El escultor de la muerte
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<p>Dolores y grandeza del hombre que esculpe los rostros de las personas fallecidas, desfiguradas en grandes tragedias o comidas por el tiempo</p>
Saltillo, Coahuila. Cuando miro la calavera en el fondo de la vieja cubeta de lámina, no puedo evitar sentir escalofrío.
Dicen que alguien se la encontró de casualidad por un camino solitario, pero que nadie atinó a saber de quién era.
Un día se la trajeron a don Dámaso y él, como es su costumbre: su arte, la echó en la tina de fierro con cal y lejía, para que acabara de despellejarse.
Se desmonta toda la carne, todos los sesos. Se le dan unos baños de lejía, después se lava bien y cuando ya está seco, me explica Dámaso con tal sangre fría que me estremezco.
Pero como el hombre empezó a estar cada vez más enfermo y quién sabe qué pasó que ya no le pidieron la calavera, pos aí nomás la dejó, tapada con cal hasta la mitad en la cubeta, arrumbada en una bodega de polvo, cachivaches y telas de araña.
Si quieres la sacamos¿la sacamos?, ¿eh?, me dice don Dámaso y le contesto que no, pensando que por ahora ya he visto bastante.
Él mismo ha hecho traer la cubeta con la calaca aquella hasta la sala de su casa.
La trajo por insistencia mía la doña que lo cuida en las tardes, porque don Dámaso ya no puede andar, le duele la espalda y la rodilla derecha, pero aquí está contemplando el cráneo éste que sabrá Dios de quién será, si sólo en Coahuila, según cifras oficiales, hay más de mil 700 desaparecidos, 25 mil en todo el país.
¡Ah!, pero si Dámaso estuviera fuerte y sano, como antes, otra cosa sería y ahorita mismo sabríamos quién era el fulano éste, el dueño de esta calaca cubierta de polvo, amplia la frente, erectos los pómulos y oscuras las cuencas de los ojos.
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Si quieres la sacamos, ¿eh?, no hay problema, la sacamos, insiste Dámaso. Le digo que no, que no es necesario, que no se preocupe.
Dámaso no es un sicario ni un narcotraficante, tampoco un pozolero, ni mucho menos, un cocinero de cadáveres como ha habido en la historia reciente de la violencia en México.
Don Dámaso Rodríguez García (San José de Cloete, 1931), es un escultor forense, quizá el único que queda en Coahuila, después de los avances científicos que han permitido la identificación de restos humanos, a partir del ADN (ácido desoxirribonucleico) de las personas y la reconstrucción facial tridimensional, por medio de la aplicación de la tomografía axial computarizada y de la 3âD.
Dámaso es alto, delgado. Tiene el pelo ralo y cano, el rostro teñido de manchitas cafés, pero sin muchas arrugas, a pesar de sus 83 años.
Usa anteojos pequeños, exquisitos, una andadera y una silla de ruedas, con las que traslada de un lado a otro de su casa, y ahorita está sentado en un inflado sillón reclinable donde pasa la mayor parte del tiempo.
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Ya no oye bien. Le duele la espalda de puro cansancio, trae marcapaso y lleva unos tornillos ortopédicos mal colocados en el muslo derecho, gracias a ¡Un pinche médico!, cuenta que lo operó y le hizo un mugrero bruto, después que Dámaso se fracturó la rodilla debido a una caída.
Pero sobre todo esto Dámaso tiene, entre muchos otros, el mérito de haber realizado, junto con el médico forense Fidel Rodríguez Garza, la primera reconstrucción facial tridimensional en Coahuila, y en otros estados de la República.
II
La reconstrucción facial tridimensional es la especialidad pericial forense que se utiliza como último recurso de identificación en personas fallecidas. Y consiste en rehabilitar y reconstruir el tejido blando del rostro humano, teniendo como base o matriz el cráneo real en cadáveres denominados NN (no identificados o sin foto), que con frecuencia son encontrados en estado de deterioro corporal (calcinados, macerados, putrefactos, o sólo como restos óseos).
El propósito de la reconstrucción facial sobre un cráneo, es determinar cómo eran los rasgos faciales de la persona en vida.
