¿Quién es el enemigo?
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Después del 9/11 el pueblo norteamericano cayó en un muy comprensible estado de psicosis.
De por sí, lo de los güeros es ver moros con tranchete, luego de aquella tragedia prime-time sus niveles de paranoia alcanzaron niveles históricos.
Por aquellos días de histeria, todo constituía una posible amenaza para la seguridad nacional. No digamos ya un barbón a bordo de un vuelo comercial (hasta San José era visto como presunto miembro de Al Qaeda); el simple correo entrañaba mortales peligros. Nuestros vecinos al otro lado del río tenían pánico hasta de abrir sus e-mails por temor a que vinieran infectados con ántrax.
Aquel miedo, indignación y dolor gringo necesitaba respuestas, consuelo y “por su pollo”, un culpable sobre el cuál descargar completo el peso del Big Stick y hacerle sentir todo el págüer del Destino Manifiesto.
Con esa psicosis como respaldo popular, el Gobierno de los E.U. emprendió la enésima guerra de su Historia, tocándole esta vez a Irak y a su presidente, el seis veces diabólico Saddam Hussein.
Pues nada, que a Irak prácticamente lo mandaron a hacer nuevo y de Satán Hussein borraron hasta su certificado de kínder. Norteamérica tuvo justicia, no sé si restaurativa, pero al menos el 9/11 no quedó sin saldar (¿será?).
El pequeño, pequeñísimo detalle es que, hasta donde se sabe, ni el pueblo iraquí, ni don Saddam tuvieron absolutamente nada que ver con la caída de las Torres Gemelas ni con el resto de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
¡Ashingá! ¿Y lué…? ¿En qué momento los norteamericanos desviaron su atención, de Osama bin Laden y sus tali-barbones hacia Saddam y los Alegres del Desierto?
Fue cosa de que Tata Bush le mostrara al buen pueblo estadounidense una fotografía de Hussein abrazado de López Obrador para convencer a todos de que Irak estaba acopiando armas de despiporre masivo y era un peligro para los americanos.
-¡Todos contra Saddam!
-¡Hey! ¡Esperen, el que nos atacó fue Al Qaeda! ¡Van en dirección equivocada! ¡Oigan!
Era inútil, las tropas ya no escuchaban, pese a que el mismísimo George “El Anticristo” Bush reconoció que su homólogo Saddam Hussein no tuvo nada que ver con el 9/11. No obstante, Bush pidió el apoyo de su pueblo para sostener una guerra que él estimaba necesaria. Los gringos de tan enchilados, claro, estaban más que puestos, y no buscaban ya quién se las debiera sino quién se las pagara.
Sucede que luego de dejar Bagdag como queso suizo y derrocar el Gobierno de Irak, Los Indestructibles (THE EXPENDABLES t.m.) informaron que, con la pena y todo, pero nomás no encontraron por ningún lado las armas químicas ni la Estrella de la Muerte, ni nada de lo que tanto se temían.
Al final, los gringos colocaron unos letreros de “disculpe las molestias que esta obra le ocasiona” y volaron hacia una nueva aventura como los paladines del mundo libre que son. FIN.
P.D. La familia Bush fabrica y vende los letreros de “disculpe las molestias…”.
Hoy que el mundo, incluyendo una relativamente considerable porción de México está indignado por la desaparición y probable asesinato de 43 estudiantes, sería muy lamentable que la opinión pública nacional se distrajera por causa de una estúpida fotografía del Peje abrazando al exalcalde de Iguala, Guerrero, y presumible corresponsable de este crimen, José Luis Abarca.
No es mi misión en esta vida lavarle la cara a López Obrador, pero hasta donde recuerdo los que nos gobiernan son otros y –fuera del ámbito de su imaginación- el Pejelagarto no es Prejidente ni de su colonia.
No deja de sorprenderme cómo de un solo golpe, el timón vira y conduce la discusión hacia un océano donde es facilísimo extraviarnos, uno en donde es más importante establecer los vínculos de partido y de campaña entre el presunto responsable y el guapachoso Mesías Tropical; y en donde el paradero de los estudiantes, el esclarecimiento de lo ocurrido, el deslinde de responsabilidades, la ingobernabilidad y nuestra proximidad con el estado fallido se relega a un segundo plano.
De un día para otro lo importante es saber si el Pejelagarto fue tan cabezón y obcecado (¡vaya novedad!) como para apadrinar la candidatura de un truhan.
Insisto, no soy el abogado de AMLO, como tampoco lo fui de Saddam Vader. Pero no entiendo por qué dirigimos –específicamente en estos casos- el bombardeo contra ellos, si no figuran como directos responsables de los acontecimientos que hoy nos ocupan.
¿De verdad somos un pueblo tan manipulable como nos representa Luis Estrada en sus películas? Quién sabe, a lo mejor hasta se queda corto.
El consuelo del pendejo es como siempre saber que en todos lados se cuecen habas: Según versiones, el 70 por ciento de los estadounidenses aun cree que Saddam Hussein fue el responsable del 9/11.
petatiux@hotmail.com