'El Barra': La historia de un DJ de barrio
COMPARTIR
TEMAS
Anoche tuvo toquín, tocada, en la Bellavista y le amaneció, le amanecieron, dice, hasta las 5:00 de la madrugada
Saltillo, Coahuila. La mañana amaneció anubarrada, pero sin borrasca, en la colonia Lucio Blanco, el territorio de Los Suaves, al sur, y El Barra, como le dice la banda, el barrio, está desvelado.
Anoche tuvo toquín, tocada, en la Bellavista y le amaneció, le amanecieron, dice, hasta las 5:00 de la madrugada.
Y yo pienso que no me está mintiendo, que me está diciendo la verdad, porque son casi las 11:00 y es hora que el sol, ¿se iría de rumba?, no se ha levantado todavía por el horizonte.
Está desvelado, como El Barra.
Ando dormido todavía, dispara El Barra con la modorra pegada al rostro, como si fuese una mascarilla de aguacate, de avena, de miel con almendra, que sé yo.
El Barra es un dj, no le gusta que le digan sonidero eh, - aclara -, y hace cosa de dos años que todos los fines de semana, viernes y sábado, por las noches, sale de cotorreo llevando cumbia colombiana, rap y reggae, con su sonido, el sonido de El Barra se llama Radio Pirata, a los barrios y colonias donde rifan las clicas más pesadas, bravas, ¡picudas! y emblemáticas, tradicionales, históricas de la urbe.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
A donde rifan las clicas más pesadas, bravas, ¡picudas! y emblemáticas, tradicionales, históricas de la urbe y que en Saltillo suman unas 850, según un padrón en poder del Instituto Municipal de la Juventud.
Porque Saltillo, me explicó El Barra, otra tarde de domingo que charlamos a las afueras del Retro 85, un salón de baile para la banda que recién abrió en el centro y dónde El Barra juega a hacer y mezclar música colombiana, es después de San Luis Potosí y Monterey, la metrópoli con más pandillas en el país.
Le pregunté a El Barra que de dónde había sacado esa estadística, que no se acordaba, dijo, no, no se acordaba y yo que la busqué y la busqué en el internet no la encontré por ninguna parte.
Al menos en los organismos gubernamentales, la Secretaría y el Instituto, de Juventud en la entidad, me dijeron desconocer ese dato.
Como sea que fuere, si hay alguien que sabe de bandas y de barios es El Barra. Se las conoce todas, dice sin ínfulas. Sincero.
Qué a dónde, que a cuáles barrios ha ido con su sonido, lo pongo a prueba: Uuuuh a cuál no, responde sonriendo, como quien se alegra de haber batido una marca.
Pero por más que le hago no entiendo, cómo, por qué El Barra, teniendo mujer, la mujer de El Barra se llama Rebeca, y un trabajo respetable, honroso, El Barra es productor de un noticiero de radio estatal y colabora en diversos proyectos gubernamentales sobre prevención del delito, se ocupa de amenizar con su sonido Radio Pirata las fiestas underground de la banda ( en los toquines de la banda siempre hay adrenalina, mota, chemo, caguamas, aguas locas), la mayoría de las veces sin cobrar.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
¿Por qué?, le insisto y su respuesta suena más que altruista:
Es una manera de recompensar lo que el barrio ha hecho por mí El barrio me ha hecho lo que soy. Hasta los contrarios han hecho cosas por mí. Si ellos me golpearon o me hicieron es parte del show, Bueno o malo, (el barrio), me hizo lo que soy y no me considero una mala persona.
Barrio: cada una de las partes en que se dividen los pueblos grandes o sus distritos; grupo de casas o aldea dependiente de otra población, aunque estén apartadas de ella, según el Diccionario de la Real Academia Española.
El Barra, Napoleón López Saucedo, es moreno, rollizo, de estatura mediana, tirando a bajo, usa el cabello al rape, trae una incipiente barba de candado, a veces se pone lentes con graduación, no quiere que ponga su edad y está tatuado: Una marioneta, el Salmo 23, el nombre de su esposa, Rebeca, un micrófono de pedestal, unos audífonos, y unas notas musicales, ah y un gato
Esta mañana lleva una sudadera, porque hace fresco, y lo estoy mirando recargado en una barda de la calle en el exterior de su casa.