La forma de don Dámaso para explicar su oficio es más llana, más simple, sin tantos terminajos, más sencillacomo él:
Hago una calavera de yeso y le pongo plastilina, para ver la forma que tenía la cara de la persona cuando estaba viva, me dice una tarde que platicamos en una oficina de su casa, en Sabinas, Coahuila.
Se trata de un cuarto pequeño y sombrío, donde hay un escritorio con dos computadoras, más bien modernas y en las que últimamente Dámaso realizaba los retratos hablados de los delincuentes, a través de un software especial llamado La Cara del Mexicano, desarrollado en 2002 por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Procuraduría General de la República y la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal,
Te dan una lista de 100 bocas, 200 ojos, entonces tienes que encontrar el parecido con la persona. La computadora no falla.
Hace años que Dámaso no entraba aquí, desde que se quebró la rodilla y ya no pudo moverse más.
El polvo y las telarañas acumuladas avisan que Dámaso me está diciendo la verdad.
En eso llama la atención una cabeza humana maquillada con plastilina amarilla, que descansa sobre el escritorio donde están los ordenadores.
Dice don Dámaso que es un señor que se encontraron en Rosita, allá por Los Filtros.
Su esqueleto apareció entre el lodo. Parece ser que el hombre se cayó y se ahogó en una laguna. Sus compañeros de la Procuraduría General de Justicia de Coahuila le trajeron a Dámaso la calaca.
En tan sólo un día el escultor la reconstruyó, y el cadáver aquel pudo ser identificado por sus familiares.
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Se trataba de un señor con problemas de alcoholismo, que llevaba meses perdido. Sus parientes habían ofrecido una recompensa a quien ofreciera datos sobre él.
Pero Nomás lo reconocieron y ya se les olvidó la recompensa, relata don Dámaso entre indignado y divertido.
Es más, si él fuera cantante de ópera, su voz sería la de un barítono, clara y potente, sólo que ya no escucha bien y hay que, casi, gritarle al oído para que capte las palabras.
Ahora me está contando sobre un ajusticiado en Torreón, al puro estilo de los gángster de las películas. No recuerda la fecha..
El hombre se hallaba parlando en una cabina de teléfono público, cuando pasó un automóvil a toda velocidad y papapapa, lo mataron.
La gente de la Procuraduría llevó a don Dámaso para que revisara el cadáver y descubrió cómo el asesinado se había hecho colocar en la cara varios implantes que en vida lo hacían cambiar de apariencia, verse diferente de cómo realmente era.
Dámaso quitó los implantes, midió el grueso de la piel y logró reconstruir la cabeza en un molde de yeso: Ya no se parecía nada al muerto.
Resultó que el muerto aquel era un traficante colombiano de medio pelo. Jamás se pudo esclarecer la identidad de la banda que lo liquidó.
A los jefes de Dámaso les gustó tanto cómo había quedado aquella reconstrucción, que partir de entonces le empezaron a mandar todas las calacas que se encontraban.
Cada vez que nos hallábamos una calaca en alguna parte o que hacíamos una exhumación, me daban la calaca y me decían Reconstrúyela, a ver qué facciones tenía éste. Había bastante trabajo, muy divertido.
III
Hay muchas dudas que lo rodean, que me asaltan. En qué escuela se formó como escultor forense, qué estudió, quién le enseñó la técnica de realizar reconstrucciones faciales tridimensionales.
A menudo su charla es interrumpida por el dolor en su espalda, lo que provoca que gima. El calor es insoportable en su oficina.
¡Ah chispas!, responde, cuenta que terminó la secundaria, después tomó un curso de aviación en una escuela de Sabinas y fue piloto por un buen tiempo.
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¿Era un niño aplicado?, increpo a don Dámaso: No, no, hacía lo que me daba la gana. Tenía problemas con los profesores porque era medio alebrestado.
Su padre lo había enviado a Estados Unidos para que estudiara inglés. Durante su estadía en Corpus Cristi Dámaso tomó un curso de mecánica y voló aviones. Las levantaba a 10 mil pies de altura.
De chiquillo se había soñado tantas veces piloteando un avión.
A su retorno a Sabinas se enroló durante 38 años en la Carbonífera de San Patricio, como encargado de compras y piloto aviador, cuando había tempestades que crecía el arroyo y había que ir a la mina para cumplir algún encargo. También arreglaba la aeronave de la empresa cuando se descomponía.
