Sucedió en la Alameda
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El señor Melo no era todavía el señor Melo. Era el joven Melo, y estaba enamorado. Cuando se está enamorado nadie es el señor Melo, ni el señor nada: es Juan, Pedro, Antonio, Blas o Manuel, pero no es el señor Tal. Cuando se está enamorado el único señor es el amor.
Y el joven Melo estaba enamorado. Fue a la Alameda con su novia. En dulces pláticas se entretenían cuando el joven Melo acertó a ver dos pajarillos que en la rama de un fresno unían los piquitos. Era primavera, y en primavera se unen todos los piquitos. Y se une también todo lo demás. Sobre todo en el próximo mes, mayo, mes por antonomasia de la primavera. Por eso dice un refrán muy mexicano: Que Dios me libre de un rayo, de un burro en el mes de mayo y de un pendejo a caballo.
Al joven Melo se le ocurrió pensar que eso de las dos avecillas que unían los piquitos era algo muy romántico. Tartamudeando -porque el joven Melo era tartamudo- le dijo a su dulcinea:
-¿Cua-cuándo es-estaremos tú yo yo co-como esos pa-pajaritos?
La novia del joven Melo alzó la vista y luego se levantó con el rostro encendido y se apartó de su galán. Sucedió que el joven Melo tardó tanto en decir lo que dijo que cuando la muchacha vio a los pajaritos estos no estaban ya juntando los piquitos, sino juntando todo lo demás.
Como esta, mil y mil cosas podrían contarse de nuestra Alameda. Es sitio de enamorados, sobre todo. Escasamente habrá quien no tenga guardado en la Alameda un recuerdo de amor. Ahí florece el amor amoroso de las parejas pares que dijo López Velarde. De vez en cuando ha habido intentos de las autoridades para poner freno a sus expansiones, pero aun en tiempos del cólera el amor ha florecido, planta la más durable y resistente que la Alameda da.
Siempre que puedo voy a la Alameda y acudo a los sitios cuyas voces hablan para mí. Y recuerdo... Junto a este árbol.... En el banquito que forma el pedestal de esta columna.... Aquí, en este enrejado.... Por este corredor....
Me gusta ir a la Alameda porque me acuerdo no de cuando la Alameda era la Alameda, sino de cuando yo era yo.
Ahora me dicen que la Alameda no es la de antes. Un cierto señor a quien se le ocurrió la peregrina idea de ir a caminar una noche por sus corredores, recibió cinco proposiciones indecorosas, todas de sexo, una de ellas de mujer. Otro fue a pasear con su esposa, y les salió al paso un individuo borracho, o drogado, que le pidió al señor su dinero al tiempo que lo amenazaba con un puntiagudo picahielo. Todos los picahielos son puntiagudos, pero si te lo ponen en la panza entonces el adjetivo se destaca.
-Dame el dinero, ruco -le dijo aquel sujeto, que casi no se podía tener en pie.
El señor se lo quitó de encima con un empellón que lo echó por tierra.
-Pendejo -le dijo-. ¿Crees que si tuviera dinero andaría paseando en la Alameda, y con mi vieja?
Recuerdos de la Alameda...
Hay que guardarlos.
Pero hay que guardar también a la Alameda.