Es una pared cacariza, acribillada con pintura de aerosol negra, firmada con el nombre de la pandilla de la Lucio Los Suaves.
En la calle se escuchan los ecos de una rola colombiana venida, parece ser que de una vivienda vecina, Frente a nosotros se ve gente pasando, saludando a El Barra, tirándole carrilla.
El Barra dice que esta historia, su historia, se empezó trenzar el día aquel en que, andando hasta la madre de pastillas, thinner, charanda, a El Barra le gustaba tomar Flor de Caña, la botellita esa que traía un pedacito de caña adentro, le dio una sobredosis de muerte y un médico le dijo:
Sabes qué, si de consuelo te sirve, ve y despídete de tu familia, porque de hoy no vas a pasar, fue cruel
El Barra había crecido en el barrio de El Sáuz, uno de los sectores más peligrosos y conflictivos de la ciudad a principios de los ochenta.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Sus recuerdos se habían quedado grabados con pintura de aerosol en las paredes de adobe de las viejas casonas de las calles de Sauz, Zarco, Gómez Farías y De la Fuente, por el rumbo del centro.
Era la época del auge, del furor de las bandas en Saltillo.
No creas, todavía hay mucha droga acá, me dijo María de loa Mercedes Vázquez Ramos, vecina de este lugar, una mañana en que El Barra me trajo aquí para conocer su barrio, las tapias y el arroyo, donde solía juntarse con sus compas de la banda.
Entonces los nombres de Los Pelones de la colonia Mirador, Aterrados de la Bahía y Colombianos Zapalinamé, sonaban fuerte.
Y la infancia de El Barra había transcurrido en ese ambiente, el ambiente de las pandillas, de las noches de grescas encarnizadas en el barrio que eran como en las películas que ves la bola y luego que se caen. La gente atrincherada en su casa.
Sus hermanos, El Barra, es el menor de una familia de nueve, El Panda, Tinieblas, El Tripa y El Brujo, habían sido los fundadores de Los Panchitos, una de las clicas más legendarias y emblemáticas del barrio de El Águila de Oro.
El barrio éste es de Los Teporochos, ¿no?, pero había una banda que era la que hacía más bola: Los Pachitos de la de Sauz, me explica.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Entonces El Barra, que en ese tiempo tendría unos cuatro o cinco años, estaba chavalo, soñaba ser como sus hermanos: el líder, el puntero de la banda Los Panchitos.
Porque era lo que veía, veía a mis hermanos que llegaban pedos, llegaban golpeados, llegaban drogados y las discusiones de siempre. Fui creciendo y para mí ya era normal verlos así. Ahí crecí, así crecí y eso fue lo que vi, me dice.
El Barra, tiene la voz ligeramente delgada, como un hilo, habla conciso y bajito, por no decir que casi en susurro y a simple vista parece un muchacho tranquilo, sin pedos, pero la mayoría de quienes le conocen dicen de él que es explosivo. No tuve la oportunidad de comprobarlo.
Mi compa El Barra es explosivo, pero muy noble. Este cabrón abre los pinches brazos y recibe a todos y cuando le dan la espalda, los vuelve a recibir, me dijo El Negro, un dj amigo de El Barra, la noche que asistí a un toquín amenizado por Radio Pirata en el Ojo de Agua, el territorio de la pandilla Los Millonarios.
Su padre, que se llamaba Gilberto López Aguillón, había sido boxeador y un estricto y recto policía, de los primeros ocho que integraron la corporación estatal, allá por los años sesentas, principio de los setentas.
Era la época, dice El Barra, en que los padres aplicaban mano dura con la family: cachetada vieja y cintarazo.
Mi padre de carácter muy fuerte y siempre recto y acá nosotros pos rebeldes, el vicio y así, me cuenta.
Su madre era, es, acota El Barra, una noble ama de casa.
- ¿Tu jefa?, le pregunto.
- Mi jefa siempre fue muy noble, tú sabes que las jefas son mamá cuervo, ella nunca va a ver en ti lo malo. Aunque seas el peor del mundo, para ella siempre vas a ser el mejor, andes en lo que andes, siempre vas a ser su hijito consentido.