Lo de escultor lo heredó su abuelo que esculpía, pintaba, dibujaba. Un hombre hábil para trabajar y a quien Dámaso debe su primer obra, la estatua de un gerente de la  American Smelting and Refining and Company, que había muerto y el sindicato de carboneros le pidió a Dámaso que lo inmortalizara.
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Entonces Dámaso era un chico travieso, al que le gustaba inventar cosas, componer sus juguetes y fabricar estatuas a pequeña escala..
Después Dámaso se ganaba la vida esculpiendo bustos y estatuas de gente célebre: políticos, científicos y próceres de la historia como Benito Juárez, Francisco I. Madero, Alejandro Fleming, Cristóbal Colón, ah y los leones que están custodiando la entrada a Sabinas.
Era la única manera de ganar más dinero, tenía mi sueldo, un sueldito rascuache, pero era dinero. Como quiera recibía, no estaba tan flaca la vaca.
¿De verdad usted hizo los leones que están a la entrada de Sabinas?, le interrumpo, Sí, los puse ahí pa que no se fueran a robar la calle, bromea.
IV
En el despacho de don Dámaso, por cuyas persianas apenas y se filtran algunos retazos de luz que llega desde la calle, hay también una cámara fotográfica profesional, descansando sobre el mueble donde se halla la cabeza maquilada con plastilina amarilla..
Dice el escultor que la fotografía es otra de sus virtudes, desde que a los siete años una prima suya le regaló su primera cámara. Era una Brownie 127, Así chiquilla, me cuenta dibujando en el aire con las manos el tamaño del aparato.
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Su afición por las imágenes era tanta, que en 76 años, Dámaso consiguió reunir una colección de 100 cámaras fotográficas de distintas marcas y modelos,
Entonces a Dámaso le viene, como un flash back, el recuerdo de la explosión de la Mina Cuatro y Medio, en Esperanzas, Coahuila, donde murieron, quemados y descuartizados, 37 trabajadores. Sucedió a finales de la década de los ochentas.
Dámaso, quien todavía no trabaja en la Procuraduría General de Justicia del Estado, fue el encargado, por puro gusto, de tomar las fotografías para el archivo y, junto con el doctor Fidel Rodríguez, de hacer la identificación forense de los cadáveres y restos humanos que había dejado el siniestro.
De ahí ya me agarraron los de la Procuraduría. El doctor Fidel Rodríguez Villarreal, que era el director de Servicios Periciales, me consiguió el trabajo éste, yo ni me lo esperaba, dijo Oiga, yo creo que es justo que gane dinero y no esté haciendo las cosas gratis, lo voy a proponer para que le den trabajo y no pos luego, luego me lo dieron.
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A la vuelta de la vida don Dámaso, de ser un piloto aviador y un jefe de compras en la Carbonífera de San Patricio, se convirtió en el insuperable escultor forense, fotógrafo y hacedor de retratos hablados de la Coordinación de Servicios Periciales de la PGJE. Un talento que le valió su certificación como perito criminalista de campo, por el Sistema Nacional de Seguridad Publica.
De su abuelo había aprendido la técnica del dibujo, pero también de sus maestros de secundaria, que eran buenos en ese arte.
Sin echármelas, pero pelao que dibujaba yo, pelao que caía Mis retratos no fallaban, presume y suelta la historia de un acosador de mujeres que fue reconocido gracias a un retrato hablado elaborado por él.
Se trataba de un hombre que solía merodear por las vías del ferrocarril en las noches y manosear a cuanta muchacha pasaba, navaja de por medio.
La policía lo agarró con la ayuda de una secretaria machota de la PGJE, que se prestó para tenderle una trampa.
Aquel chacal había herido a seis muchachas, de 12 que había atacado.
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El final de la anécdota de don Dámaso suena, más bien, como un chiste de humor negro:
Cuando ya estaba en la cárcel le llevamos el dibujo y dice el pelao Ese soy yo, le digo: Sí, eres tú, y dice: ¿Y a cuántas muchachas tengo qué atacar pa que me haga otro?.
