Trabajo digno
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El recién casado le dijo a su mujercita: “Supe que estuviste platicando ayer con uno de tus antiguos novios’’. “¿Quién te lo contó?’’ -preguntó ella. Respondió el muchacho: “Un pajarito’’. La chica se enojó: “Pues si es el tuyo dile de mi parte que nada más para chismear es bueno’’... Doña Trisagia, devota ama de casa, se fue a confesar con el buen padre Arsilio. Le pidió el confesor: “Di tus pecados’’. Empezó Trisagia: “Dos kilos de tomate; medio ciento de naranjas; un litro de aceite; dos docenas de huevos...”. Y luego: “¡Mano Poderosa! ¡Dejé mis pecados en el súper!’’... Una pregunta: “¿Cuál es la diferencia entre una bruja y una hechicera?”. La respuesta: “Tres copas de tequila”… Después de examinar a su paciente el doctor Ken Hosanna le indicó: “Está usted muy enfermo. Debe dejar inmediatamente de fumar”. “Doctor -dijo el paciente-, jamás en mi vida he fumado un cigarrillo”. “Bueno -prescribió el médico-, entonces deje de beber”. “Siempre he sido totalmente abstemio” -dijo el otro. Insistió el facultativo: “Entonces ya no ande con mujeres”. “Doctor -precisó el otro -, soy soltero, y nunca he tenido tratos con mujeres”. “¡Coño! -estalló el médico molesto-. ¡Si quiere aliviarse, amigo, debe poner algo de su parte!”... Ese médico se parece al otro que después de examinar largamente a través de un aparato la pupila de su paciente le dijo: “El examen de su iris me revela que tiene usted arterioesclerosis, insuficiencia cardíaca, hepatitis, inflamación pulmonar; problemas en las vías urinarias, cefalea y callos”. “¡Qué barbaridad! -exclamó el paciente con admiración-. Si todo eso me encontró usted viéndome el ojo de vidrio, ¡qué no encontrará ahora que me examine el ojo bueno!”... Los dos cazadores salieron en busca de palomas de ala blanca. Como las aves huían cada vez que ellos se acercaban se consiguieron un cuero de vaca y cubiertos con él fueron al campo. De pronto uno de ellos, el que iba en la parte de atrás de la supuesta vaca, le dijo al otro con angustiada voz: “¡Pronto! ¡Dispara!”. Le preguntó el compañero: “¿Tienes cerca a las palomas?”. “No –respondió muy apurado el otro-. Tengo cerca al toro”... Repetidas veces he escuchado algo que me alarma. Algunos economistas, financieros y entendidos en cosas laborales dicen que el futuro de México se presenta bien porque la mano de obra mexicana empieza ya a ser más barata que la mano de obra china. No pienso que un país ande bien si finca su prosperidad en la baratura de sus trabajadores. El trabajo no es una mercancía cuyo precio pueda hacerse subir o bajar en lo que algunos llaman, a mi juicio con expresión infortunada, “el mercado del trabajo”. Es una prolongación de la persona humana; constituye la facultad que tienen el hombre y la mujer de mejorar su vida –y su mundo- con la obra de sus manos o de su pensamiento. Si esperamos a que los trabajadores chinos ganen más, y los mexicanos menos, para ofrecer al mundo esa ventaja basada en lo que bien podría llamarse la explotación de los trabajadores, entonces estaremos construyendo nuestro futuro sobre arena, y haciendo perdurar situaciones de injusticia que en este tiempo debemos ya superar. Los bajos salarios no han sido nunca origen de bienestar económico. Eso lo enseñó Henry Ford –que ni siquiera era economista- hace ya muchos años. “¿Para qué hacer automóviles -decía él- que mis obreros no pueden comprar?”. Fortalecer el salario, dignificar la condición de quienes aportan su trabajo, son elementos necesarios para conseguir el bienestar general… Llegó el príncipe azul y besó a la Bella Durmiente en la mejilla. Ella abrió los ojos y contempló al apuesto doncel. “Te di un besito, amada mía -dijo el príncipe-. Con eso rompí el hechizo de la malvada bruja, y te volví a la vida’’. “Ah, -dijo la Bella Durmiente-. Entonces haz algo de mayor sustancia que el besito, pues todavía me siento bastante apendejada’’... La abuelita de Pepito oyó que el niño le decía a un amiguito: “Me gusta mucho irme a la cama por las noches, porque me hago la porla’’. La viejecita se espantó y de inmediato fue con la mamá de Pepito. “Creo que deberías hablar con el niño -le dijo muy preocupada-. Está haciendo en la cama cosas indebidas”. La señora llamó a Pepito y le preguntó qué era aquello que hacía en la cama. “Me hago la porla’’ –respondió el chiquillo con orgullo. “¿Ah, sí, hijito? -dijo la señora tratando de contener su inquietud-. Y ¿cómo te haces la porla?’’. Explicó el niño: “Pongo los deditos así y luego digo: ‘Por la señal...’’’... FIN.