El sueño de ser Panchito, como sus hermanos mayores, se le cumplió a El Barra cuando tenía 11 años y estudiaba en la primeria.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
El Barra era un chavalo. Usaba converse, traía los pantalones arremangados y llevaba el pelo largo.
Entonces la vida entre las viejas bandas de la ciudad no era como la de ahora.
Ni el pisto ni las drogas ni los tiros.
Entonces la moda entre la viejas bandas era inhalar tinta fuerte para zapatos, tomar charanda, fumar mota, mariguana.
Y los tiros - los pleitos, las broncas -, eran derechos, directos, entre dos, una cuestión como de honor.
- ¿Cómo entraste en la pandilla?
- De manera natural, soy de barrio
- ¿Hubo ritual de iniciación?
- Noooooo, eso nunca ha existido, eso es un mito, es como cuando te dicen ah es que trae tres puntos aquí, es que lleva un muerto, o las calaveras que traes, eso es puro pedo, esas son cosas que vienen de allá de Centroamérica, de Estados Unidos. Aquí se las ponen por moda, aquí no hay de que llevo un muerto, un puntito, eso es pura mamada.
Y a los 11 años El Barra, lo mismo que sus compas de la banda, chavalos como él, ya tomaba Flor de Caña, la botellita esa que traía un pedacito de caña adentro, y ya se ponía a loquear con thinner, a escondidas de la gente grande del barrio. En el arroyo. En las tapias...
Aprovechando que su padre y sus hermanos tenían un negocio, generacional, de hojalatería y pintura de vehículos, El Barra, iba a la ferretería y pedía que le dieran un litro de solvente, un cuarto de estopa y â para despistar â varias lijas de diferentes medidas.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Iba y decía eh me mandaron mis hermanos y el señor de la ferretera ándale, ái me los saludas.
Pero eran otros tiempos, los tiempos en que la pandilla se juntaba en las esquinas del barrio para jugar yoyo, balero, trompo y canicas.
Éramos niños con problemas de drogadicción, pero dentro de todo aquello había cierta inocencia porque nos poníamos a jugar seguideras, a espantar a la gente, nos escondíamos y hacíamos ruidos acá, de La Llorona. Éramos niños, la neta.
Lo mismo me dijo Enrique Betancurt Tovar, ex integrante de Los Punkis del Valle de las Flores, quien ahora trabaja en distintos proyectos de inclusión social de chavos banda, desarrollados por la Secretaría de la Juventud, un mediodía que me vi con él en su oficina para preguntarle cómo es que ha cambiado la dinámica de las pandillas en Saltillo.
Betancurt estaba sorprendido de cómo los adolescentes han desplazado sus antiguos juegos de calle, por armas y drogas cada vez más peligrosas y sofisticadas.
En el tiempo de nosotros los tiros eran solos, era un solo, a mano limpia y ahora no, son 15 contra uno. Sacan cuchillo, pistola, navajas, andan prendidos y.
Con el tiempo El Barra ya era uno los líderes principales de la banda Los Panchitos.
Era la época de las famosas razias emprendidas por la policía local en los barrios bajos, peligrosos y violentos de la ciudad.
Una de aquellas noches, como tantas otras noches, cayó una redada al barrio del Sáuz,
El Barra y sus compas estaban en el arroyo, cotorreando, pisteando, loqueando.
Cuando las patrullas intentaron entrar para llevárselos, fueron recibidas con una lluvia de riscos.
Otra noche la policía regreso al barrio y esa vez cargó con Los Panchitos hasta las celdas municipales.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Los concentró en el patio, como era la usanza, los esposó, los golpeó, los gaseó, los insultó, les dio una chinga.
Conforme iban llegando otras unidades con más detenidos El barra y sus compas de la banda eran utilizados literalmente como costal de boxeo por los policías: ah ira éste le andaba haciendo de pedo, se decían entre ellos y los mazapaneaban. Sus ganchos al estómago. Sus macanazos.
Luego llegaba otra patrulla y ¿este qué?, nos pos es de los que andaban apedreando allá, y ¡pum!, y todo el tiempo estaban ahí chingando la madre los policías.
