Vamos a Tepa...
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¿Puedes recordar, lector -a ti, lectora, no te hago la pregunta-, puedes recordar cuál fue la primera grosería que aprendiste de niño? ¿Fue acaso la del cachetón del puro? ¿O fue aquella de "préstame el lápiz", etcétera? Yo de mí sé decir que una de las primeras leperadas que conocí fue la que se cantaba con música de "Las Alteñitas":
Qué linda la mañana cuando sale el sol,
se agacha tu abuelita y se le ve el calzón.
Quien daba voz a esa formidable badomía tenía que confesarse con el Padre Secondo. Él te recomendaba que no anduvieras diciendo ya esas cosas y te ponía de penitencia tomarte una taza de chocolate con pan de azúcar. Las penitencias del Padre Secondo no parecían de jesuita; parecían más bien de franciscano. Dios tiene seguramente en Su santo reino a ese buen sacerdote. Ahí nos encontremos todos.
Las alteñitas son las muchachas de Los Altos de Jalisco. Tierra roja, y de cristeros, es esa. Los hombres son alzados, tanto de estatura como de ánimo. Gustan de los caballos, y tienen muchos dichos sobre ellos. De Los Altos de Jalisco es esta férvida oración:
¡Que Dios me libre de un rayo,
de un burro en el mes de mayo,
y de un pendejo a caballo!
Tepatitlán es el corazón de Los Altos de Jalisco. Acostumbran los de Tepa irse a trabajar a los Estados Unidos. Regresan cada año a su lugar de origen en esos grandes automóviles que los mexicanos gustan de comprar en el otro lado. Un niño viajó con su papá a Los Angeles, California. Vio los carros y dijo:
-Mire, apá. Puras placas de Tepa.
En Tepatitlán ejercitó su ministerio durante muchos años el Padre Reynoso, hombre de grandes ocurrencias. Una vez, en Navidad, daba a besar la imagen del Niño Dios a los fieles. Una gran multitud se aglomeraba para adorar al Niño. Le dijo al Padre Reynoso uno de sus sacerdotes:
-Padre ¿no quiere usted que traiga otro Niños Dios para darlo a besar al pueblo? Así acabaremos más pronto.
-No, hijo -le contestó el señor Reynoso-. Hay gente tan pendeja que va a pensar que la Santísima Virgen tuvo gemelos.
El Padre Reynoso habría sido un detective supereminente. A cierto borracho le había dado por hacer sus necesidades en un rincón del atrio de la iglesia. Pasó por ahí una mañana el señor cura Reynoso con el sacristán, y le dijo éste:
-Mire usted, Padre: Fulano hizo otra vez de las suyas.
-No -lo corrigió el Padre Reynoso-. Esto es obra de mujer. Fíjate como las suyas que hizo están muy juntas.
En otra ocasión, un Miércoles de Ceniza, estaba el Padre marcando la frente de los feligreses. Llegó uno muy moreno, de tez como el carbón.
-¡Perfecto! -llamó el señor cura Reynoso al sacristán-. ¡Tráeme un gis! ¡A éste no se le va a notar la ceniza!
Un matrimonio originario de Tepa hizo fortuna en Guadalajara, e invitó al Padre Reynoso a que bendijera su elegante mansión. Cuando llegó el señor cura la señora -al fin nueva rica- empezó a presumirle la casa.
-Tiene siete baños, Padre -le dijo-. Uno en cada recámara, son cuatro; otro en la biblioteca, cinco; uno más para las visitas, seis; y el de la criada, siete.
Ofreció el padre Reynoso:
-Pues le voy a pedir a Diosito que les mande mucho que comer, ya que les sobra dónde zurrar.