Religión: Chiva
COMPARTIR
TEMAS
Lo he dejado por escrito en ocasiones anteriores: aunque tengo muy claro cuál es el mejor equipo de futbol del mundo, decidí hace tiempo retirarme de la afición por el deporte de las patadas y, en algunas etapas de esta jubilación auto impuesta, incluso me he declarado abierto detractor de la forma en la cual se desarrolla el torneo nacional de balompié.
La liga me sigue pareciendo mala; su forma de organización decepcionante; la mezquindad de los dueños del futbol azteca alcanza, en mi opinión, cotas imposibles de tolerar y, menos aún, de financiar.
Pero, como he confesado también en este espacio, don Juan Villoro es el responsable de mi beligerancia matizada, de mi decisión de bajarle cuatro rayitas a los calificativos de los cuales me parece merecedora una liga diseñada de forma tan deshonesta con su afición.
Y es que un día cualquiera llegó a mis manos Dios es redondo, la mejor argumentación a la cual he tenido acceso para exponer las razones detrás de la afición, del apego al equipo, del amor a la camiseta, de ese auténtico ritual religioso constituido por el hecho de acudir al estadio o sentarse ante el televisor a ver el partido del equipo amado.
Tras abrevar del evangelio Villoriano (un verdadero recetario para el martirio, dada la afición del autor por el Necaxa), uno debe reconocer, sin ambigüedades, cómo los padecimientos personales, el dolor sufrido como parte ineludible del ser aficionado, es nada comparado con los auténticos penitentes de esta adoración por la de cuero.
Y pues ni modo: a asumirse como un insatisfecho, como una persona a quien la oncena elegida le queda a deber y le condena de cuando en vez a la desesperanza, pero realmente nunca le conduce al infierno de la decepción perpetua, del ayuno de felicidad al cual están condenados quienes han decidido abrazar religiones, digamos menguadas, como la necaxista o la atlista para no mortificar más a los cruzazulinos.
Al respecto, un letrero pintado en las paredes de Los Chilaquiles, magnífico restaurante tapatío, ilustra de forma insuperable el significado de apostar por un equipo cuya vocación es la simple y llana supervivencia: abrimos todos los días, incluso cuando gana el Atlas.
Pero entendiendo mi condición de aficionado no tan jodido, en los últimos años -la verdad no puedo decir con precisión cuántos, pero me han parecido muchos- la desazón venía creciendo y el desencanto -incluso para quien, como acá su charro negro, sólo observa el torneo a la distancia- constituía el único tema de conversación posible.
Suelo hablar poco de futbol y por ello tengo pocos -muy pocos- interlocutores regulares en el tema: mi hijo mayor, Carlos; el maestro José Luis Leal -seguramente la persona con quien más converso del tema-; el joven abogado Gerardo Blanco -con quien debo organizarme para ver el próximo súper clásico- y esporádicamente el camarada Molano, compañero de aulas en el posgrado de la Facultad de Jurisprudencia.
A decir verdad, los arriba mencionados no son propiamente interlocutores de este redactor sino más bien informantes: son ellos quienes me mantienen al día -o más o menos- respecto de la evolución del torneo. El maestro Leal, por ejemplo, me provee puntualmente con las estadísticas siniestras a partir de las cuales se ha escrito la biografía de los últimos años del Club Guadalajara.
¿Ya lo dije verdad? El retiro no me impide seguir teniendo claro cuál es el mejor equipo del mundo.
La jubilación, sin embargo, sí logra mitigar el sufrimiento y, aún cuando la posibilidad del descenso -hasta hace poco muy cercana- se percibía como un hierro candente próximo a estamparnos en el pellejo una marca de vergüenza, el dolor siempre ha sido tolerable.
Mi amigo Leal sí que sufrió. Y probablemente sigue sufriendo, pues trae las estadísticas en la cabeza y tiene perfectamente calculado el número de triunfos consecutivos necesarios para exorcizar el fantasma en definitiva, para regresar al monstruo a las profundidad del infierno del cual fue liberado merced a no sabemos cuáles oscuras artes.
Pero el aire sabe distinto de unas semanas para acá. Sobre todo en la última, si acaso mantengo al día la información proveída por mis correligionarios y siguen siendo ciertos los retazos tomados al vuelo de las páginas deportivas ¡Las Chivas son líderes del torneo!
Los altares de esta religión mayoritaria (le duela a quien le duela) vuelven a llenarse de veladoras y ofrendas; las alcancías de la limosna emiten el sonido sordo de la plenitud; los sacerdotes -y sacerdotizas- electrizan a la grey con el mínimo gesto las plegarias de los puros de corazón, de los bienintencionados, de los creyentes de una sola pieza han sido escuchadas.
La afición Chiva no merecía otra cosa. Ahora sólo es cuestión de asegurar el favor de los dioses en forma permanente. Y una buena garantía de ello puede ser la ofrenda máxima en el altar de templo mayor: plumas, garras, picos y corazones de águila.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3