Tradición y fe
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-El Santo Cristo de la Capilla es muy milagriento.
Así escuché decir alguna vez a un saltillense viejo, habitante del barrio del Ojo de Agua. Y tenía mucha razón. Desde que fue venido a este Saltillo, el Señor de la Capilla ha colmado de bienes taumaturgos a sus adoradores. Preciosísimo regalo nos hizo aquel don Santo Rojo, comerciante, cuando fue hasta la Feria de Jalapa y de regreso trajo la venerable, venerada imagen.
Muy milagroso ha sido el Santo Cristo. Dígalo si no don José Guajardo, cura que era de Saltillo en 1708: él hubo de enjugar con lienzos y algodones el profuso sudor que manaba de la preciosa imagen. Dígalo si no don Lucas de las Casas, párroco en 1722, cuando el 5 de marzo advirtió al pasar junto a la imagen que despedía olor de transpiración humana, y cuando se acercó al Cristo cayó de rodillas viendo que la materia de la imagen se había tornado blanda y cálida, como es la carne de los hombres vivos. Dígalo, si no, doña Petra del Barro, que en ingenuo retablo fechado en 1768 dio voz a su agradecimiento conmovido, porque siendo ella paralítica de muchos años pidió que la llevaran en el sillón en el que estaba confinada al altar del Señor, y orando con recogimiento pidió al Señor que la aliviara, y ahí mismo recobró su movimiento y su salud. Y dígalo si no, también, el pequeño José Joaquín de Arizpe, que por travesura subió a la alta torre de la Capilla y se puso a caminar por la cornisa, ante el terror de quienes lo veían desde abajo. Perdió el equilibrio de pronto el muchachillo, atraído por el vértigo, y se precipitó al vacío. En su caída invocó al Santo Cristo, y cayó al suelo como si hubiera caído sobre mullido colchón de plumas, de modo que pudo levantarse sano y salvo, ante el atónito asombro de quies vieron el pasmoso suceso inverosímil.
Sigue haciendo milagros el Santo Cristo de Saltillo. De todas partes llegan a él los creyentes en busca de consuelo para sus aflicciones, y nadie se va de su presencia sin sentir el balsámico alivio y confortación. Aquellos saltillenses que se han alejado de su tierra llevados por los azares de la vida, añoran con tristeza la cercanía del Señor, y lo tienen presente en sus oraciones. Y cuando vienen a Saltillo una de sus primeras visitas es para el Cristo de la Capilla, al que llegan como a padre amantísimo. Rica es nuestra ciudad, no por riqueza de dineros o por tráfico de bienes de esos que, dice el Evangelio, los ladrones pueden hurtar y el orín puede corroer. Rica es nuestra ciudad porque tiene tesoros de tradición y fe. De ellos, el mayor entre todos es ese Cristo milagrero sin cuya presencia la historia de Saltillo no se podría concebir.