Si el Cielo es verdaderamente Cielo en él debe haber una calle con librerías de viejo.
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Para mí, gozoso habitante de la Tierra, tal calle es la de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Camino por esa calle que don Celestino Gorostiza decía llevaba su nombre: don Celes, y entro en los nobles establecimientos de los libreros que saben más de libros que quienes los escriben y sacan a la luz. En uno de ellos veo una gran canasta hecha de palma, como aquellas que llevaban los panaderos en bicicleta, sobre su cabeza. La canasta está llena de libros, y tiene un letrero sugestivo: “¡Meta la mano, como cuando era novio!”.
Acepto la tentadora invitación y encuentro maravillas que pago luego a precio tan bajo que me da vergüenza. De buen grado compraría toda la canasta, pero no tengo bicicleta para llevarla, ni cabeza ya para cargar tan preciosa mercancía.
Me conformo con pocos libros, pues. Ahora me encuentro leyéndolos, y en ellos me encuentro. Los libros son para leerlos, sí, pero también para leerse uno en ellos.
¡Hasta mañana!...