas por las malas condiciones del subsuelo, que determinaron lamentables hundimientos corregidos con el mayor empeño", dice la Crónica Oficial de las Fiestas del Centenario, de Genaro García.
Ante la columna coronada por una Victoria alada brillante como el oro, que lleva en una mano los rotos eslabones de una cadena despedazada y en la otra una corona cívica, el poeta Salvador Díaz Mirón declamó una poesía dedicada al cura Hidalgo. Luego, el general Díaz ascendió pausada y firmemente a la plataforma del monumento y con voz sonora lo declaró inaugurado.
La multitud aglomerada en las aceras aclamó el paso de la caballería sobre las calles y saturó las sillerías de alquiler, los improvisados kiosco y desde balcones y azoteas espiaba la columna militar para saludarla con aplausos y cubrirla de flores a su paso. El paso uniforme y marcial del Ejército Mexicano fue acompañado, para la solemne ocasión, por marinos alemanes, franceses, brasileños y argentinos.
Para coronar el evento, el régimen inauguró una veintena de obras públicas e instituciones que siguen vigentes hoy.
Como el Monumento a Juárez, hecho de casi mil 400 toneladas de mármol, la hoy Universidad Nacional Autónoma de México, las Obras de Aprovisionamiento de Agua Potable, del Desagüe del Valle de México para alejar el peligro de inundaciones, la Escuela Normal de Maestros, la Escuela de Altos Estudios, la nueva Secretaría de Relaciones Exteriores, la Cámara de Diputados, estrenada un año después, las reformas al Palacio Municipal, la Estación Sismológica.
La ampliación de la Penitenciaría del Distrito Federal, el Manicomio General construido en la antigua Hacienda de la Castañeda, la Fábrica de Pólvoras en Humo, el Parque Balbuena para Obreros, la Asociación Cristiana de Jóvenes y la colocación de la primera piedra del Palacio Legislativo, nunca terminado.
Este último proyecto, a cargo del ingeniero francés Emilio Benard, planeaba extender la entrada principal -hoy Monumento a la Revolución- para albergar a cada lado la Cámara de Diputados y de Senadores, la biblioteca de oficinas, los salones de lectura y de recepciones, los locales accesorios, cuatro grandes patios y una galería de cristales para los carruajes.
"La gallarda fachada... con imágenes que simbolizan el trabajo, la paz, la ley, la elocuencia, la fuerza y la verdad, el frontón triangular, adornado de estatuas y al interior la soberbia cúpula rematada por el Aguila Nacional", decía el proyecto.
La celebración incluyó la colocación de la estatua de Alejandro de Humboldt en la Biblioteca Nacional, del Kiosco Morisco de Santa María la Ribera, la colocación de las placas de la calle Isabel la Católica, en el Centro Histórico, y de las placas en honor del cura libertador José María Morelos y de los héroes Leona Vicario y Quintana Roo.