Redundancia
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La palabra vergüenza, asociada al tricolor , es sencillamente un exceso
Desde muy pequeños, cuando recibimos nuestra instrucción básica gramatical, se nos aconseja evitar las redundancias.
Y es que uno de los atributos deseables en el uso del lenguaje debe ser la economía. La saturación de palabras y la reiteración de conceptos sólo entorpecen la primordial función comunicativa de la palabra.
Pero claro, en un País en el que las leyes nos valen sorbete, lo de menos sería pasarnos las reglas del idioma por donde no nos pega el sol.
Así que con demasiada frecuencia incurrimos en los más ordinarios atropellos, tales como el consabido cállate la boca, o el temido oríllese a la orilla.
Claro, hay otros ejemplos más sutiles de redundancia que suelen pasar inadvertidos, como cuando alguien ofrece dar su opinión personal, establece un determinado lapso de tiempo, o comienza su perorata con el día de hoy.
Sucede que en ocasiones nos dejamos arrastrar por el lugar común y escribimos dos conceptos tan emparentados que nada se aportan.
No hay vacuna contra el pleonasmo.
Ocurre en los mejores medios y le pasa a las mejores plumas.
Publicó la revista PROCESO un artículo titulado Las cinco grandes vergüenzas del PRI.
No sé usted, yo al menos pienso que todo lo que se vincule o derive del Revolucionario Institucional es sencillamente oprobioso.
Creo que bastaba con decir Cinco grandes del PRI y el lector habría sabido de inmediato que el texto versa sobre los más notables ejemplos de la ignominia.
La palabra vergüenza, asociada al tricolor, es sencillamente un exceso.
Sólo para que conste, no quiere decir esto que mi concepto del resto de los partidos sea significativamente mejor. Todos, de izquierda o derecha son motivo de bochorno, pero el Revolucionario se cuece aparte. El PRI no es una simple fuerza política, no. Es una pústula nacida en la nalga de Satanás que debería ser erradicada para siempre de este mundo.
Se refería el artículo a cinco distinguidos militantes del partidazo que actualmente son investigados por los tribunales estadounidenses.
¡Ah! Supongo que ya sabe para dónde vamos.
Se trata de dos ex gobernadores de Tamaulipas (Tomás Yarrington y Eugenio Hernández); el actual mandatario de Nuevo León (Rodrigo Medina), y no uno, sino otros dos ex gobernadores oriundos del terruño coahuilense, los inefables Humberto Profe Moreira y Jorge El Dueño de Cemex Torres.
(Da a pensar que la corrupción es una condición geográfica, muy acentuada en el noreste del País, pero dejemos eso para analizarlo en otro artículo).
El artículo por supuesto detalla los milagritos de esta colección de beatos del santoral revolucionario. Ya los conocemos de sobra y si no, baste con decir que están asociados a desfalcos, malversaciones y lavados de dinero multi-mega-archi putrillonarios.
Lo que me asombra y parece remarcable es el cinismo con que la actual administración estatal, heredera por la vía ideológica, partidista y hasta sanguínea del infame Sexenio de la Gente, se desentiende de todo lo que la precedió.
Por hoy quiero obviar mi azoro ante el monto de la Megadeuda, o la red de corrupción que la hizo posible, para cederlo a favor de la frescura con la que el actual Gobernador hace mutis sobre los dos personajes que le precedieron y hasta le dejaron calientita la ejecutiva silla que actualmente ocupa.
O el desparpajo con el que el tesorero del Estado nos asegura, tras haber sido económicamente devastados por el peor desfalco imaginable, que gozamos de finanzas sanas.
Al parecer, ni la catástrofe financiera, ni el haber recibido la estafeta de un prófugo de la DEA y éste a su vez de uno de los paradigmas nacionales de la corrupción, les causa la menor comezón de la conciencia.
Debe ser, precisamente que, por tratarse de priístas, la vergüenza entre ellos sale sobrando por redundante.