No era de que ay me están gaseando, uno lo veía así como que al cabo al ratito salgo y van a ver.
- ¿Lloraste?, le pregunto a El Barra.
- No pos sí te hace llorar el gas No era de llorar acá como el Chavo del Ocho Y sí, la neta varios policías pasaron por las armas
En aquellos días El Barra fue enviado por sus padres a la ciudad de México, donde vivía su hermana mayor y otro de sus hermanos, que a la sazón estudiaban en el Colegio Militar, con la idea de que se regenerara, pero El Barra se volvió más bravo.
A su llegada a la capital El Barra se enroló en una secundaria, la Técnica 93, de un barrio bravo de allá, a la que algunos escolares, con los que El Barra se juntaba, acostumbraban entrar con botellas de alcohol y armas, intimidando a estudiantes, maestros y prefectos.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Metía un pisto dentro de la escuela, estaba en clases y estaba tomando. Mi hermano era militar, pero como todo hermanos pasalón veía que yo fumaba y me decía ¿fumas?, y yo no, sí, cómo chingaos no. Fuma, no hay pedo. Yo lo acompañaba a tomar y me la pasaba cuidándolo, porque siempre se andaba peleando. Yo era el que siempre andaba haciéndole un paro porque se ponía bien pedo, nos poníamos pedos los dos.
Hasta que un día El Barra, que andaba de picudo, haciéndola de pedo, bullying a todos, El Barra, que estaba en su mero mole, que yo era la mera punta del tren y al que se le quedaba viendo feo le daba una cachetada, fue expulsado de la secundaria.
Una maestra lo sentenció, no, yo ya no te quiero aquí, no vas a pasar de año.
Ese día, al salir de la escuela, la maestra encontró su coche con las llantas pinchadas. Fue la despedida de El Barra.
Al rato El Barra estaba de vuelta en Saltillo, en el barrio del Sáuz, más bravo que antes, que nunca.
Apenas llegó se puso a jalar en el taller de hojalatería y pintura de su padre y otra vez a pistear y otra vez a loquear con la banda.
El Barra se había enlistado en las filas de otra pandilla que se llamaba Los Teporochos, emanada de Los Panchitos, y que tenían su esquina a media cuadra de donde vivía Napoleón, era cotorrear con la banda, con las morras, con los batos, unas bielas, un pisto .
Después brincó de Los Teporochos a la banda Los Piratas de la Plaza de la Madre, que entonces era una de las más sonadas en el hoy extinto salón de música colombiana Estudio 85, a donde El Barra, solía ir los domingos.
La banda esperaba el domingo para ir a bailar, para ir a desahogarse, a desfogarse, para ir a hacer lo que no podía hacer en sus colonias, ir a cotorrearla un rato, sin pedos, dice El Barra.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
- ¿Por qué te cambias de banda?, interrogo a El Barra.
- Tuve broncas en ese barrio (El Sáuz), porque no compartíamos las mismas ideas. Yo siempre fui muy derecho, no me gustaba que se bañaran, no me gustaban los tiros en bola y si había pedo en bola y se bañaban con el contrario yo iba y me metía por él. Eso me enseñó mi papá: a ser derecho en todo y eso lo apliqué en el barrio también.
En eso vino lo de la sobredosis.
El Barra, que entonces jalaba de cargador en unas bodegas de papa en la colonia Topochico, se había acostumbrado a pasar todas las mañanas por un litro de thinner y una botella de Flor de Caña, le gustaba loquera mientras trabajaba.
Un día se puso hasta el tope. Andaba con los nervios madreados y el corazón a toda marcha.
Ningún médico lo quiso atender, que se iba a morir le advertían, y hasta uno le dijo sabes qué, si de consuelo te sirve, ve y despídete de tu familia, porque de hoy no vas a pasar.
Pero El Barra pasó, consiguió sobrevivir después de un encierro voluntario de un año en casa, sin trabajar, sin salir, sin hacer nada.
Me acostaba y pensaba si me duermo me voy a morir. Es el pensamiento de todo adicto, cuando te da el pasón, cuando andas pedo te duermes y sientes que ya no vas a despertar. Es un miedo muy feo.
