Un guerrero sin ganas
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Andrew Selee
Cuando se postuló como candidato a la Presidencia más de seis años atrás, Barack Obama se posicionó como el candidato de los estadounidenses que estaban cansados de las guerras interminables en el Medio Oriente. Después de las invasiones en Irak y Afganistán, con un costo enorme en vidas y dinero, Obama prometía regresar las tropas a territorio nacional. Estaba en camino de lograrlo, muchos años después, ya que pocos efectivos aún quedan en los dos países, y ha ido poco a poco reemplazando las guerras que heredó de su antecesor con ataques aislados a las células y líderes de Al Qaeda que aún perduran.
Pero entonces surgió una nueva amenaza, el autodenominado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), un grupo de corte fundamentalista suni, que busca establecer su hegemonía en Irak, Siria y, en teoría, Líbano, y Obama poco a poco ha ido dando vuelta a sus promesas de extraer el país de los conflictos en la región. Hace unos días en un discurso nacional se comprometió a golpear a este nuevo grupo y eventualmente destruirlo, y ordenó que se aceleraran ataques aéreos contra EIIL en Irak y que se iniciaran operativos aéreos en Siria también.
Tiene dos fundamentos su cambio de decisión. Primero, EIIL es un grupo con sus orígenes en Al Qaeda en Irak, y si bien está más centrado en consolidar territorio en tierras árabes que organizar ataques a Estados Unidos, el asesinato de dos periodistas estadounidenses puso en evidencia que podría en algún momento volverse una amenaza hacia Estados Unidos. Segundo, EIIL ha puesto en peligro el gobierno de Irak, y si bien Obama nunca apoyó la guerra que libró su antecesor en ese país, tampoco quisiera que cayera Irak en manos de un régimen autocrático después de tantas vidas perdidas. Ahora él promete que la campaña contra EIIL no requerirá a muchas tropas estadounidenses, pero estos compromisos muchas veces se van expandiendo con el tiempo.
Obama es, en realidad, un guerrero sin ganas. Los presidentes recientes de Estados Unidos, desde Ronald Reagan hasta George W. Bush, e incluyendo a Bill Clinton, han tenido un concepto expansivo del poder estadounidense en temas globales. Con distintos matices y prioridades, todos querían un país fuerte que intervenía en temas mundiales para arreglar problemas y dirimir diferencias. Reagan usó ese poder para enfrentar a la Unión Soviética, George G.W. Bush (padre) para reorganizar el sistema global, Clinton para intervenir en la ex Yugoslavia y Bush hijo para sus intervenciones en Irak y Afganistán.
Obama, en cambio, tiene un concepto del poder estadounidense mucho más restrictivo y limitado. Concibe el país como un actor entre muchos en un mundo casi vez más multipolar, en que Washington debe actuar a través de instituciones multilaterales o en coaliciones amplias en que otros dan el liderazgo principal. Esta visión del mundo es producto de su trayectoria personal, creciendo entre Hawaii y Indonesia, su tendencia natural a la cautela y una apreciación probablemente realista de los cambios en el escenario internacional, en que Estados Unidos sigue siendo el poder más influyente pero con cada vez menos distancia de otros países que también ejercen influencia regional y global.
Ahora viene una vuelta de opinión, pero lo hace a regañadientes y contra sus instintos naturales. Sabe que tiene que responder al asesinato de los periodistas y prevenir que caiga el gobierno en Bagdad, pero teme volverse cautivo de la guerra como los últimos presidentes del país. Promete dar golpes sólo en unión con una coalición amplia de otros países, pero nadie duda que esta será un operativo organizado y dirigido básicamente por el gobierno de Estados Unidos. Obama se prepara para la guerra, pero lo hace sobriamente, sin ganas ni bravura, y temeroso de hasta dónde nos puede llevar.
Twitter: @selee.andrew