V
Dice que no han sido tantas las calacas que ha reconstruido, si acaso unas 20 a lo largo de los 25 años que trabajó para la Procuraduría de Justicia de Coahuila..
Algunas de las cabezas fueron montadas en una exposición celebrada en Saltillo; otras regaladas a sus deudos.
A Dámaso ya le falla la memoria: ¡Médicos pendejos!, relata que al quererle cambiar de lugar el marcapaso, le provocaron un corto circuito que lo dejaron inconsciente.
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Después se dio cuenta que había perdido la memoria. De muchas cosas ya no se acordaba y resulta de que dicen sus hijas, que estuvieron todo el tiempo con él, cuidándolo, que don Dámaso estaba hablando dormido: Mira, ái viene mi tío fulano de tal, puros muertos estaba viendo yo.
Poco a poco, y a fuerza de recordar, ha ido recuperando su pasado.
Se acuerda especialmente de una calaca que hace algunos años le mandaron de Saltillo para que le diera forma.
Aquellos restos, según los periódicos de la época, habían sido encontrados un atardecer, a mediados de marzo de 2003, en un terreno baldío localizado a espaldas de un motel ubicado a la altura de la colonia Loma Linda, por la carretera 57.
Las primeras investigaciones criminológicas y forenses apuntaban que por las características de la dentadura y la forma de la pelvis del esqueleto hallado, se trataba indudablemente de una mujer, de entre 16 y 19 años de edad, que tenía el pelo largo y teñido.
Por las condiciones en que se encontró la osamenta se deducía que la muchacha había sido golpeada en el cráneo con un objeto contundente, luego quemada y después tirada en el predio, envuelta en una sábanas y empaquetada en una bolsa negra de plástico.
Las autoridades se avocaron entonces a buscar en los registros de personas desaparecidas reportadas en la Procuraduría de Justicia, pero no encontraron nada.
Y no se contaba tampoco con algún indicio sobre él o los asesinos de la mujer, ni del móvil que los había obligado a cometer el homicidio.
La Coordinación de Servicios Periciales de la PGJE hizo llegar al escultor forense un paquete con el cráneo de la mujer.
Una vez que el perito concluyó el trabajo, la prensa publicó una fotografía de la cabeza de la chica, modelada en yeso y plastilina. Era el boceto de cómo, probablemente, había sido en vida.
Gracias a la recreación hecha, fue que los familiares de la joven, quien llevaba meses perdida, pudieron identificarla y exigir que se abriera una investigación sobre el caso.
Se dio ese primer eslabón, vinieron los familiares de la muchachita, precisa Juan Jesús Arriaga Guevera, coordinador de Servicios Periciales de la PGJE en la región sureste de Coahuila.
Al final se supo que se trataba de una jovencita de 14 años llamada Arlette Rodríguez Castañeda, prófuga de la casa- hogar del DIF Coahuila y que había sido ultimada a ladrillazos por una amiga y la madre de ésta, tras sostener una discusión.
Con esto quedó demostrado, me comenta el criminólogo Juan Jesús Arriaga Guevera, una mañana que lo entrevisto en su oficina de la PGJE, criminólogo, que no hay crimen perfecto.
VI
Ya ha pasado un buen rato. Le digo a don Dámaso que tengo curiosidad por saber cómo trabaja con los cráneos, cómo es que hace las reconstrucciones faciales tridimensionales y me echa una explicación a su estilo, sin rodeos ni tecnicismos.
Se desmonta toda la carne, todos los sesos, dice, luego se le dan unos baños de lejía para que se coma la carme, después se lava bien (el cráneo).
Ya cuando está seco va uno al libro, de un detective francés muy famoso, del que don Dámaso ha olvidado el nombre, y ahí se indica el grueso de aquí, de aquí, de aquí por ejemplo, me dice, tocándose la piel en distintas zonas de la cara.
Y continúa
Ese grueso lo da uno con unos taconcitos de hule, corta uno un pedacito de hule con la medida que dice que debe ser aquí. Después se hacen puentes entre tacón y tacón y así se van juntando las redes de toda la cara. Ya que tienes todos los puentes se rellena uno contra otro y aparece el rostro del cadáver.
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Nunca trabaja sobre la calaca directamente, sino sobre un molde, aclara.