A la vuelta de la vida El Barra ya estaba otra vez en las calles, sin pistear, sin loquear, con algunas excepcionales recaídas por asuntos de amores y desamores: una morra que lo dejó, otra que no quiso casar con él.
Y entre recaída y recaída El Barra consiguió colocarse en una compañía de seguridad, su primer trabajo formal, y luego en una armadora de automóviles.
El Barra andaba con el pelo corto y y vestía decente.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Un día, y por recomendación de un compa del barrio que se llama Víctor Zapata, y que es uno de los locutores más conocidos de la ciudad, El Barra, consiguió un jale como operador de controles de audio y auxiliar de mantenimiento en una tradicional estación de radio local.
Víctor lo había rescatado del Kumbala una noche en que el El Barra, por culpa de otra morra despiadada, se había ido de borrachera.
Lo vi en el Kumbala, en aquel Kumbala, andábamos pistendo y me lo topo y me dice ¿y ora qué brother?, le digo ¿de qué?, ya sabes, me dice no güey, ya déjate de mamadas. Seguimos platicando de mis broncas y el bato me ofreció trabajo.
Al rato El Barra, estaba trabajando en aquella difusora. No se la creía.
Por esa época fue que El Barra, conoció al amor de su vida: Rebeca, la mujer con la que vive desde hace unos 12 años.
Ambos trabajaban en la misma estación de radio.
Yo iba pasando y me dijo un piropo ¿Cómo era?, ah sí, decía algo de un bombón, recuerda Rebeca otra mañana que fui a casa de El Barra para continuar la entrevista.
Pa cuando acordó El Barra, era el camarógrafo de un noticiario de televisión y el encargado de la unidad móvil de una emisora radial.
Después fue reclutado por una renombrada agencia informativa y llamado a producir un noticiario estatal de radio.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Después, entró a colaborar en diversos proyectos gubernamentales sobre adolescencia responsable y prevención del delito.
Su historia en el mundo de los dj´s es enredada.
Sólo diré que El Barra comenzó siendo fanático de los sonidos llamados Kiss y Faraón, (de San Luis Potosí y Saltillo), que allá por los años noventa grababan y distribuían casets con mezclas de música colombiana y otros géneros.
Ah estaría chido que yo fuera acá, pensó El Barra y se le ocurrió mandar grabar discos de música colombiana, sobre cuyo fondo se escuchaba una voz que repetía constantemente el nombre de Radio Pirata, la firma con la que Napoleón El Barra se daría a conocer entre la banda
Al rato la banda lo vio de pinchadiscos en el Estudio 85 y otros antros.
Al rato La Barra, tenía su propio equipo de audio y
Empecé a hacer música, me metí más a fondo en eso de la producción y todo ese pedo, relata.
Lo de recorrer los barrios bravos de la ciudad con su sonido Radio Pirata, pirata por su banda Los Piratas de la Plaza de la Madre, y Radio, por su trayectoria en la radio, comenzó hace dos años.
Se trataba, me cuenta El Barra, no solamente de ir animar los cotorreos de la banda, sino de llevar un mensaje, un consejo para los morros.
Cuando he temido problemas familiares, siempre está ahí para apoyarme, aconsejarme, no me abandona, es chido, a toda madre, me dijo La Diva, 15 años, la noche que invitado por la El Barra asistí a un toquín en el barrio del Ojo de Agua, el territorio de Los millonarios.
En los toquines de la banda siempre hay adrenalina, mota, chemo, caguamas, aguas locas Nadie me lo contó.
- ¿Se te ha salido de control algún toquín?, increpo a El Barra.
- No, la banda responde, la banda respeta y más si les llevas algo que les late, manejas bien tu tocada. Siempre he tenido saldo blanco, gracias a Dios. La banda no es como creen, la banda sabe respetar, dentro de su ambiente hay límites.
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
Y así trascurre la vida de El Barra hasta la mañana nublada, pero sin lluvia, en que fui a su casa, de la Lucio Blanco, para preguntarle por qué hace lo que hace:
Es una manera de recompensar lo que el barrio ha hecho por míporque el barrio me ha hecho lo que soy.