Una limpieza posible
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Se acercó y se arrodilló.
Los leprosos no debían acercarse. Se les colgaba una campanilla al cuello para que la gente se alejara de su paso. La lepra que pudría al cuerpo, haciéndolo caer a pedazos, se consideraba no solo enfermedad contagiosa sino maldita. Era vista como un castigo de Dios. Se declaraba impuros a quienes la contraían. Los leprosos eran apartados, marginados, debían vivir lejos de los poblados.
Pero aquel leproso se acercó porque pasaba Jesús y puso sus rodillas en tierra en actitud de súplica. Y dijo una sencilla plegaria: Si quieres puedes limpiarme.
Es como si hubiera dicho: Estoy sucio. Nadie admite mi cercanía. Se me rechaza con asco y se me ve como un malhechor castigado. Me rehuyen por temor a contagiarse. Y me atrevo a acercarme a Ti. Mírame, estoy muy cerca. Me he arrodillado. Tú eres el Señor. Todo lo puedes. Tú vienes a sanar todo lo enfermo y a romper todas las ataduras y a acercar a los que están lejos. Tú puedes limpiarme. Mira, no te pido nada. Solo quiero que sepas lo que creo: si Tú quieres, si haces un solo acto de voluntad, puedes cambiar mi situación, hacerme salir de mi marginación y vivir como los demás. Sigue tu camino o detente. Haz lo que Tú quieras. Tú eres el Señor.
Jesús no tenía necesidad de extender la mano. Ni de tocarlo. Bastaba aquello que el leproso creía: un acto interno de su voluntad. Sin embargo, extendió la mano y lo tocó porque sintió esa compasión que hace propio el dolor ajeno y dijo la palabra poderosa: Quiero, queda limpio. Su voluntad es salvadora. Él viene para salvar la dignidad del hombre y la mujer. Limpia la carne para liberar el espíritu. Quita la lepra para suprimir la marginación. Cura las llagas del cuerpo para que el leproso deje de ser, él mismo, una llaga en su comunidad.
Le mandó Jesús que se presentara al sacerdote para que diera el dictamen de salud y lo declarara libre de aquel padecimiento maldito. No obedeció el leproso a Jesús que le mandó callar. A todos contaba lo que había sucedido. Tuvo que esconderse el Señor y, de todos modos, lo encontraban. Esta palabra se proyecta en la vida. Enseña la cercanía, la disponibilidad, la agilidad para hacer el bien, la modestia y, de parte del leproso: la humildad, la delicadeza y la fe ¡Dichoso aquel o aquella que, en estos días de gracia, reconozca su propia lepra -del cuerpo o del espíritu- y sea capaz de recurrir, en actitud sincera, al único que puede decir sanando: ¡Quiero, queda limpio!