Pregunto a don Dámaso que cuántos peritos en Coahuila han seguido su escuela, la han aprendido algo, se han hecho escultores forenses como él, me responde que ninguno.
Le estuve dando clases a la gente de la Procuraduría, a los técnicos, me traje a la casa como a unos nueve o diez. La intención mía era, ya estaba yo muy viejo y no les iba a durar mucho, que aprendieran todos, pero no quisieron.
Aída Araceli Garza Gándara, coordinadora de agentes del Ministerio Público en Sabinas, me dijo una mañana que le entrevisté por teléfono: Es que eso es un arte, no es así como que él ha estudiado, sino que es un arte que se le da y como él era el único que elaboraba ese tipo de dictámenes, obvio que sí nos es muy necesario.
Avanza la tarde y confieso que me estoy muriendo de ganas porque don Dámaso nos modele, siquiera, un rostro en plastilina.
Dice que no puede, que tiene paralizada la mano derecha y que desde que cayó en cama, hace tres años, no ha vuelto a agarrar la plastilina.
Ahora don Dámaso se encuentra en trámites de jubilarse de la PGJE, pero ni crea que está tan contento eh, porque le han anunciado que sólo tendrá derecho a una pensión de dos mil pesos mensuales, como premio por sus 25 años de entrega en pro de la justicia: Y así quieren tener buenos policías, reprocha.
Por lo que me cuenta, no es la primera vez que alguien de la Procuraduría ha querido regatearle su salario de escultor forense, como sucede con otros empleados de esta institución que se quejan de lo poco valorado que es su trabajo. Recuerda una discusión con un doctor que lo visitaba de Torreón, o Saltillo:
â Oiga, se me hace que usté está ganando mucho para lo que está haciendo.
Don Dámaso contestó.
âPor eso no hay problema, usté no se apure, aquí están mis libros y mis papeles y hágalo usté.. Ái nos vemos.
Pero el fulano fue y lo alcanzó.
â Oiga, pos qué pasó, a dónde va, qué mosco le picó.
â No le gusta mi trabajo, lo he estado haciendo gratis y ahora que me lo están pagando me lo quiere quitar, gruñó.
â No pos es que ¿Cuánto cuesta hacer una reconstrucción?
â No, nunca he cobrado por las reconstrucciones, son parte de mi trabajo.
VII
De vuelta en la sala de su casa, don Dámaso muestra algunas fotografías de las reconstrucciones y los retratos hablados que ha hecho a lo largo de su carrera.
En una de las gráficas se aprecia una cabeza humana, sangrante, que salió disparada con la explosión de la mina Cuatro y Medio, en Esperanzas, Coahuila.
El forense Fidel Rodríguez y él hicieron la reconstrucción de la cabeza que había quedado como una máscara de luchador, pero con cabello, sin ojos, sin huesos, como una bolsa, abierta de la frente hasta los labios.
Hicimos una sutura como pudimos, lo rellenamos (con estopa). Teníamos la responsabilidad de identificar a los 37 cadáveres que dejó la explosión, pero al final lo logramos, cuando no existía nada, ni siquiera se empleaba la genética forense del ADN en nuestro país, me detalla después Fidel Rodríguez Villareal, subdirector regional de servicios periciales para Monclova, Acuña y Piedras Negras.
Al final descubrieron que la cabeza aquella pertenecía a un ingeniero, trabajador de la mina.
Ésta â dice Dámaso señalando otra de las fotografías -, es una viejita que se hallaron tirada, atropellada. No sabían quién era. A él le trajeron la calaca, la recreó, le puso una peluca y ya se vio mejor.
A éste â me enseña la fotografía de un cráneo carbonizado - parece que lo echaron a la lumbre, tenía quebrada la parte posterior de la cabeza.
Quiero saber si en casos cómo ese es posible hacer una reconstrucción facial tridimensional, don Dámaso dice que sí, que basta la mitad de un cráneo para obtener una cabeza completa.
A ver si no me meten al bote por andar, dice luego barajando sus fotografías.
¿Le tiene miedo a la muerte, usted que a diario ha convivido con ella?, pregunto: No pos tengo 83 años, ya a estas fechas hay veces que quisiera uno estar muerto, suelta.