Reflexiones desde la Ciudad del Pecado
COMPARTIR
TEMAS
Reflexiones desde la Ciudad del Pecado
Y ahora, un mensaje de la Asociación Americana de Juego y Apuestas:
1.- La decisión de jugar es personal. Nadie debe sentirse presionado a jugar o sentir que debe jugar para ser aceptado.
2- Jugar no es esencial para pasarla bien. Jugar no debe ser percibido como indispensable para divertirse o estar con amigos.
3.- El monto que constituya una pérdida razonable debe ser establecido desde antes de empezar a jugar. Cualquier pérdida monetaria en el juego debe ser considerada el costo de la diversión. La gente sólo debe jugar con lo que pueda permitirse perder. Es esencial que quienes decidan jugar sepan cuando parar.
4.- Debe evitarse y desalentarse el pedir prestado para jugar. Pedir prestado a amigos, familiares o cualquier otro, con la idea de pagar con lo que se gane, es siempre riesgoso e inapropiado.
5.- Hay veces que la gente simplemente no debe jugar. Nunca debe jugarse cuando no se tiene la edad legal para ello; cuando interfiere con las responsabilidades familiares y laborales; cuando se está en recuperación de adicciones o dependencias; cuando jugar está prohibido o la modalidad de juego es ilegal; o para intentar cubrir deudas de juego previas.
6.- Hay determinadas situaciones de alto riesgo en que jugar debe evitarse. Evite jugar si se siente solo, enojado, deprimido o estresado; si está lidiando con la muerte o pérdida de un ser querido; para solucionar problemas familiares, o para tratar de impresionar a otros.
7.- El consumo excesivo de alcohol en el juego puede ser riesgoso. El consumo irresponsable de alcohol puede afectar el juicio e interferir con la capacidad de controlarse y apegarse a los límites previamente fijados.
Una vez dicho lo anterior y bajo la correspondiente advertencia, nadie puede interferir con su muy personal decisión de jugar a lo que mejor le hinche su muy intransferible gana.
Así que si alguien –digamos, el Gobierno- le sale con que ha proscrito los casinos para evitarle los estragos del devastador gusanillo del juego, en realidad le está tratando de contar las muelas.
Y si le dice que cerró las casas de juego y apuestas para protegerlo de las organizaciones delictivas, usted podría contestarle que para ello no necesitaba clausurar los casinos. Con erradicar las mafias bastaba, y si comenzaba por las que están enquistadas en el poder y el servicio público, tanto mejor.
El juego es una industria (como las cervecerías, o como otras formas de entretenimiento) y su intención es que la gente gaste y reciba a cambio una gratificación.
No es un síntoma de decadencia social, sino una de las muchas formas en que se activa una economía. ¿Tiene el juego problemas inherentes? Sí, lo mismo que el alcohol, la venta de comida chatarra, los bienes raíces, los bancos. Todas y cada una de estas industrias han desgraciado la vida de mucha gente, pero ninguna está tan satanizada –no al menos, para ponerle tantas opciones objeciones legales- como el juego.
¿Que los casinos se llevarán gran parte de las ganancias de dicha derrama económica? Por supuesto, son los inversionistas y como actividad lucrativa, el juego sólo es redituable para la casa (la casa nunca pierde).
Pero eso es razonable en cualquier modalidad de entretenimiento, el que tenga un costo (ya cuando algo se convierte en vicio, hasta el sencillo acto de comer se vuelve un problema).
Sin embargo, no es la única inversión que podría considerarse alevosa, hay otras mucho peores, como la explotación del gas shale o “fracking” que pese a mandar al traste el entorno ecológico, sólo representa ganancias reales para las empresas (extranjeras) que se dedican a esta actividad. Aun así, es prioridad en la agenda gubernamental (de esta bella segunda etapa del moreirato), el que esta industria se ponga en marcha.
En fin, sólo una reflexión ociosa, desde la Ciudad del Pecado.
petatiux@hotmail.com
Por más de una década Enrique Abasolo ha firmado una columna editorial caracterizándose por una actitud ácida y crítica contra el gobierno y las instituciones, adoptada en la convicción de que es la única forma en que puede ser de cierta utilidad para los lectores.